Salomé Ureña.

A pocos meses de que se cumplan los 150 años de la publicación de la primera antología de la poesía dominicana, que con las limitaciones del tiempo recogió José Castellanos, seleccionando a los más importantes poetas de la época republicana y recopilando de ellos los que entendía mejores poemas de la segunda mitad del siglo XIX, es de importancia cultural que se pueda rescatar la memoria histórica de su obra, la que ostenta la condición de primerísima en la historia de la literatura nacional, rindiéndole merecido homenaje: la Lira de Quisqueya, impresa por primera vez en 1874.

La literatura dominicana del siglo XIX

La poesía dominicana de hoy se forjó desde un pasado colonial calamitoso, que ya alcanza las cinco centurias, pero que comenzó a ser prometedor a partir de la época republicana, desde el último cuarto del siglo XIX. Santo Domingo fue dependencia de España por más de trescientos años; territorio francés por más de una década a partir de 1795; nuevamente español iniciando el S. XIX, para terminar, ocupado por la Republica de Haití hasta 1844.

Tantas desgracias no podían nutrir el espíritu ni tampoco ser aliento para el desarrollo cultural, literario y poético; obstáculos para el surgimiento de una literatura nacional, que solo tuvo tímida vigencia posterior a la proclamación de la independencia nacional, cuando sectores juveniles se responsabilizaron de fundar periódicos, organizar pequeñas bibliotecas y establecer sociedades político-culturales, que dieron escasos frutos a la literatura de entonces, sin que necesariamente se puedan ignorar.

Sin obviar los aportes de la poesía romántica de la Primera República (1844-1861), es en los años setenta del XIX cuando la juventud irrumpe en el escenario cultural con su poesía patriótica, y con fuerza suficiente para ser tomada en cuenta más allá de los límites de nuestro territorio. La coincidencia con lo que sucedía en el ambiente económico-social y político a partir de 1873, era predecible: instalación de decenas de ingenios azucareros, surgimiento de la Escuela Normal; ambiente político que propiciaba las ideas de progreso; gobiernos liberales con aspiraciones democráticas; apertura de la Universidad con el nombre de Instituto Profesional; promoción desde el Estado para apoyar la existencia de bibliotecas, revistas, periódicos, sociedades culturales…….

Es a mediados de los años setenta, precedidos de un ambiente social carente de escuelas públicas y de universidades, que en Santo Domingo se intentó establecer con iniciativa oficial, una institución superior dedicada a los estudios universitarios en general y, como su nombre lo expresa, a la enseña de la literatura en particular, institución que fue bautizada con el pomposo nombre de “Ilustre Universidad Literaria”, fundada por decreto del 23 de febrero de 1879. Pero esta academia, víctima de los conflictos políticos de entonces, no dejó de ser un proyecto inconcluso.

La “Lira de Quisqueya”: primera antología

Ya lo dijo el poeta y ensayista Manuel Rueda en su texto “Dos siglos de poesía dominicana (S.XIX-XX): “merece nuestros elogios la primera antología que produjimos, la Lira de Quisqueya (1874), donde se hace énfasis en los poetas que estaban en plena producción”.[1]

La “Lira de Quisqueya” con notas biográficas de cada uno de los autores contenidos en la antología, fue publicada en Santo Domingo en la imprenta de García hermanos, a principios de 1874. La obra es una selección de los más importantes poetas de la época, “coleccionada en un solo libro, donde pudieran hallarse reunidas algunas de las muchas composiciones en verso de varios de nuestros inspirados Bardos, que aun andan dispersas en colecciones manuscritas, en los periódicos del país y en algunos del extranjero”.[2]

Los que aparecen en esta primera antología con el nombre de “poesías escogidas y seleccionadas”, son los siguientes poetas: Manuel María Valencia: La víspera del suicidio; Una noche en el templo; En la muerte de mi padre. Javier Angulo Guridi: El suspiro y la canción; A…; A una lámpara; En el cementerio; Fastidio; A Dios. Félix María del Monte: A la señorita  R.M.; Dolora; Ella; El banilejo y la jibarita; A mi patria. Nicolás Ureña: Noches de difuntos; Mi patria; Una lágrima; Un guajiro predilecto.

Por igual, aparecen en la Lira: Félix Mota: La Virgen del Ozama; A la muerte de la señorita Dolores Suazo: El blasfemo; La vida. José María González: Un isleño desterrado. Josefa A. Perdomo: A mi hermano R. Perdomo; Al presbítero D. Fernando A. Meriño; A la noche. Manuel de Jesús de Peña: Una flor silvestre; A mi patria; El color azul; Un recuerdo a Joselia; Las dos palmas; El viajero; El despartamiento; Aislamiento; El calórico y la luz. Juan Francisco Pichardo: El 9 de Junio; A la muerte del malogrado Joven Alberto Rotellini; A la palma de la libertad; Suspiros y deseos; A….

También se encuentran en la “Lira de Quisqueya”: Manuel Rodríguez Objío: Mi patria; Alegoría; ¿Qué haré?; Oscuridad; El apóstol; Nunca te olvidaré; Hojas perdidas. José Francisco Pellerano: ¡Sí te amo!; A Emilia; El 5 de Mayo; La huérfana a Dios; A Cuba. José Joaquín Pérez: Tu cuna y su sepulcro; Cuba y Puerto Rico; Dios y siete años; Ráfagas; Baní; Ecos del destierro; En mi retrato; Inscripciones; La vuelta al hogar. Manuel de Jesús Rodríguez: Emoción; A mi madre; Oda; Tu y yo; La vuelta al hogar; Ramillete; Hastío; Fantasía; A “La Juventud”; ¡Adiós!. Francisco Henríquez y Carvajal: Mis deseos; A mi sobrina Elena Adelina; ¡Cuba Libre! Restauración; Sueño y realidad; Guirnalda; Antítesis; María; Meditación.

Y por último: Juan Isidro Ortea: El Batey; Solo!; A mi patria; A C***; Desaliento; Sueños. Salomé Ureña: La gloria del progreso; Recuerdos a un proscripto; Melancolía; Contestación; A mi patria; Gratitud; Un himno y una lágrima. Francisco Javier Machado: A mi madre; Dolora; Lagrimas; Te amo; Misterio; Hastío; Auras; En el álbum de una poetisa; Lejos; A una mujer, y Apolinar Tejera: Vaguedad; La mujer; A***; Yo te amo.

Algunos de los que aparecen enlistados en la Lira de Quisqueya, en especial José Joaquín Pérez y Salomé Ureña, a quienes el literato Joaquín Balaguer señalas como “los dioses mayores de la literatura nacional” y en torno a ellos—dice también el político-escritor—, se agrupaba “un número considerable de escritores y poetas que recibieron, en menor grado, los dones de la inspiración literaria, que merecen ser especialmente citados”, entre ellos, muchos de los que aparecen en la Lira de Quisqueya: Manuel Rodríguez Objío, Josefa Antonia Perdomo, Apolinar Tejera, Federico Henríquez y Carvajal , Francisco J. Machado, y Juan Isidro Ortea,[3] que son algunos de los que fueron mencionados un año después en la antología “América Poética” (1875), y en la Antología de poetas hispano-americanos de Menéndez y Pelayo en 1893; pero en especial, de los poetas seleccionados, muchos de ellos aparecen en un extenso listado enviado por la Comisión formada para preparar la antología que se envió a España en 1892, junto al estudio titulado Antología poética dominicana: Reseña histórico-critica de la poesía en Santo Domingo” (1892). Esta reseña es un opúsculo impreso en el país y en el que por primera vez se utiliza el término “antología” como parte del título de un libro de literatura, ya que en la Lira de Quisqueya de 1874 no se hace, sino que se señala que son “poesías dominicanas escogidas y seleccionadas”.

Poetas dominicanos en antologías extranjeras siglo XIX

Es en el último cuarto del siglo XIX, cuando, de acuerdo a los investigadores de nuestra historia cultural, comenzaron a surgir los primeros dominicanos considerados como verdaderos poetas. Por lo menos esa parece ser la conclusión a la que llegó en 1892 el estudioso de la literatura hispanoamericana y española Luciano Menéndez Pelayo. Pero antes que él, otro especialista en la poesía americana, había puesto la atención en recoger lo que acontecía en América.

Menéndez Pelayo, en su obra Antología de los poetas hispano-americanos, t.II (1893), apunta con sobrada razón, que fue el dominicano José Castellanos el que primero recogió una selección de los más destacados poetas de Santo Domingo, y aunque dice que no había “llegado a ver esta colección, formada por Castellanos”, anota que él suponía sirvió “de base, en la parte relativa a Santo Domingo, a la América poética, de D. Domingo Cortés (París, 1875)”.

La antología a que se refiere Menéndez y que fue utilizada, o “que sirvió de base”, para la de Domingo Cortés es “La Lira de Quisqueya”, que de acuerdo al filólogo español contiene un listado de 19 poetas que aparecen publicados en la “América Poética” y que debieron ser aportados por José Castellanos en su mencionada obra, publicada bajo permiso de Interior y Policía en febrero de 1874. Como se entenderá, aunque para la publicación de “América Poética” fue utilizada la recopilación de José Castellanos, en ella no están contenidos todos los poemas que originalmente aparecen en la “Lira de Quisqueya”.

De todos modos, la primera vez que los poetas dominicanos aparecen en una antología en el extranjero, sucedió en la referida antología de Cortés, impresa en Paris en 1875 con el título “América Poética: Poesías Selectas Americanas”, del escritor chileno José Domingo Cortés.

Poetas dominicanos en “América Poética”

José Domingo Cortés, en la obra citada, publicada en Paris en 1875[4], se atrevió a presentar una extensa selección de 19 poetas y poemas de las plumas de dominicanos. En su amplísima antología, incluye a los siguientes escritores:

Manuel María Valencia: 1) Una noche en el tempo; 2) En la muerte de mi padre. Javier Angulo Guridi: 1) En el cementerio; 2) A Dios.  Félix María del Monte: 1) A Rosita; 2) Dolores. Nicolás Ureña: 1) Mi patria. Félix Mota: 1) La Virgen del Ozama; 2) La vida. José María González: 1) Un isleño desterrado. Josefa A. Perdomo: 1) A mi hermano R. Perdomo. Manuel de Jesús de Peña: 1) A una flor silvestre; 2) A mi patria; 3) El color azul.

También a: José Francisco Pichardo: 1) Suspiros y deseos. Manuel Rodríguez Objío: 1) Alegoría; 2) ¿Qué haré?; 3) Hojas perdidas. José Francisco Pellerano: 1) ¡Si te amo…!; 2) A Emilia. José Joaquín Pérez: 1) ¡Tu cuna y su sepulcro!; 2) ¡Diez y siete años!. Miguel Román y Rodríguez: 1) A una amiga; 2) Adiós al año; 3) A un libertino. Manuel de Jesús Rodríguez: 1) Emoción; 2) Tu y yo; 3) A mi madre; 4) La vuelta al hogar; 5) Ramillete. Federico Henríquez y Carvajal: 1) Mis deseos; 2) Antítesis; 3) María. Juan Isidro Ortea: 1) A mi patria; 2) ¡Solo!; 3) A.C; 4) Desaliento; 5) Sueños. Salomé Ureña: 1) La gloria del progreso; 2) Un himno y una lagrima; 3) Melancolía; 4) Contestación al 5) joven poeta Temístocles Ravelo; 6) Gratitud.

Por igual: Francisco Javier Machado: 1) A mi madre; 2) Dolora; 3) Lagrimas; 4) Te amo; 5) Misterio, y Apolinar Tejera: 1) Vaguedad; 2) No odiéis a la mujer; 3) A ella; 4) Yo te amo.

Debemos destacar, que en la antología de la poesía de América de José Domingo Cortés están incluidas dos mujeres dominicanas, las primeras en aparecer en una antología de la poesía tanto fuera como dentro del territorio dominicano: Josefa Perdomo y Salome Ureña.

A menos que algún estudioso de la literatura dominicana presente una nueva información, se puede afirmar que la primera vez que los poetas dominicanos aparecieron incluidos en una antología data del año 1874 y fuera del país en 1875. Posteriormente, en 1892, en base a una nueva selección hecha por una Comisión de intelectuales y poetas dominicanos, volverán a resonar en el ámbito internacional, aunque entendemos que con un poco menos de suerte.

Antología de Menéndez Pelayo y los poetas dominicanos

En Santo Domingo, desde las primeras décadas de la colonización europea, la poesía estuvo presente, pero como iniciativas literarias de españoles que residieron en Santo Domingo.  Son suficientemente conocidas las actividades literarias presentes desde los tiempos en que España comenzó su dominación económica, política y cultural en la isla de Santo Domingo. Tal y como lo refiere Luciano Menéndez Pelayo, en el segundo volumen de su importante obra Antología de poetas hispano-americanos (1893), que dedicó a Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela.[5]

En este libro, fundamental a la hora de estudiar la poesía dominicana, su autor, una autoridad en la literatura europea y americana, precisó que en la Isla de Santo Domingo, “no puede ocupar sino muy pocas páginas en la historia literaria del Nuevo Mundo”; señalando algunos nombres tenidos por él como escritores de “malos versos en prosa” y “desdichados versificadores”, mientras que de otros dice que sus versos están “llenos de asonancias”.

Para Menéndez Pelayo, la historia de la literatura de Santo Domingo se inicia con el poeta “Francisco Morillas, que por el año de 1691 compuso una glosa con motivo del triunfo obtenido en la Sabana Real de la Limonada, el 21 de enero de dicho año, sobre las tropas francesas”. Aunque también es indulgente con el escritor que llama “gran Tirso de Molina”, que solo vivió en Santo Domingo de 1615 a 1617.

Después de repasar algunos de los hechos históricos de los siglos XVII y XVIII, revisando de manera breve algunos nombres que son citados en la historia de la literatura de Santo Domingo, se refiere despectivamente al género “trivial y rastrero de la décima burlesca y de la ensaladilla o pasquín satírico”, “destituidas de todo valor”, pero sin dejar de referirse a Meso Mónica “un negro “¿repentista fácil e ingenioso”.

En cuanto a José Núñez de Cáceres, Menéndez señala su “Canción bastante correcta en algunas estancias”, pero fría y prosaica. Mientras que del patricio Juan Pablo Duarte, dijo que este hizo versos alguna vez, aunque no presumía de poeta; pero que “el más fecundo y afamado versificador de este tiempo fue un maestro de escuela, D. Manuel María Valencia”.

A partir del nacimiento de la República Dominicana, y de los 17 años en que fue nación libre y soberana antes de caer nueva vez en brazos de España, Menéndez Pelayo observa que resultó en un período “laborioso y durísimo aprendizaje, y poco o nada favorables al desarrollo de la amena literatura”, destacando el papel de la prensa cultural y de las asociaciones literarias del período, para luego apuntar que esa generación “produjo bastantes poetas”. De estos destacó a Javier Angulo Guridi, Félix María del Monte, Felipe Davila y Fernández de Castro, Nicolás Ureña, y Félix Mota “que valen algo más”: “El magistrado Ureña, conocido por el seudónimo de Nísidas, tuvo el mérito de introducir el color local en la poesía dominicana, cantando las costumbres de los guajiros en romances y décimas a imitación de lo que habían hecho” otros poetas cubanos, pero inferior a ellos.

De esa manera el estudioso de la lengua española parece concluir en lo que podría entenderse como una crítica a los poetas dominicanos, diciendo que fueron los cubanos los que los influenciaron por tener ellos “superior cultura”: “Así es que la poesía dominicana reproduce, aunque en pequeño, los cambios del gusto en las grande Antillas española, y sólo en nuestros días comienza a adquirir cierta autonomía”, coincidiendo con las observaciones que en 1892 le hizo llegar la Comisión responsables de seleccionar los poetas que, en el interés de los dominicanos, debían ser tomados en cuenta en la antología de Menéndez y Pelayo:

“Para encontrar verdadera poesía en Santo Domingo hay que llegar a D. José Joaquín Pérez, el autor de El junco verde, de El voto de Anacaona y de la abundantísima y florida Quisqueyana; en quien verdaderamente empiezan las fantasías indígenas, interpoladas con los Ecos del destierro y con las efusiones de La vuelta al hogar; y a la egregia poetisa D.ª Salomé Ureña de Enríquez (Herminia) , que sostiene con firmeza en sus brazos femeniles la lira de Quintana y de Gallego, arrancando de ella robustos sones en loor de la patria y de la civilización, que no excluyen más suaves tonos para cantar deliciosamente la llegada del invierno o vaticinar sobre la cuna de su hijo primogénito”.

Pero de manera extraña, aun con esa positiva apreciación sobre los dos referidos poetas nacionales: Salomé Ureña y José Joaquín Pérez, anotó en su antología de los poetas hispanoamericanos, que “el plan de esta colección nos obliga con hartos entendimientos, no sólo a prescindir de sus versos, sino a limitarnos a esta rápida mención de sus nombres; y ni aun ésta hubiéramos hecho a no ser tan desconocida en Europa la literatura dominicana”. La que parece injustificada discriminación, lo llevaron a incluir en la referida antología a uno solo de los poetas remitidos hasta su importante oficina, responsable de preparar la obra hispanoamericana con la que se procuraba celebrar los cuatrocientos años del descubrimiento de América: al poeta Francisco Muñoz del Monte. De los poetas enviados de manera oficial por el Ministerio de Instrucción Pública, solo apareció un listado de los mismos, pero ignorados sus poemas.

Imaginamos que en el caso de otros países contenidos en el tomo II de los poetas hispanoamericanos, por la misma razón, Menéndez Pelayo incluyo: 16 poetas venezolanos, 13 de Cuba, 2 de Puerto Rico y solo 1 de República Dominicana. La valoración de la poesía dominicana recogida por la Comisión no mereció se le tomara en cuenta, aunque el filólogo español dejó anotado que recibió y revisó oportunamente el listado remitido desde Santo Domingo:

“Este capítulo, tan incompleto y breve como es, no hubiera podido escribirse en Europa sin el eficacísimo auxilio de la Comisión nombrada por la República Dominicana, y compuesta de los señores D. Francisco Gregorio Billini, D.ª Salomé Ureña de Henríquez, D. Federico Henríquez Carvajal, D. Pantaleón Castillo y D. César N. Penson. Además de una discreta y erudita Reseña Histórico-Crítica de la Poesía en Santo Domingo, ha remitido esta Comisión en esmeradas copias una abundante y selecta colección de poesías dominicanas, y aunque por vivir la mayor parte de sus autores no han podido figurar en la nuestra, nos parece útil dar el índice completo de estos poetas, para utilidad y guía de futuros investigadores de la historia literaria de Quisqueya: Doña Salomé Ureña de Henríquez.-Encarnación Echavarría de Delmonte.-Josefa Antonio Perdono.- Altagracia y Luisa Sánchez. -Elena Virginia Ortea.-D. Francisco Muñoz del Monte-Felipe Dàvila Fernández de Castro.-Manuel María de Valencia.-Javier Angulo Guridi.-Félix María del Monte.- Félix Mota.-Nicolás Ureña.-Manuel de Jesús Heredia.-José Francisco Pichardo.-Manuel Rodríguez Objío.-Manuel de Jesús de Peña y Reinoso.-Francisco Gregorio Billini.-José Joaquín Pérez.-Manuel de Jesús Rodríguez.-Federico Henríquez y Carvajal.-Juan Isidro Ortea.-Francisco Javier Machado.- Apolinar Tejera.-Miguel Alfredo Lavastida.-Nicolás Heredia.-Federico García y Godoy.-José Dubeau.-César Nicolás Penson.-Pablo Pumarol.-Emilio Prudhomme.-Enrique Henríquez.-Gastón Fernando Deligne.-Juan Elías Moscoso.-Arturo B. Pellerano.-José Otero Nolasco.

Antología poética dominicana: la reseña critico-histórica

La primera vez que se imprime un texto con el título de “antología” aconteció en 1892. En ese año, la Comisión remitió a España la producción poética de 35 escritores dominicanos.

Cuántos y cuáles los poemas enviados, no lo sabemos; pero la selección existe, porque fue un documento en el que estuvieron implicadas instituciones del Estado dominicano y español. Lo que sí conocemos es el texto de la “discreta y erudita Reseña Histórico-Crítica de la Poesía en Santo Domingo, ha remitido esta Comisión en esmeradas copias una abundante y selecta colección de poesías dominicanas”.

Este rarísimo opúsculo de referencia, impreso al mismo tiempo que se enviaba a través de canales oficiales, junto con la selección hecha llegar a la Real Academia de la Lengua de España, tuvo por título “Antología Poética Dominicana: Reseña histórico-critica de la poesía en Santo Domingo”, editada por la revista Letras y Ciencias, cuyo director, Federico Henríquez y Carvajal, formaba parte de la delegación que se encargó de preparar la misma. 

En 1892, motivada por la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, la Real Academia Española de la Lengua solicitó de manera oficial se le enviara una selección de poemas para ser integrados en la antología que se preparaba bajo responsabilidad de Luciano Menéndez Pelayo, que, para el caso dominicano, luego sería impresa en la “Antología de los poetas hispano-americanos”, tomo II, publicada en Madrid, en 1893. 

Para hacer la solicitada selección, que, de acuerdo a la Secretaría de Estado de Justicia e Instrucción Pública, correspondía a los deseos de la Academia Real Española[6],  fue constituida una Comisión integrada por Salomé Ureña de Henríquez, francisco G. Billini, Cesar Nicolás Penson, Federico Henríquez y Carvajal, y J. Pantaleón Castillo. Hecha la selección y preparado el texto que la acompañó, esta fue remitida al Consulado de España en Santo Domingo, para que la hiciera llegar a la Real Academia de España.

En comunicación de Tomas D. Morales, ministro de Instrucción Pública, este expresa sentirse “satisfecho del laborioso trabajo hecho por la Comisión, y, aunque tarde, espera que podrá aprovechársele haciéndolo figurar al frente de las poesías dominicanas escogidas que se remitieron a España para la Antología hispano-americana en homenaje merecido de las letras, publicara la docta Corporación en el cuarto centenario del descubrimiento de América”.[7] 

La referida selección de poetas y poemas enviados desde Santo Domingo y recibidos por la Academia de la Lengua, fueron utilizados para los fines previstos, aunque Menéndez Pelayo, como lo dejó anotado en su libro de referencia, no los incluyó en la Antología que preparaba. Un solo poeta, del que se escogieron dos poemas, apareció en la referida antología: Francisco Muñoz del Monte y sus versos “El verano en La Habana” y “La muerte de mi amigo y condiscípulo D. José María Heredia”. El informe también remitido, sirvió en España para preparar el capítulo correspondiente a República Dominicana.[8]

Lo que se anota en la Reseña histórico-critica de 1892

La Antología poética dominicana, preparada por la referida Comisión, no contiene los nombres de los poetas seleccionados, ni tampoco las poesías escogidas, listados que acompañó la edición impresa en 1892. Localizar esas menciones y los poemas remitidos es un trabajo que debe de ser realizado en los archivos dominicanos, con iniciativas de investigadores o filólogos dominicanos.

Lo que presenta la Reseña, es un enjundioso estudio de la poesía dominicana desde los tiempos del descubrimiento de américa hasta el momento en que el referido texto fue remitido a España. 

Ese texto, rico en informaciones culturales y literarias de la época colonial y republicana de Santo Domingo, reseña las razones que impidieron el surgimiento temprano de una literatura nacional, debido a que, como aparece anotado, “nada hubo estable y fecundo en los primeros tiempos de la República. Instrucción escasa y rutinaria, ninguna escuela literaria en que hacer estudios formales, salvo tal cual cátedra y lecciones que daba algún aficionado a las letras de aquella convencional retorica; estimulo ninguno, prensa servil o no libre, y la muerte en todos los órdenes sociales y políticos, sin contar con la guerra durante dieciocho años contra Haití”.[9] 

El florecimiento de la poética nacional, de acuerdo con el la Reseña, arranca a partir de la revolución de 1873, que hizo “respirable la atmósfera política y social. El espíritu sacudió la inercia, y todo entró por el abierto cauce, no menos fecundo por inesperadamente ofrecido a las aspiraciones del pueblo. Renació el antiguo vigor; las ideas salieron a esparcir luz; la prensa crujió con furia; la instrucción cobró importancia y auge; las letras sintieron que enardecida sangre corría ya por sus exhaustas venas, y alzó alto el vuelo la poesía, tan alto como la escasas robustez de sus nervios y la cortedad y de sus alas se lo permitieron”.[10]

En el campo del empuje del movimiento literario, tuvieron destacadas responsabilidades las asociaciones literarias, entre las que sobresalieron “La Republicana”, “La Juventud”, los “Amantes de la Luz”, y “Los amigos del País” con sus bibliotecas, actividades culturales, periódicos dedicados a la literatura, la presencia de Eugenio María de Hostos y la apertura de la Escuela Normal y del Instituto Profesional. Todo intrincado en un repentino proceso que llevaba a la industrialización, la inmigración de cubanos, puertorriqueños y caribeños de las Antillas menores, en fin, que: “Si evolución y transformación completa de la poesía nacional, solo trajo consigo la revolución de noviembre. De ese modo se inaugura un renacimiento literario cuyos resultados se están mirando. Uno que otro de los antiguos poetas que aún quedaban, muerta ya y enterrada la poesía romántica de los delirios, acordaron sus armas al son de las nuevas y vibrantes armonías de la realidad que se endiosaba, y cantaron la Patria, el amor, la naturaleza, la religión y el progreso humano con verdadera originalidad”.[11][12]

Fue de ese movimiento hacia el progreso que se dejó sentir a partir de la caída de Buenaventura Báez, cuando  tomó forma el notable movimiento libertario que, “imitando discretamente y con provecho a los buenos poetas españoles contemporáneos, franceses, alemanes y aun latino-americanos, dejaron oír los vigorosos acentos de la lírica moderna; siendo unos cuantos de ellos de castigada forma clásica en que encerraban pensamientos trascendentales y otros denotando una profundidad de ideas y una originalidad tan grandes, cual nunca se hubiera imaginado que cupiesen en la asendereada y poco cultivada poesía nacional”.

Este estudio, que con disimulada humildad los miembros de la Comisión remitieron a la Real Academia de la Lengua, que contó también con el apoyo de la sociedad Amigos del País para publicar en el mismo año la referida Reseña, lo entendemos como la primera exposición impresa de la literatura nacional, y por demás, escrito por intelectuales nacionales. Para nosotros, que este opúsculo, esta pequeña obra fruto de un esfuerzo colectivo es un inmenso aporte a la historia de la literatura dominicana.

Ahora solo nos queda llamar la atención a las entidades culturales, a los gremios de escritores, Ministerios vinculados a la Educación y la Cultura, y en especial a la Academia de Dominicana de la Lengua, para que aúnen esfuerzos y recursos, para dedicar el 2024 al rescate de la poesía dominicana, reabriendo las páginas de la Lira de Quisqueya, la primera antología de la poética nacional. [13]

[1] Manuel Rueda, “Dos siglos de poesía dominicana (S. XIX-XX). Santo Domingo, Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1996, p. 2

[2] José Catellanos, Lira de Quisqueya. Santo Domingo, Imprenta de García Hermanos, 1874.

[3] Joaquín Balaguer, Historia de la literatura dominicana, Santo Domingo, 1972, 2da, edic.,  p. 110

[4] José Domingo Cortes, América Poética: Poesías Selectas Americanas, Paris, Librería de A. Bouret e hijos, 1875.

[5] Luciano Menéndez Pelayo, Antilogía de poetas hispano-americanos. T. II. Madrid, Real Academia Española, Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1893. (Véase también la edición preparada por Enrique Sánchez Reyes y publicada en 1948)

[6] Antología, Revista Letras y Ciencias, Año I, No. 8

[7] Idem.

[8] Luciano Menéndez Pelayo, Antología de los poetas hispano-americanos, 1893, p. 309.

[9] Antología de la poesía dominicana, Reseña histórico-critica, p. 6

[10] Indem, p. 32

[11] Idem, p. 33