Se trata de un remake de imagen real que goza a veces de la presencia de Halle Bailey, pero cuya aventura nunca escapa de las fórmulas convencionales.

Asisto al pase de prensa de La sirenita, convencido de que los señores de Disney todavía pueden ofrecer algo de entretenimiento que se aleje de las ecuaciones al servicio de la moda de la inclusión y de la diversidad que se establecen como modelo de identidad en el ciclo de remakes live-action que tiene ya más de una década corrigiendo las supuestas anomalías de los estereotipos animados del pasado. 

Sin embargo, mis esperanzas con la casa del ratón se hunden cada vez más como un barco, por esa inclusividad impuesta por la fuerza que sólo desvirtúa la esencia de aquellos personajes memorables de la época del renacimiento de los 90. Se trata de un remake de imagen real que goza a veces de la voz y de la ternura de Halle Bailey en la aventura romántica por el océano, pero cuyo núcleo narrativo, sospecho, nunca escapa de las fórmulas aburridas y convencionales que se pierden en la superficie como los peces en el agua, alejado diametralmente de la magia y de la infinita diversión del clásico animado de La sirenita (1989), que ahora intenta mimetizar inútilmente en pasajes subacuáticos que se extienden más allá de lo necesario durante más de dos horas. 

La trama se sitúa en las profundidades del mar y sigue las andanzas de Ariel, una sirena gentil y muy curiosa que, buscando desafiar la autoridad de su padre, el rey Tritón (que prohíbe que su gente interactúe con humanos por una tragedia personal), establece un pacto con la malvada bruja del mar, su tía Úrsula, para explorar el mundo de los humanos y conocer finalmente al príncipe apuesto del que se enamora perdidamente luego de atestiguar su valentía durante un naufragio y de salvarle la vida con su voz de sirena, obteniendo piernas que le permiten caminar y quedando muda en el acto. 

En términos generales, el viaje de la sirenita mulata se estructura de una manera genérica en la que, por lo regular, el dispositivo de acción reduce las escenas a la rutina de los encuentros amorosos entre el príncipe y la princesa que buscan el contacto del primer beso mientras sube la marea del enamoramiento; los episodios de musical en el que los personajes bailan y cantan canciones poco contagiosas para manifestar sus frustraciones intrínsecas; los momentos de alivio cómico propiciado por Flounder, Sebastián y Scuttle, que me colocan en un estado de abulia con los chistes sin gracia y el CGI que los renderiza sin alma. 

Todo avanza con un desarrollo accidentado de los personajes que se mantiene en un horizonte demasiado transparente que nunca los interroga más allá de las descripciones superfluas del guión, donde es frecuente la falta de impulso y de un sentido de ritmo que añada cohesión a las acciones más previsibles, como si fuera un barco sin brújula que se hunde en el remolino en medio de la tormenta. Tampoco hay mucha química en el reparto, y la villana de Melissa McCarthy luce algo acartonada. Pero me atrevo destacar, por lo menos, la actuación de Bailey como la sirenita negra y con trenzas que de forma facilona se independiza para hallar el primer amor en la costa del príncipe azul; evocando una extraña mezcla entre inocencia, bondad y la voz inmaculada para cantar. Con ella, Marshall edifica un comentario decente sobre la independencia femenina y los prejuicios raciales como parábola de exclusión. Solo eso, digamos, impide que el resultado sea más soporífero de la cuenta.

Ficha técnica

Título original: The Little Mermaid

Año: 2023

Duración: 2 hr 15 min
País: Estados Unidos
Director: Rob Marshall

Guion: Jane Goldman, David Magee, Ron Clements, John Musker

Música: Alan Menken, Lin-Manuel Miranda
Fotografía: Dion Beebe
Reparto: Halle Bailey, Javier Bardem, Melissa McCarthy, Jonah Hauer-King, Daveed Diggs,
Calificación: 5/10