Los artistas somos seres sensibles. No andamos por el mundo mirando como miran los otros. Un artista es, tiene que serlo, un ser advertido, siempre listo para la maravilla y el súbito milagro cotidiano, que pueden sorprenderlo de las formas más únicas y leves y arrasarlo en un mar de emoción del que pueden saltar hasta las lágrimas: la silente belleza de una flor, la curva de unos labios, la sonrisa de un niño, el titilar de un astro, un poema bienhechor…
Cosas sencillas, pero a la vez inmensas, sin precio en ninguna moneda de los hombres, como nos recordara aquel verso de Whitman que cito a veces, casi como un mantra, cuando lo muy pragmático y brutal pugna por imponerse: “Tú y yo, sin un céntimo, podemos comprar el pico más alto de sierra, y el fulgor de una pupila, y el secreto de un guisante en su vaina…”.
La asunción de estas cosas del alma, la mirada profunda y el corazón dispuesto a la belleza, nacen únicamente de esa sensibilidad especial de la que hablamos. Elidenia Velásquez, la autora de este libro que presentamos hoy, es uno de esos seres sensibles que no transita por la vida como todos los otros, sino de conmoción en conmoción.
Su asombro permanente ante el gran espectáculo del mundo la mantiene en tensión cual una cuerda mística, vibrando alto y sonoro. “Un poeta es una lira puesta al viento, donde el universo canta”, escribió Martí. Tres poemarios después, y una novela, comienzan a ofrecer inequívoca fe de esta vocación desatada.
Una vez, para calificar a Sur prohibido, su libro azul, dije, entre otras muchas cosas, que era un atado de nervios levantiscos. Pude decir la mismo su autora: trémula, pasional, vehemente hasta el dolor, vive con tal intensidad que parece muchos seres en uno.
Que esa fiebre creadora y ese ímpetu manen si cesar de Elidenia es un don que la llevará, estamos seguros, muy lejos, ayudando a embellecer y a energizar no solo al arte que llamamos poesía, que es el de plasmar el mundo interior a través de metáforas, sino también a la Poesía, en mayúsculas, que es superior al arte y que nace de todo lo que nos hace más humanos: la buena vibra, la bondad, el positivismo, la humildad, el turbión de afecto…
De modo que Elidenia Velásquez es, también, amén de su creciente obra literaria, de su magisterio científico y de su labor intachable como médico neuróloga, una presencia bienhechora entre quienes hemos tenido la suerte de tenerla en nuestras vidas.
Lágrimas de otoño, el libro que presentamos hoy, es el tercer poemario de Elidenia que Río de Oro Editores publica, y es un texto especial para la editorial no solo por su contenido, ni su por autora, que son en sí mismos inmensamente valiosos para nosotros, sino además porque inaugura la colección Cierva Blanca, que estará dedicada exclusivamente a la poesía.
Que inauguremos con este libro y esta autora, no es casual. Nada lo es. Ella, otros muchos advertidos y yo, sabemos que son claros mensajes que manda el universo para premiar lealtades, sentires, emociones y sueños. Velázquez, junto a su también prominente colega y amiga Marcia Castillo, fue una de las primeras autoras en confiar plenamente en este río de oro editorial. Hemos crecido juntos, en un magnífico e indetenible ascenso que nos llega de orgullo.
¿Por qué Cierva Blanca Colección? Lo explicaré en unas pocas palabras: viene del poema homónimo de Jorge Luis Borges, el cual leí por primera vez aún niño, sin entender gran cosa, pero al que he vuelto una y otra vez a lo largo de los años pues sus versos han dejado una marca de fuego en mi memoria. A cada nueva lectura, un nuevo significado y una nueva emoción. Aún hoy, no puedo leer sin conmoverme, el peso del inmenso dolor, la esperanza y también la certeza que encierran estos versos:
Los númenes que rigen este curioso mundo/ me dejaron soñarte pero no ser tu dueño;/tal vez en un recodo del porvenir profundo/te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño./Yo también soy un sueño fugitivo que dura/Un tiempo más que el sueño del prado y la blancura.//
De modo que esta colección nace a modo de homenaje, también, a uno de los más grandes. Así hacemos las cosas en Río de Oro Editores. Queremos que cada detalle, por mínimo que sea, remita a algo elevado, transcendente y hermoso. Con ese mismo espíritu creó el logo nuestro diseñador y artista Carlos Bruzón. El logo es un primor, digno del poema, de la colección y de la editorial: se trata de una cierva blanquísima que salta de las letras y se eleva, ¿hacia dónde si no que hacia la poesía misma? Así la soñó Borges, cierva de un solo lado, y así la soñamos nosotros, saltando para encontrarnos en el porvenir.
En Lágrimas de otoño, este tercer poemario de Elidenia y libro inaugural de la colección, la autora interiorista sigue cultivando profusamente su línea temática más notoria: la poesía amatoria; y también, como otros muchos poetas a lo largo del tiempo, toma al otoño, la estación de la melancolía, la reflexión y la quietud, como una noble excusa para cantar la singularidad de la estación de la que dijo Camus que es una segunda primavera, pues cada hoja se convierte en flor.
Los amarillos, ocres, anaranjados, y los crepusculares paisajes que viven en los poemas no describen únicamente espacios literales, sino también estadíos del espíritu, panoramas del ánima donde un color puede ser un dolor y una hoja movida por el viento, una caricia. Escuchemos un fragmento del poema homónimo que da título al libro:
He vuelto a contemplar el alba en este otoño,/a sentir la soledad que trae en sus brazos/la mañana, a ocultar sollozos de inquietud/ que sin permiso regresan./ Lágrimas de otoño en horizonte dormido,/ y en la memoria del tiempo/ un recuerdo fugaz deambula,/ surcando el porvenir./ (…) Lánguida, un ave canta en mi ventana,/tal vez llora sus penas;/ su trinar consterna mi alma./ (…) Caen las hojas del alba, en silencio…/Son pétalos de amor./A mi portal el viento trae rumor de tristeza./Pensativa, contemplo la ilusión,/añorando los abrazos ausentes,/ recogiendo en una lágrima un trocito de sol./ [1]
El estado profundo de melancolía y de desasosiego que habita este otoñal poemario, está logrado, también, en un poema como La mañana, donde describe cómo la lluvia se apodera del paisaje exterior, pero cómo, también, llueve en su alma:
Llueve…/ Una inusual mañana se levanta./Todo el cielo está gris./Parece que llora a borbotones./Mi alma también llora;/sin motivo aparente, pero llora./La mañana, mojada, permanece//impasible,/los árboles inertes la acompañan./Sus lágrimas, mis lágrimas…/Miro al entorno y soy la única que parece viva./El sonido de cada gota suma una nota lúgubre./¿Dónde estarán todos?/Las aves jubilosas que cantan a diario/en mi ventana, no las escucho hoy./¡Las extraño!/Solo gotas de lluvia quiebran el silencio de mi alma./Raudales de nostalgias oscurecen mi sol./Cada gota es un desasosiego,/cada lágrima un doliente fragmento de poesía/ahogada en ríos de antaño./Hoy, la mañana está extraña,/ llora a raudales, y yo lloro con ella,/desde mi ventana.// [2]
La poeta se ha amistado definitivamente con el otoño exterior, que amarillea los árboles, y con el interior, que madura nostalgias e ilusiones. Por ello, en una frase también de su autoría, que sirve de pórtico al cuaderno, nos confiesa: “El otoño es mi amigo. Me encantan sus colores; la sensación de inminente pérdida que se percibe en su silencio; la infinita esperanza de renacer”.
El libro, que incluye cincuenta y ocho poemas, está dedicado a don Bruno Rosario Candelier, y cuenta además con un enjundioso prólogo del prominente poeta místico dominicano Leopoldo Minaya, titulado: La distintiva voz de Elidenia Velásquez en Lágrimas de otoño y en las letras dominicanas, donde escribió:
La poesía de Elidenia Velásquez es espontánea en cuanto no precisa de complicaciones
ni rebuscamientos. Su decir es el oro del sentimiento hondo, profundo, expresado en la sensibilidad del oído del amado, fórmula que reviste una estructuración simbólica para que tanto el escuchante como el lector asuman el papel de actuantes o de actores en el juego amoroso que se desenvuelve (…).
Velásquez propende a una poesía multívoca (…) El ente lírico es uno y es otro, cambia en lúdico vaivén; el canto satisface la aspiración del amado por la amada, y de la amada por el amado, que se abandonan necesariamente a las contemplaciones de la alteridad. [3]
Como vemos, y como ha sucedido con sus libros anteriores, la obra de Elidenia Velásquez, en pleno desarrollo, ha suscitado acercamientos críticos, en forma de prólogos, reseñas, ensayos y notas, de selectas plumas del panorama nacional, algo que, ciertamente, es escaso, y que otorga un sello distintivo a su creciente producción, máxime cuando sabemos que, en fecha bien reciente, ha publicado también la primera novela de una saga, trilogía o tetralogía (está por verse), de ciencia ficción y fantasía que ya tiene una primera edición agotada, una reedición, y está presente no solo en las principales librerías del país, sino también en algunas de los EE.UU.
Si queda, pues, alguna duda sobre la capacidad de trabajo, la pasión, la vocación y las competencias literarias de Elidenia Velásquez, es hora de empezar a leerla, o de seguir haciéndolo, como muchos de los que estamos hoy aquí.
Despido estas palabras de salutación y regocijo por este libro, Lágrimas de otoño, y por la Cierva Blanca, colección de poesía que nace con él en Río de Oro Editores, con la nota de contracubierta que tuve el honor de escribir para él. Si oyen susurrar al otoño, entonces lo logré:
Una ventana para mirar al mundo es este libro. Un camino hacia el amanecer y su adorable luz. Hay aves, hay gorjeos, un oscilante pino majestuoso y erguidos cocoteros contra la línea del horizonte azul, y siempre eterno. Las estaciones vienen también a la ventana y anidan en el pecho. Aquí atrapó al otoño. Hoja a hoja van cayendo los versos de este libro hacia el alma. Cada poema una lágrima, cada imagen un beso y una flor. Capa tras capa, la insolente nostalgia nos recuerda lo perenne y lo efímero. El sedimento se convierte en poesía. Amor y desamor transitan juntos, risa y llanto, exaltación y paz…
Los ocres de la estación más leve atrapan la belleza del mundo, que es capaz de impregnarse en la brizna, en el polen, en la oscura pupila de una grulla silvestre o en el arco de un ala, y también, en la gracia que mora hacia nuestro interior… El otoño es amigo. El otoño es poesía; por eso este poemario abriga la sensación de pérdida inminente que se percibe en su silencio; y, al mismo tiempo, la infinita esperanza de renacer que lo habita.
Santo Domingo, 20 de junio de 2023, 6:56 p
[1] Lágrimas de otoño, de Elidenia Velásquez, Río de Oro Editores 2023, Santo Domingo, RD, pp. 52-53.
[2] Ob. cit. pp. 57-58.
[3] Leopoldo Minaya, prólogo a Lágrimas de otoño, de Elidenia Velásquez, pp. 10-15.