La tragedia de Macbeth, de la autoría de Shakespeare, es una de sus obras más populares y cortas. Se su publicó en 1623, durante el reinado de Jacobo I. Ha sido adaptada en la literatura, la ópera, el teatro, la televisión y, por supuesto, el cine; gozando de una acogida modesta del público que conoce las luces shakesperianas, que iluminan los escondrijos del alma humana.
En el caso del cine, fue llevada a la gran pantalla, desde la época silente, en manos del pionero J. Stuart Blackton en un cortometraje mudo tristemente perdido de 1908. Griffith produjo un cortometraje mudo de 1916, dirigido por Emerson, que también se perdió. Welles, fiel conocedor de la obra de Shakespeare desde sus tiempos como director de teatro, también hizo su versión, estrenada a finales de los años 40 con muchas dificultades. Kurosawa la transformó en una obra maestra del jidaigeki en 1957 con Toshiro Mifune. El polémico Polanski hizo la suya en 1971. Y en años recientes, Justin Kurzel rodó una versión lóbrega y algo regular con Michael Fassbender.
Más allá de las decisiones estéticas con la que los cineastas abordan el teatro shakesperiano, todas coinciden en dramatizar la codicia del general escocés, que escucha la profecía de tres brujas que vaticinan su ascenso al trono como rey de Escocia, de la manera más vil.
Esta última idea la sustento tras haber visto La tragedia de Macbeth, que adapta la obra con estilo solemne, en la que en ningún instante se pierde su horizonte estético, ilustrado en blanco y negro, sumándose a la lista de los que la han transferido a la gran pantalla, sin desplomarse en el intento.
Su estreno en el pasado Festival de Cine de Nueva York, donde fue aplaudida por algunos especialistas, catalogándola como una de las más sublimes del año.
Yo, por mi parte, no le daría tal denominación. Sobre todo, porque conozco la narrativa de la obra y sé, de antemano, cómo terminan los asuntos internos del monarca. Pero, de igual manera, es un drama que encuentro bastante seductor, cuando ilustra las escenas monocromáticas que tiñen el encuadre de gris.
En términos generales, no es una película diferente a sus antecesoras. Comienza cuando Macbeth, un general al servicio del rey Duncan, que ha llevado a su ejército a la victoria sobre el traidor Thane de Cawdor, camina junto a su amigo Banquo por páramos neblinosos de la guerra en la Edad Media, y se encuentra con tres brujas siniestras que profetizan que será ascendido al puesto de Cawdor y terminará siendo proclamado rey de Escocia.
A través de los típicos soliloquios shakespearianos, cargados de retórica y de metáforas, Macbeth es descrito, no solo como un general (en esta ocasión afroamericano) amparado en la ética del servilismo y la docilidad cercana al idealismo; sino como un personaje dominante, magnánimo, cauto, constituido alrededor de la ambición en clave de venganza, ocasionada por la sinuosidad de los superiores que, prácticamente, manifiestan poca importancia por sus hazañas militares.
De una forma tácita, Denzel Washington, comunica el descenso a la locura de ese autócrata escocés, con el lenguaje corporal, los silencios, la mirada, la caminata imponente y la expresividad mesurada que, bajo el rostro estoico, oculta los graves efectos psicológicos originados por el plan maquiavélico de tomar el poder por la fuerza. Así desarrolla una química placentera al lado de Frances McDormand, quien hace de vampiresa, interpretando a Lady Macbeth.
Cuando esos dos actores caminan por la puesta en escena, la película muestra una tragedia escueta sobre la ambición, el resarcimiento y la autoridad en medio de los terrenos inhóspitos de la decadencia moral.
El componente fundamental que la separa de las demás adaptaciones, a mi entender, es la manera en que interroga, de forma revisionista y simbólica, las políticas normativas de los roles de género con algunas lecturas feministas, y los claroscuros del poder político desde la óptica del afroamericano que, en esta ocasión, está condenado al desastre si repite los mismos errores de los gobernantes blancos.
No sé si Coen seguirá el resto de su trayectoria de manera autónoma, pero sería interesante si lo hiciera.
La caída del rey tiene planos atmosféricos que le añaden identidad, y momentos pesadillescos que nos hacen cavilar sobre el lado más siniestro de la desesperación humana. Es tensa y a la vez cautivadora, elaborada con una estética inconfundible que me hipnotiza cuando menos lo espero.
Ficha técnica
Título original: The Tragedy of Macbeth
Año: 2021
Duración: 1 hr 45 min
País: Estados Unidos
Director: Joel Coen
Guión: Joel Coen
Música: Carter Burwell
Fotografía: Bruno Delbonnel
Reparto: Denzel Washington, FrancesMcDormand, Alex Hassell,
Calificación: 7/10