¿Tiene la poesía buena salud en estos tiempos? Es una pregunta en la que me hundo de forma enfermiza, y la que cíclicamente se hacen bonachones críticos, poetas aventajados y estudiosos que duermen con sigilo y escarmiento en el corazón de las academias. Creo que sí, por eso puede ella convivir con ese estornudo y gripe de amplitud apoteósica que representan los avances tecnológicos, amparados por la diosa prisa.  Tal pensamiento me llega al instante, cuando he acabado de leer el texto “De la naturaleza de las cosas”, del poeta español Jorge Urrutia (1945-).

El libro de poemas de Urrutia, en tapa dura, resistente como la buena poesía, como para resistir la pátina y el embate del tiempo, y en color verde apagado (con tinte un tanto místico), tiene una aclaración que la atención llama: más o menos una antología. Claro, se recogen en él varios periodos del canto de un poeta que se ha dejado enamorar por el día a día, y a la página ha llevado sus presiones e impresiones, por ese concepto tan presente que se llama “lo cotidiano”. Asume el poeta con comodidad, en la respiración y el estilo, los deliquios del ir y venir del ser humano en la tierra.

El prólogo del texto “De la naturaleza de las cosas” (editado por la Fundación Jorge Guillén) correspondió al poeta y narrador dominicano José Enrique García, quien sin dar muchas vueltas de tuerca se acerca a la obra, y con nitidez señala: “Urrutia asume la palabra como razón vital del reto poético, de su existencia”.

Y agrega el autor de El Fabulador internándose en el campo genealógico para desentrañar las lealtades con el talento heredado, que Urrutia siguió los lazos sanguíneos, la estela de una tradición poética que en la familia halló asiento”. Se refiere al poeta padre, al poeta abuelo que le precedieron. Una estirpe, que al uno leer los poemas de Urrutia no puede poner en duda de que se ramificó por las venas de este éste.

Es, se puede intuir al cruzar de una página a otra de la antología, la poesía de Urrutia, una poesía centrada, una poesía que se resiste al merodeo verbal, que no se desliza en el desperdicio y que no hace mucho bohío con el ripio. He aquí otro acierto: se siente al leer que el poeta Urrutia canta a lo que está cerca, y lo hace desde un espíritu que sabe crear distancia, de un espíritu que se sitúa lejos para ver mejor el objeto del canto.  Poesía fruto más de observaciones que de ensoñaciones, y en los detalles entroncada, para alcanzar el conjunto.

Cuando Enrique García habla de “la dignificación de lo cotidiano” explica con aplomo, que se trata de “la recuperación del detalle”. Este es un aspecto que destaca en todo el texto:  La totalidad le importa al ojo, todo lo que hace temblar el sentido porque tiene física presencia. En el caso de Urrutia, desde la estancia o el paso por un aeropuerto hasta los visos de su infancia en Valladolid, la mesa, la silla, la luz que se hace casi tangible únicamente cuando sobre un objeto o piel reposa, son asuntos salvados e incorporados a su universo poético.

La poesía de Urrutia, en muchas ocasiones, está atravesada por la prosa que hace un saludo marcial o virtuoso a ésta. Verbigratia, el poema titulado: “Porque solo soy verbo”, donde con aire apocalíptico dice: “Luego, terriblemente,  (y digo bien, terriblemente, solo la escritura importa. A la postre, solo la escritura es”.

La poesía auténtica, aporta más que información (que es el caso de Urrutia), entrega el estado espiritual del hombre que la produce. Y en este aspecto Urrutia, se inserta en lo ordinario de lo cotidiano y allí vive para observar tanto los movimientos de los seres humanos como el estado vegetativo de las cosas.

El mérito de “De la Naturaleza de las cosas” es que el poeta aporta una mirada honesta sobre las cosas, que recoge su música, su misterio, y que en su composición física se adentra.  Este es un poeta que no pretende con la imagen o la metáfora grandilocuente, ni otro recurso parecido al más artificial de los fuegos, someter al lector, sino hacerlo caminar con él, acompañarlo en su tránsito fluido de ver y observas las cosas.

Es una poesía, repito, que se produce de observaciones, y que, por tal calidad y cualidad, no cae en banalidades, decires falsos o retorcimientos superfluos de la palabra, que otros llaman retórica. Es una poesía que se hace, con la mezcla de la mejor tradición española y la norteamericana.  El poeta sigue lo que pasa, tiende a participar de lo que ocurre plasmándolo con rigurosidad en la página.

Tiene la poesía de Urrutia, en esta “Naturaleza de las cosas”, una autenticidad que escapa del aspaviento con a veces lo poetas torean las palabras. Es una poesía que sabe a dónde va, y por eso no extraña que uno sienta que siempre viene con una mirada nueva, una mirada inteligente sobre lo que le sacude.

En “Poema inconcluso del tiempo viejo”, Urrutia retrata con magníficos versos lo que es la preocupación de todo cantor: “Mi palabra maltrecha y reducida/a una sombra gasta de guerrero/conserva su poder en mi memoria/y aletea feliz entre mis sueños”.

“Mi palabra, vil guiñapo que llora”, destilan estas seis palabras toda la condición existencial del que escribe. Ha hecho Urrutia una especie de ars poética que tiende a lo trágico.

Tiene la poesía española (como lo mejor de la norteamericana), una tradición de haber ido e inmiscuirse en el canto a lo pequeño para llegar a lo grande: (Miguel Hernández, Antonio Machado, Rafael Alberti, Gustavo Adolfo Bécquer, Francisco Quevedo), de ahí que no es extraño ni para sorprenderse el derrotero que ha tomado este Urrutia. Un balance justo arroja buenos resultados.

Alcanzo otro de sus versos; “solo la escritura importa”. Su impronta está ahí, su compromiso con la palabra, en plena salud, surge. En este texto la poesía respira como respiran las bestias cuando están en perfecto estado, cuyos resoplidos en plena ebullición corporal nos despabilan y ponen en alerta. Huye uno, y al hacerlo se encuentra en el camino con algo bueno, como fue encontrarse con este texto, donde a partir de observaciones la palabra pasa a la acción para amancebarse con el detalle.