Los autores contemporáneos, en medio de una Babelia de información, espectáculo y liquidez, ya no se inmutan ante el problema ontológico del compromiso social; la cuestión no se plantea con la seriedad filosófica de ciertos autores del siglo XX: Gorki, Brecht, Sartre, Camus, entre otros. Para Sartre, por ejemplo, la literatura solo tenía sentido si servía para cambiar la realidad, para concitar en el lector la revolución que evite la parálisis social. En su cosmovisión “el hombre está condenado a ser libre”, tal y como lo expresó en su libro El existencialismo es un humanismo. En consecuencia, la misión de la literatura es servir como catalizador del cambio social, el eslabón que termina de configurar la masa crítica, el detonante de la rebeldía.
Si analizamos la trayectoria de Luesmil Castor Paniagua, pues es obvio que estamos ante un intelectual lúcido y crítico ante su contexto, un “rebelde con causa”, un académico con conciencia de clase, un cuestionador del estatus quo, un inconforme con las injusticias que derivan de los poderes fácticos, y, sobre todo, un escritor comprometido socialmente, a quien le importa deslindar si vale la pena hacer arte por el arte o un arte comprometido.
El libro Mamá Tingó en temblor de agua, de Luesmil Castor Paniagua, resalta como una propuesta político-filosófica como también por ser un artefacto vintage, es decir, una obra actual, pero cuya poética y discurso nos remiten al mundo cultural de la década de los setenta. Incluso, queda como tarea indagar con el autor si se trata de un texto concebido en aquellos años y, tras un tiempo inédito, publicado a posteriori en el 2021. Lo primero que resalta es la honda preocupación social que descubrimos en su ideología, un enfoque que nos remite a grandes momentos de nuestro canon, como Los Humildes, Hay un país en el mundo, Compadre Mon, El viento frío, Paisaje con un merengue de fondo, Sinfonía vegetal a Juan Pablo Duarte, entre otros poemas de corte social.
Mi primer acercamiento al texto fue a los pocos meses de su edición. Justo cuando lo releo en la República Dominicana se celebra un innovador evento de poesía y artes visuales (de)nominado Figura Retórica, en paralelo al anuncio del Festival Internacional de Poesía, de contenido ortodoxo y tradicional; por lo que el contexto se nos presenta como ideal para situar, entre las antípodas, el aporte de Luesmil con las variables estéticas, estructuración y discurso de su poemario; un canto justiciero, con verdades tan claras como el trazo de un rectángulo, que sin embargo no tiene ni una brizna de panfleto.
La cultura dominicana, escasa de heroínas, encuentra retratada y exaltada en el poema la figura de Florinda Soriano Muñoz, en una mitología de tono que fusiona lo épico y lo lírico, y una narrativa que la coloca al lado de Anacaona, Trinidad Sánchez, Juana Saltitopa, las Hermanas Mirabal, Agustina “Tina Bazuca” Rivas y otras grandes mujeres de nuestra historia, por lo que además de buen poema épico es un aporte al arsenal simbólico de la República Dominicana, una visión que provoca replantear los estudios culturales en torno al arquetipo de la mujer dominicana desde el punto de vista de su heroicidad.
La propuesta presenta cierta complejidad para la mirada semiótica, porque se trata un poema épico de largo aliento, en fragmentos temáticos y numerados, que de momento cambia a lírico, lo que le da carácter y estilo propios de la poesía surgida a partir de la postmodernidad, en donde los registros no buscan el purismo del pasado y la cuestión de género se observa con ojeriza como cuestión en desuso. Y no es para menos, cuando la poesía del mundo actual es quizás la más creativa y ecléctica que se ha producido en toda la historia. En este poemario hay momentos de transparencia cuasi dialógica, pero también podemos identificar pasajes en los cuales la plasticidad se eleva hasta un lirismo que raya en lo surrealista:
“El temblor de agua Tingó arrastra en tus ojos cardúmenes de peces regresados del arcoíris”. (pág. 25).
“Un disparo ensordece la tarde que se arruga en el ceño de la muerte”. (pág. 60)
Fue un acierto la elección del poema en prosa y no el verso libre o de caída tonal en el final de los intervalos rítmicos, porque el bloque en parágrafo va más con el concepto, las emociones, el criterio de un homenaje desde las lágrimas, lo telúrico, la velocidad del luto, el ritmo frenético de quien alucina una lucha ditirámbica entre en bien y el mal, con un fondo de atabales. En este sentido, la forma es exquisita, discurre como un río: unánime y cambiante sin dejar de ser el mismo canto.
Mamá Tingo en temblor de agua pasa a formar parte de nuestra tradición del poema largo aliento, estilo de muchos de los mejores textos de nuestro canon: Rosa de Tierra, Canto a Proserpina, Vlía… Se trata de un nuevo aporte a la poesía social, cada vez menos cultivada; destino similar al del poema de tema amoroso. Un texto tejido con la urdimbre de lo vernáculo, tal como se resalta al personaje central: “El alma que voló a posesionarse en el altar del pueblo” (pág. 25). Pero también es un poemario cuyo discurso rescata giros de la lengua popular y los convierte en tropos de resonancia interesante para la universalización de lo dominicano. La enunciación del canto se viste de figuras y símbolos con sabor a lo vernáculo: palenque, machete, merengue, quilombo, conuco, cofradía, moño, convite, prieto…
Desde París, contexto ideal e idealizado para el ejercicio escritural, la voz poética, sin embargo, le canta al pueblo, al campo, los arrabales y el monte de las trescientas familias por las que martirizaron a Tingó. Aunque el Sena no es el Ozama, la intención es siempre la de homenaje a la líder campesina, mártir y heroína, Florinda Soriano, Mamá Tingó, la mujer profeta, la que esculpió una de las frases célebres de nuestra cultura popular: “La tierra es de quien la trabaja”.
Al bardo tampoco le importa otro tipo de desarrollo, la voz poética, “bifurcada de rascacielos, subway y trenes en Manhattan”. Hasta en el extraterritorio mantiene izado el símbolo de la justiciera Mamá Tingó:
“No dejo de pensar que la mujer de la estatua eres tú”.
De París a Buenos Aires, sí existe un circuito internacional en el que la voz poética se siente identificada, y es esa gente que reivindica la lucha campesina en Colombia, Perú, Panamá y otros países, todos con algo en común, y es que en esas topografías “los luchadores por la tierra” libraron hazañas con cierto parangón a las gestas de Tingó. El cantor, en su mutación épico-lírica, muestra admiración por los mártires que se sobrepusieron al dolor vallejiano de “nacer un día en que Dios estuvo enfermo”, los que pararon y levantaron el viento para llenarlo de su voz, de su lucha justiciera, de su épica contra dantescos enemigos.