La española Adelaida García Morales (1945-2014) se dio a conocer con las novelas cortas, El Sur y Bene (1985). La primera inspiró la célebre película que lleva por título “El Sur”, dirigida por Víctor Erice. En La tía Águeda (1995), como en el resto de su obra, aborda aspectos relacionados con la identidad femenina, principalmente en relación con el padre y el entorno familiar, pero también en su encuentro con el otro, que suele ser, en ocasiones, una figura fantasmal.
Crónica de una época amarga, La tía Águeda constituye una inversión de la novela de formación, donde la autora nos sumerge en los años cincuenta, el ambiente de la posguerra española, en un pueblo cercano a la ciudad de Sevilla. La vida transcurre allí dentro el asfixiante encierro de las casas, las visitas al cementerio y los oficios religiosos. Los corazones se encogen y el frío penetra en el alma, como le ocurre a Marta, de escasos diez años, bajo la tutela de su tía Águeda. La autora resume el pasado en una figura mítica que nos recuerda a personajes de la tradición literaria, como Bernarda Alba, o doña Perfecta. Al lado de su tía, Marta se hunde en la oscuridad, pero también vislumbra una luz en las conversaciones con el joven Pedro, que la invita a la rebelión.
El mundo de La tía Águeda está dominado por la presencia de la muerte: la de madre de Marta, la del marido Águeda, y la de ésta. Cierta crítica calificó las novelas de García Morales como “melodramas psicológicos”. En el caso de La tía Águeda, la atmósfera tremendista se agudiza desde la perspectiva de una niña, que no llega a comprender las intenciones de los mayores. Mientras el padre considera que recibirá una mejor educación al lado de su tía, ella se siente víctima de un demonio que la oprime. Rodeada de fantasmas, focaliza el miedo en una muñeca, en la presencia de los muertos y en la maldad aparentemente gratuita de su tía. Cada frase suya tiene efectos letales, como el que considere que los difuntos espían a los vivos, lo que enturbia el recuerdo idílico que la niña conserva de la madre. El único refugio de Marta será el desván, que guarda los objetos del pasado.
Con frases breves y cortantes, con chillidos y silencios agónicos, la autora construye una novela gótica en la provincia andaluza. Cada capítulo nos introduce en la locura de una mujer atormentada, que pretende moldear el carácter de una niña a fuerza de privaciones y de inflexibles mandatos. Convive con ella el esposo, que no ejerce de marido, ni de patrón de la heredad. Apartado, humillado y marginado, este hombre es quien más humanidad manifiesta, tanto en su debilidad, como en sus muestras de afecto y consideración hacia la niña, huérfana y desamparada.
El mundo de la tía Águeda es aún más complejo, dada la relación que sostiene con la criada, a quien somete y humilla sin motivo aparente. Su rigidez llega al punto de dejar morir al marido enfermo, sin auxiliarlo ni llamar al médico, lo que motiva la venganza de la criada. La muerte del hombre constituye un punto de inflexión en el relato, que da un giro con la presencia del hijo de éste, que se traslada a vivir con la tía Águeda. Pedro será clave en la formación de Marta, en el despertar de su espíritu de rebeldía y, también, en el descubrimiento de su sexualidad. Por todo ello, el muchacho debe abandonar la casa, lo que sume en la depresión a la joven protagonista. Tras la muerte de su tía Águeda, Marta regresará a vivir con el padre, formado ya el carácter con las traumáticas experiencias que suponemos definirán su destino.
Sometida, reprimido los deseos, mutiladas sus ansias de libertad; desatendida su necesidad de contacto con el exterior y de identificación con otros, la mujer, que Marta simboliza, está condenada a la oscuridad en el mundo que crea Adelaida García Morales. Quizás estos sentimientos marcaron la vida de una autora que, pese a contar con el reconocimiento de la crítica, se apartó de la notoriedad hasta apagarse silenciosa.