La palabra es una metáfora del hombre, la sustancia con la cual se construye a sí mismo, energía sonora que le testimonia en cuanto recrea, desde su perspectiva en el Universo, su percepción de la realidad y el sentido primero y último de la existencia.

Cuando alguien, debido a estar vibrando en una alta frecuencia o por una gracia, accede a planos de la realidad no perceptibles para los comunes, se sitúa en un ángulo de la conciencia que le permite asistir a experiencias naturales a los niveles vibratorios donde las cosas se aman. Esto último, fruto de la dinámica evolutiva en la espiral del proceso espiritual.  Estas experiencias son intuidas o experienciadas  por poetas y místicos.

El episodio intuitivo nos aboca a vivencias que nos revelan una verdad, en la que, como en el Cratilo, las cosas se revelan en su esencia; la mística nos empalma con esa verdad que son las cosas en su estado esencial. Son muchos los que testimonian experimentar experiencias orientadas por la intuición. Se trata de irrumpir en un plano de la conciencia como expresión de la supraconciencia, donde todo está aconteciendo en un permanente presente, en cuanto, allí todo está configurado en la memoria de la matriz dorada de la Conciencia Cósmica, en el akasha o prana, dimensión de la energía pura, donde el pasado el presente y el futuro acontecen en un continuum espacio-tiempo. Esto permite al poeta intuitivo recrear sus vivencias como verdades de vida, testimoniarlas a través del poema, prevalido de lo que denominamos el lenguaje de la conciencia, de modo que las cosas son testimoniadas en su esencia al ser enunciadas.

En el caso de la experiencia mística, no es solo un avistamiento de la verdad como esencia de las cosas, sino que a ella nos abrazamos y vibramos al unísono con todo lo viviente en su estado energético. Toda experiencia mística transforma. Ese es el indicativo de una autentica experiencia mística. Cuando de la poesía mística se trata, podemos considerarla de dos tipos: aquella en la que al regresar a este lado, a esta ribera de la conciencia local, pretende recrear la experiencia como vivencia desde fuera de la experiencia, lo que en la mayoría de este tipo de ejercicio con frecuencia las palabras ensombrecen o hacen un ruido atroz que en neblina la vivencia que ha quedado del otro lado; sin embargo, unos pocos poetas logran crear un registro léxico-semántico que se traduce en un código de categorías arquetípicas que permite que el resplandor nos aposente en una reflexión de circular sensibilidad, que nos arrebata hacia el interior de la vivencia que la experiencia funda como una verdad esencial; pero esto no siempre hace del poeta un místico. El poeta místico es aquel que en mansedumbre asciende por la gracia de la piedad, y vibrando en ardoroso amor con todo lo viviente, se abraza a la Unidad de la supraconciencia,  al Tao, a aquello que nombrar no es posible y se abandona en ella como parte de la energía pura, en esa dimensión donde todo pierde el nombre y es intrínseca al la Unicidad.

El verdadero poeta místico, no sale de la experiencia, por lo que en él es vivencia, significando esto que queda del otro lado y establecido en la más alta órbita de la espiral de la conciencia, canta su verdad de la que ya no es parte, sino Todo, porque en la supraconciencia,  como en el poeta místico,  no se es una parte de La Fuente, sino, La Fuente en su plenitud, sin pretérito, porque ella es siempre presente en su Ser; de modo que el místico regresa en consciencia para ser La Manifestación, el decir  de la totalidad.

Errados juicios suelen confundir la poesía religiosa con la mística; igual, el poeta que ha plasmado un poema místico no significa que sea místico. Pero los hay. Y digo bien, porque todo místico es poeta, sonoro o silente, pero poeta, en cuanto su sensibilidad le mantiene vinculado en consciencia a su naturaleza de ser, y le permita ser Uno con las cosas.

Enunciaré un nombre, y con ello estaré presentando ante ustedes, como en una litografía, a un autentico poeta místico: Tulio Cordero. De Tulio podríamos decir que no hace poesía, no la inventa, sino que ilumina con el testimonio de sus vivencias, porque estas son en su realidad, lo cotidiano y natural. Su sensibilidad lo mantiene en su centro, donde es con el Ser de todas las cosas; por lo que postulo que en él no se dan ya las experiencias, porque él está instalado, establecido en la vivencia, de modo que lo que para otros es experiencia, en él, ya enunciamos, es la realidad real, lo natural, ya sin asombro ni necesidad de análisis, en cuanto las cosas están en su naturaleza esencial con él en entrañable vínculo, de amorosa unidad, como dice Plotino, cuando nos habla del Uno.

La sensibilidad de Tulio Cordero es singular, se ahonda y se estable en lo que en las cosas es sin reposo, para que la esencia diga su voz… Dice Tulio Cordero en el siguiente poema: El mar es enorme. / El caracol pequeño. /Mas / en el laberinto     del caracol  / está toda la sinfonía del mar inmenso. /  Y yo que te contemplo, /  soy sólo el caracol  / de tu misterio.

Este otro poema es también muestrario de lo que hemos venido hasta aquí postulado; escuchemos: Unas letras temblorosas, / sólo para decirte / que no he dormido estas noches. / Y no he de pensar en ti, / sino de tenerte dentro. / (Es lo que no se lleva lo que se piensa). / Y estas estaciones divagan / sin poder robárteme. / Es que te llevo dentro / como el pueblo su dolor y su esperanza. / Yo soy pueblo y tú… / ¡ay, / paloma mía / no duermo!

Esto digo: estamos, evidentemente ante un poeta místico en por genuinos méritos, ante un místico transitando hacia su centro, hacia ese plano de la conciencia donde no hay dualidad, solo la belleza de la verdad amándose en la certeza de ser sola. Como lo testimonia en Ficción: La penumbra es / solo una cara de la luz / que juega con nosotros / a las escondidas. / ¡Todo es luz!

“Todo es luz”, dice aquí el poeta, recordándonos el decir de Nikola Tesla, quien también tenía esto por certeza. Igual que en la espiritualidad del induismo,  Tulio Cordero acontece hacia La Unicidad, allí donde todas las cosas son paisajes disímiles en la forma, pero una sola realidad en su esencia. De esto da cuenta en el poema Claridades traviesas: Toda la noche / anduve rastreando tu mirada. / Arrimé el oído / al suelo desnudo / y te escuché: / el día creciendo / entre fuego y sombra, / entre piedra y piedra / de ocres caminos / y flor de caña al viento. / Te escuché: / cielo claro y nube mansa, / arroyuelo travieso, / fuego y hervor de cascadas. / Te escuché: / ardorosa savia, / ligero viento sonoro, / juego de verdes en las ramas. / Y en la noche, / ¿Dónde esconderme? / ¿Bajo tu omnímoda luna de plata? / Me hiciste / me nombraste / sin decirme tu nombre. / Por eso / aún desando las noches / rastreando tu mirada.

Y sin dudas, hay también en este canto una visión paralela al taoísmo (verdad de vida que muy bien nos explica la taocuántica), en la que las cosas son sólo una en ardoroso amor: En esencia, / todas las fuentes / son la misma Fuente / Todos los besos / son el mismo beso. / Y todas las búsquedas / nacen / de la misma sed.

El poeta que celebramos, entra en sintonía con todo; testimonia esa sensibilidad que se hace latido aun en las hojas secas, ese otro pozo que es el bosque, que cae para tocar a la puerta de otra para soñar juntas que despiertan de verdes en otro árbol, cuando dice: Una hoja / duerme / sobre su propia sombra. / sin más ropaje / que su desnudez. / Tirita.

En la totalidad del Uno, del Absoluto, ya no es él, ni teme ni duda. Se abandona, se suelta y se entrega para ser el que es dentro, con el único anhelo de volver en plenitud a la Fuente Primera, donde no poseemos las cosas, sino que somos en ellas. Esto dice el poeta Tulio Cordero: He mudado todas las pieles / en esta única estación / de mi existencia. / Ya no tengo miedo / de perder. / Las cosas que he amado / ya no son mías.