Referirse a esta novela de Flaubert, publicada en 1856, y que apareció primero por entregas, es entrar en el canon de la literatura mundial. No elogiaré, por tanto, su depurado y elegante estilo, ni su personal concepto del realismo de autor, que en ocasiones me parece recargado. Tampoco entraré en detalles sobre el lugar en que Flaubert confina a su protagonista, Emma Bovary, mujer de provincias y apasionada lectora, que aspiraba al brillo de los salones y a las tertulias con personajes elegantes y que finalmente no pudo soportar la, para ella, monótona y mediocre vida social.

¿Cuál es la falta de este personaje que tanto escandalizó en el momento de la publicación de la novela? Sin duda su desprecio por un marido que la amaba y que solo deseaba hacerla feliz, el olvido de sus deberes como madre, quizás la frialdad para con su única hija, delitos suficientes como para condenarla; y el haberse entregado en brazos de amantes ante los ojos del marido y de la comunidad a la que pertenecía.

¿Cuál fue el motivo que la llevó por ese camino? Flaubert no ve otra causa que las ilusiones que Emma alimentó a partir de las lecturas románticas de su adolescencia, desde su lugar de hija de la pequeña burguesía sentimental. La crítica ya señalaba la conciencia del autor al construir un tipo femenino que pretendía equiparable a todas aquellas personas que sueñan y se ilusionan con una felicidad inaccesible para ellas, lo que se ha dado en llamar el “bovarismo”.

Perseguido en su momento por el Tribunal imperial, su autor fue juzgado por inmoral y absuelto gracias al alegato de su abogado, quien defendió que los vicios que caracterizaban al personaje podían servir de ejemplo para poner en valor la virtud como un bien necesario en la sociedad.

Pero la tragedia quizás es más aleccionadora, ya que la mujer se acaba envenenando y el marido muere de pena dejando a su pobre hija Berthe en la más lamentable orfandad y miseria. La víctima me parece a mí que es esta niña en la que tanto se pensó a la hora de asignarle un nombre: ni Clara, ni Luisa, ni Amanda, ni Atala, ni mucho menos Magdalena, nombre de pecadora. El nombre elegido por la madre se debe, precisamente, al que escuchara en una fastuosa fiesta recordada por Emma como uno de los momentos gloriosos de su opaca existencia, al lado del bueno de su marido Charles, siempre tan simple y vulgar.

¿Cómo explicar la evolución del personaje? En apariencia Emma se mantuvo inicialmente en una conducta aceptable, pero, en el fondo, su frustración la colmó de deseos codiciosos, de rabia y de odio. Todo ello derivó en un insoportable sufrimiento y exasperación y en una aversión contra un marido incapaz de adivinar sus deseos y padecimientos. Contrasta su situación con la de una trabajadora de granja, Catherine Leroux, condecorada con una medalla de plata por sus servicios, pálida, arrugada, rígida y con mirada triste; era el humilde testimonio de “aquel medio siglo de servidumbre”. Con esta queja el autor contrasta el triste episodio de una mujer de la pequeña burguesía provinciana trastornada por las lecturas románticas, que la llevan a creer que la literatura equivale a la promesa de un mundo ideal al alcance de sus manos, y que el espejismo de la felicidad y el bienestar nada tiene que ver con el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio y la lucha diaria. Porque la burguesía que se impone en la época cree firmemente que el progreso depende del esfuerzo diario y, en ese orden de cosas, no hay lugar para las veleidades románticas femeninas.