“Llévame a tu cuarto y jódeme” (Philip Dick)
¡Cuánta hambre! ¡Cuánta miseria reprimida! ¡Cuántos crímenes soñados!
La historia de los escritores, y su relación con el poder, está fundada sobre la base a acontecimientos inverosímiles, demenciales, aberrantes. Más aún, y de manera específica, la del sujeto marginal cuyo destino procura los límites, las cuevas, los pliegues, los peligrosos bordes. Parecería que sus vidas reproducen absurdos pasajes extraídos del teatro Pánico. Encarnados por un grupo de actores harapientos, enloquecidos, narcotizados, recién fugados de una sórdida prisión o de un manicomio clausurado. Saga negra que retrata la memoria derruida y bufa de un tiempo irrevocable, donde a cada minuto aparecen escenas terribles sobre unos seres transidos por su condición de miseria y su insaciable sed de deseo. Sumergidos en abismos superficiales o en el horizonte sagrado de las apariencias. Verdaderos condenados a una patología erótica que los seducirá, poseyéndolos, hasta el final de sus días.
¡Qué comience el espectáculo y que rueden las cabezas por el suelo!
Escena de la muerte perfumada: Uno
Una pantera negra despide embriagantes aromas que seducen y enloquecen a sus presas, atrayéndolas a sus pies. Luego de tenerlas a todas en una postura de sumisión se dispone a lamerlas, a olerlas y a penetrarlas. Al cabo de un tiempo el perfume exhalado por dicho animal sagrado se expande por todos los campos y ciudades. Unos despiadados cazadores de fieras dejándose guiar por sus educados olfatos encuentran la pantera y la matan.
Escena sobre la obscenidad del poder: Dos
Diógenes (el cínico) cada vez que hay sesión en el Senado de la República aparece exhibiéndose por el medio del salón con un chorreante cordel de pescar donde cuelga un rosado arenque, vivo todavía. Por las noches lo atormenta el mismo sueño y al otro día siempre dice: “Por fin, atrapé al gran pez masturbador”.
Escena del misántropo y su casta: Tres
Una comisión, del más alto nivel, perteneciente a la Academia Dominicana de la Lengua es designada por el Presidente de la República para que certifiquen un importante muerto. ¡Vaya sorpresa! ¡Vaya ironía! El muerto era uno de ello, llamado Heráclito, que yace boca arriba y en pelotas, tirado en un muladar. Los académicos se miran entre sí como tratando de negociar el informe del evento, pero le es imposible, pues tienen que salir corriendo perseguidos por una sarnosa jauría de perros realengos.
Escena para poetas y ladrones: Cuatro
Francois Villon es sorprendido en la habitación de su tío Obispo por el mayordomo de este encaramado en una silla tratando de simular su anunciado ahorcamiento. En el justo momento en que el sirviente se dispone a comunicarle al prelado lo sucedido se percata de que el poeta Villon ha huido llevándose todo el oro que su tío había robado a la iglesia.
Escena del esteta y sus mujeres: Cinco
Aparece Charles Baudelaire vestido de luto frente a la Feria del Libro. Grita y maldice a Dios con todas sus fuerzas. Su pérdida le resulta irreparable. Llora desesperadamente la muerte de sus prostitutas más queridas: una giganta consumida por la tisis y dos perversas enanas devastadas por la gastritis.
Escena de los amantes en celo: Seis
Paul Verlaine entra a una vieja taberna y encuentra a Arthur Rimbaud borracho y orinándose encima de una mesa. Sin mediar palabras, al verse, comienzan a besarse y a propinarse puñetazos. Verlaine, desenfunda un oxidado revólver y dispara al cuerpo de su amante malográndole el brazo con el que Rimbaud escribía sus atormentados poemas.
Escena para ministros bizcos: Siete
El día está bellísimo y soleado. Georges Bataille se pasea cabizbajo por el zoológico de Londres tratando de encontrar el título idóneo para su nuevo libro. Una rara visión lo sorprende y llega a la conclusión de que le pondrá: “El ano solar”. Mira hacia su izquierda y choca con las rosadas nalgas de un chimpancé. De inmediato le sobreviene una erección y, en vez de pensar en su amada, la cabeza se le llena de razonamientos filosóficos. Confirma que el trasero de ese mono es igual que un cráneo humano visto desde arriba, pero con un ojo en el medio.
Escena pop para mi hija: Ocho
Zacarías Espinal está sentado en un banco del parque Colón con una niña acunada en sus brazos. La infante llora y se retuerce, parece tener hambre. Uno de sus contertulios le ofrece un biberón lleno de una rara sustancia. Esta la bebe desesperadamente. Todo indica que la niña era la famosa bebedora de morfina.
Escena religiosa para pollos: Nueve
El grupo Panique, encabezado por Fernando Arrabal, Topol y Alejandro Jodoroswsky, en París del 68, crucifican un pollo vivo delante de una multitud enardecida que celebraba el triunfo de la incoherencia. El ave, desde la cruz, mira a sus verdugos como queriendo decirles: “aunque ustedes no lo crean conmigo morirá la anunciada post-modernidad”.
Escena local del hambre: Diez
Un poeta analfabeto, hecho como de carne de codo, va vestido con un traje robado a chochueca. Camina muy de prisa, creyéndose que se dirige a alguna parte, por las aceras de un edificio frente al mar Caribe. Entra sin mirar a nadie y se detiene en el ante despacho de un maquillado muñeco. El poeta se hinca delante de todos los presentes y comienza a proferir insoportables gritos. Los lloros desesperan al muñeco y este sale de su escondite y dice: “no llores más, poeta, que yo no lo voy a cancelar. Yo sé que todo lo que han dicho es mentira. Puede irse usted tranquilo. Le prometo, además, que le favoreceré con el Gran Premio Nacional”.
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Otras estampas inquietantes configuran un catálogo mucho más amplio, casi interminable, llenos de hechos representativos que dan fe de la creación de una patología superior al pensamiento que no exige respuesta a la norma del poder. Similar concepto ya lo habían planteado, en torno al escritor marginal, Gilles Deleuze y Felix Guattari1, en el siglo pasado. O, más claramente, el que recrea los aportes del Loco, del Místico, del Libertino y del Esquizo al orden estético que es el que nos interesa recuperar aquí. No compartimos con estos pensadores su mera simpatía con el sujeto patológico, en el plano de la identificación, sino en su devenir estético.
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1 Deleuze, Gilles y Felix Guattari. 1988. “Rizoma”, en Mil Mesetas. Valencia. Pretextos.
¿Qué decir, entonces, de los delincuentes?
Sócrates (acusado de pervertido y condenado a muerte por el Poder político de su época). Villon (procesado varias veces por ladrón y protegido por la iglesia hasta su última sentencia). Sade (condenado por enseñar los trapos sucios de una rancia sociedad). Rimbeaud (traficante de esclavos y marfil en las costas de África). Wilde (violador de las normas morales de la sociedad londinense)…
¿Qué decir de los borrachos y drogadictos?
Safo (iniciadora de señoritas en el amor lésbico y bebedora de vinos en la “casa de las servidoras de las musas”). Diógenes (masturbador irónico de perras y arenques hasta quedarse dormido en etílicos toneles). Poe (tirado en una cuneta buscando un manuscrito dentro de una botella de ginebra). Coleridge (rogándole a un viejo marinero que le cante su última balada, mientras este se toma su dosis de láudano). Ginsberg (comiendo hongos untados con leche condensada en un campo de Arizona). Espinal (pintándose el cabello de verde mientras acababa su tercia de morfina). López Cabral (sin camisa y vociferando en plena calle El Sol que el ama a “Oro Negro” su prostituta preferida)…
¿Y los muertos de hambre?
Cervantes (soñando con tener una caja de dientes postizos para poder masticar un trozo de pan duro). De Quincey (lamiendo un poco de opio para saciar su antigua experiencia de hambre). Sánchez Lamouth (sentado en la calle El Conde, un día 25, esperando que pase un funcionario público acabado de cobrar para pedirle diez centavos)…
¿Y los locos?
Heráclito (sumido en su progresiva misantropía hasta quedarse solo en una isla). Baudelaire (llorando la pérdida de sus mujeres fenómenos). Artaud (queriendo representar en un manicomio la obra más lúcida de la comedia humana). Arrabal (buscando la piedra de la locura en la desnudez de un pollo)…
En oposición al escritor marginal, y a su condición resbaladiza, rebelde ante el poder, tenemos al escritor que habita lo central. El normal, el establecido, el manso, el nombrado, el domesticado. Este tipo de sujeto es el preferido por el poder. Es su amante sumisa y fiel, siempre dispuesto a complacerlo y ayuntarse con él en todos los lugares. Su naturaleza está estrechamente ligada a la norma de la producción y a la representación. Lo estético, y el orden del deseo, están en segundo plano.
Bajo el pretexto de la reproducción de la vida material recurre a toda suerte de artimañas, estrategias, apariencias, rituales y sospechas con la finalidad de que el poder no lo olvide, no deje de poseerlo y penetrarlo. Su signo más distintivo es la simulación y el asecho, apareado por un infinito plan de fuga. Mas, como se sabe, toda fuga deviene en traición. El poder conoce muy bien todos sus encantos, todos sus recursos, todas sus mañas, por eso cuando quiere lo atrae y otras veces lo bizquea.
De manera directa, frontal, visible, el poder recurre al empleo y a la dádiva como mecanismos de articulación y, de manera indirecta, a los falsos premios y a los demagógicos reconocimientos. Yo he visto, no sin padecer vergüenza ajena, como escritores (y escritoras) se sumergen en un estado polar narcotizado, hasta llegar al vértigo, y como se tragan todo su anterior discurso en contra del poder por el solo hecho de que coloquen una foto suya en una efímera calleja y lean una perorata retórica sobre su obra en una oscura casa de citas o en un manido pasamanos. Yo los he visto ponerse bocarriba, enseñando sus uñitas y su flácido sexo, hasta parecer auténticas gatas en celo. Es el hambre en su ámbito envolvente y desesperante que lo arrastra por el suelo. Su sed de ego. Su hambre de deseo y de otredad. Entran en un estado de seducción tal que solo será saciado con el hundimiento.
Quebradas las grandes ortodoxias y liquidados sus residuos ideológicos, nada se parece más al hambre que el fascinante mundo de la seducción. Nada se iguala a su voracidad ni a su ludismo. El escritor y el poder (seducido y seductor) se movilizan en una erótica rastrera y trepante hasta llegar a escenificar su discurso. Los últimos teóricos nos hablan de una seducción blanda. Hace tiempo que nos gobiernan los que solo creen en la simulación encantada, en el trompe l’oeil, en lo más falso de lo falso.
Según Jean Baudrillard: “La seducción nunca es del orden de la naturaleza, sino del artificio – nunca del orden de la energía, sino del signo y del ritual. Por ello todos los grandes sistemas de producción y de interpretación no han cesado en excluirla del campo conceptual – afortunadamente para ella, pues desde el exterior, desde el fondo de este desamparo continúa atormentándolos y amenazándolos.
La seducción vela siempre por destruir el orden de Dios, aun cuando este fuese el de la producción o el deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el maleficio y el artificio, una magia negra de desviación de todas las verdades, una conjuración de signo, una exaltación de los signos en su uso maléfico. Todo discurso está amenazado por esta repentina reversibilidad o absorción en sus propios signos, sin rastro de sentido. Por esto todas las disciplinas que tienen por axioma la coherencia y la finalidad de su discurso, no pueden sino conjurarla”2.
Los ejemplos de esta amatoria, del infinito acoplamiento en la relación del escritor con el poder, en el panorama local, abundan por doquier. Dos casos específicos, tipificantes, no quisiéramos dejar de mencionar. El primero es cuando el escritor ya tiene un tiempo de que ha sido nombrado, articulado. Comienza a padecer una especie de cansancio, de fatiga ante lo real, de violencia neutra. Entonces amenaza con que quiere renunciar. Pero todo es falso. Su sentimiento es propio del acto propiciatorio. Lo que ocurre es que ha entrado en un escenario de aparente dualidad, de abdicación, de irreversibilidad, de miedo a ser seducido. Lo atribula una especie de higiene de venganza, en el más alto sentido niecheano. Lo que realmente anhela es lavarse, recuperarse para exhibir renovadas poses y entregarse nueva vez hacia la cópula.
El segundo ejemplo, y el más actual, que reproduce esta erótica enervante y falaz, es el ofrecimiento de la Academia Dominicana de la Lengua para que el Presidente, Leonel Fernández, sea incluido como miembro del número de esa entidad. Este hecho, que por demás sólo tiene antecedente en la tiranía de Trujillo, no sólo constituye un acto de servilismo, de sumisión y de entrega. Es un crimen de lesa lengua que reafirma la fase de envilecimiento, de traición, al que han sometido al país cultural completo.
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2 Baudrillard, Jean. De la Seducción. 1981. Ediciones Cátedra, S.A. Madrid. Colección Teorema. Pág. 9-10
La verdad es que no conocemos ningún libro, opúsculo o libelo importante, escrito por el Presidente Fernández, que haya producido aportes significativos a nuestra literatura. Amén de que su política a favor de la educación y la cultura ha estado basada, en todos sus mandatos, en el estímulo y apoyo a la farándula y a su pretensión de llenar de fluidos la brecha digital. Gran error. Lo digital, no es más que prótesis y su virtualidad puro riesgo. Casa del maquillaje. Espejo biónico. Máquina de delirios y de agonía.
Celebramos el fin de la seducción y su mueca más gélida: el encantamiento. Las promesas de avance nos han llevado al abismo, a la ausencia de rostro, al frenesí vegetativo, a la pulsación de muerte. Si el destino es lo digital, entonces, la ausencia de padre es fatídica en el sentido edípico y en el propio sin sentido. Todos terminaremos convertidos en violados Narcisos digitales. Lo único que nos puede salvar es una nueva promesa de indefensión. Volver al génesis soñando con una virgen estuprada. Pero para la seducción nada tiene un valor real. – “El mundo está desnudo”. – El Rey está desnudo”. En el más alto sentido anatómico la indigencia es la eficacia que debemos procurar.
Contradictoriamente, no todo es desvío, estrategia de lo diabólico. La seducción va más allá del poder y de la muerte. La esperanza es la fuerza que la destruye. La aniquilación total del orden que la crea. El carácter camaleónico de la seducción hace que ésta adquiera diferentes formas y posturas para mostrar sus encantos y atraer a sus presas. Su alimento preferido es el ritual. Cambia de apariencia como de panties. Los antiguos la visualizaban en una fiera perfumada. En el Medioevo la convirtieron en bruja y hoy en día, quizás, por la prisa de la modernidad, aparece prostituyéndose con cualquiera en la pantalla del ordenador. También le gusta disfrutar de todos los actos sociales. Sus disfraces más comunes son: el celaje, la perversión, el artificio, el cortejo, el simulacro, la sutileza, el desvío, los fluidos, la baba del diablo, el frenesí, la locura, la mirada bizca, el encantamiento, la sed de acoplamiento, el asecho, el camuflaje, la herejía, el embeleso, la sumisión, el ruego, la distracción, el murmullo, el desafío, la virtualidad, la droga, el hechizo, la nalga del poder, la resignación, la necrofilia, el embrujo, la iniciación, la contradicción, el abismo, la fragilidad, la ilusión, la superficialidad, la agonía, el hundimiento, la figuración, el sin sentido, la hipocresía, la conjura, el sortilegio, la obsesión, el deseo, la incertidumbre, el vacío, la falsedad, el vértigo, la destrucción… y, sobre todo el juego y el hambre propagada.
¡Qué viva el hambre y que gire la ruleta!
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* Conferencia para el II Coloquio sobre Los Intelectuales y el Poder. Universidad APEC. Decanato de Estudios Generales.
Tema: Seducción, cooptación, demanda, recuperación y transformación.
Salón de la Cultura “José María Bonetti Burgos”. Santo Domingo. Jueves 9 de Junio del 2011.