André Breton (1896-1966), como teórico y fundador del Surrealismo, también quiso ser su publicista y su difusor. No solo el líder del grupo y poeta, sino hacer proselitismo con este movimiento artístico y poético. Es decir, intentó hacer una geografía estética del Surrealismo y crear una escuela que trascendiera a Francia y que se expandiera, como irradiación esplendente, por América Latina completa. De ahí que hiciera una gira, un periplo, por la América mestiza y el Nuevo Mundo, cuyo sincretismo era, a su juicio, tierra fértil que no necesitaba el abono de la fantasía, la magia y la maravilla porque ya estaban o anidaban en el Caribe y el resto del continente, ya que eran consustanciales a su naturaleza originaria. Ello así, pues representaba, desde su punto de vista, un mundo o un universo, donde la realidad y la fantasía, la historia y el sueño, se confundían y mezclaban, como en un calidoscopio cultural, étnico, lingüístico y social. América latina encarna un mosaico o galería de etnias indígena, negra y blanca: de lo autóctono y lo foráneo, lo africano y lo europeo. Por esa razón, incluyó en su viaje, visitar México, Haití, Martinica, Taití, Cuba y Santo Domingo, tras la búsqueda del Grial o el Dorado, o algún tesoro perdido que fuera la sustancia y la esencia del arte y la poesía. Buscaba una huella y una filiación, o los signos de la historia y la memoria, donde la realidad se transforma en hechizo y la cultura se vuelve espejismo del tiempo.
En su primera visita a Santo Domingo, Breton se reunió con el grupo de poetas que integraban la Poesía Sorprendida, tras la búsqueda de una raíz surrealista. Acaso maravillado, al saber que su lema era: “Poesía con el hombre universal”; o, más exactamente: “Estamos con el hombre universal, hoy como ayer; mañana y siempre”, afirman, en su Manifiesto, los poetas sorprendidos. Así se definían, y bajo ese principio estético como antorcha, estos poetas, que buscaban “sorprender a la poesía”, como dijeron en Los triálogos, Mariano Lebrón Saviñón, Domingo Moreno Jimenes y Alberto Báez Flores, al ponerle nombre al movimiento poético. En ese sentido, tenían afinidades estéticas y electivas: los vinculaba y unía la vocación de universalidad, pero desde lo nacional. Los poetas sorprendidos se mostraron opuestos a todo “falso insularismo que no nazca de una nacionalidad universalizada en lo eterno profundo de todas las culturas”. Contrario a los postumistas (con Moreno a la cabeza, y el filósofo Andrés Avelino, redactor del Manifiesto), que postularon en su Manifiesto la oposición a los clásicos antiguos, a Darío (“Darío ha muerto”, dijeron), a los mitos greco-latinos, y a favor de una poesía de color local y temática nacionalista. Los sorprendidos, perseguían –como los surrealistas, y los románticos en su época–, rescatar lo folclórico, salvaje y primitivo para profundizar en las raíces culturales del país. Solo Freddy Gatón Arce practicó la “escritura automática”, o cierto rasgo de la prosa surrealista, en su libro de poemas en prosa, Vlía. Fuera de Gatón, ningún otro poeta –ni sorprendido ni cuarentayochista–, empleó la “escritura automática” o el “automatismo psíquico” en su poesía, como postula Breton en el Manifiesto Surrealista, de 1924, aunque sí se perciben algunos rasgos en el universo metafórico de algunos poetas criollos de esa época. Los postumistas buscaban una suerte de “nacionalismo espiritual” en el arte y la poesía, tras el ideal utópico de la unidad histórica y la magna patria americana, así como un destino común. Por lo tanto, la influencia del Surrealismo y de Breton en los sorprendidos fue tenue, pese a que algunos leían en francés y tradujeron poemas para la revista de la Poesía Sorprendida. Más se percibe en los poetas ochentistas dominicanos, de la “poética del pensar”, quienes leyeron la Antología de André Breton (1913-1966), la Antología de la Poesía Surrealista de Aldo Pellegrini, y los poemas de los demás surrealistas.
Tampoco se aprecia el influjo surrealista en los pintores de las generaciones del cuarenta, cincuenta y sesenta, donde la presencia más poderosa fue la de Picasso y el Cubismo. El Surrealismo, en cambio, fue más influyente en los pintores de la Generación 80. Es decir, tardíamente, como siempre aconteció con la influencia de los movimientos artísticos europeos de los siglos XIX y XX, y las vanguardias históricas. “Los latinoamericanos siempre llegamos tarde al banquete de la civilización”, sentenció Alfonso Reyes.
Los surrealistas tenían como ideal la voluntad y el deseo de lograr la transformación del hombre y el cambio de la vida y del mundo, pero desde lo espiritual y lo estético. Y lo intentaron, a través del juego, la fantasía, la ensoñación, y la escritura y la pintura automáticas. La libertad, el amor y el erotismo, como expresiones de la inspiración creadora, buscaban romper las trabas, los esquemas y los límites de la tradición, poniendo a dialogar lo profano y lo sagrado, lo religioso y lo mítico, lo salvaje (o primitivo) y lo racional, la desnudez y el pudor. Y lo hicieron con la experimentación vanguardista en la sensibilidad y la imaginación del acto creador. La revolución surrealista se volvió una irrupción espiritual, estética y política capaz de transformar la concepción y la visión del arte y la poesía. Transgredieron así las normas y los cánones con nuevas técnicas y formas de escritura, desde la libertad absoluta de creación. Y dándoles dignidad y eficacia a las técnicas que provenían más del azar que del cálculo –como el collage, el grattage, el frottage, el “cadáver exquisito” o el “poema colectivo”,– creadas por los dadaístas, muchos de los cuales migraron al Surrealismo.
Breton tenía la creencia de que en Europa, devastada por la guerra, el mito de la creación y el sueño de una nueva estética, no eran posibles, sino en otra latitud, y de ahí que hiciera la gira por el Caribe, pasando por Martinica (donde conoció al poeta Aime Cesaire, autor de Cuaderno de retorno al país natal y Las armas milagrosas), Taití, Haití, Cuba (donde entabló amistad con el pintor Wifredo Lam), y México (donde se deslumbró con la obra del pintor Rufino Tamayo). Visitó Santo Domingo en 1941 y volvió en 1946, junto a su mujer y su hija, en cuyo último viaje además lo acompañó Víctor Serge y su hijo, y Anna Seghers, quienes huían de la guerra. Aquí, hace gran amistad con el pintor, escultor e intelectual, Eugenio Fernández Granell, el exiliado republicano, a quien luego Breton invita a exponer en la Exposición Internacional del Surrealismo de la Galería Maeght. En el viaje de 1946, Breton, que venía de Taití (donde estuvo a principios de siglo xx Paul Gauguin), reconocerá a Granell como representante legítimo del Surrealismo pictórico americano. Granell, en reciprocidad, le regala al poeta francés el cuadro “L´heure d´ete” y Breton le publica un dibujo en el número 4 de la revista Neón. Granell llegó a Santo Domingo, en 1939, con otros exiliados republicanos, entre los que había artistas e intelectuales. Pero, tras el endurecimiento de la tiranía de Trujillo, se ve forzado a marcharse a Guatemala, y allí es perseguido por los estalinistas, pues era de filiación trotskista. En sus inicios era marxista, desde 1935, cuando formó parte del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Trabó amistad con el poeta surrealista francés Benjamín Peret y el pintor cubano, Wilfredo Lam. Cuando estalla la Guerra Civil española, Granell se une a los republicanos y dirige el periódico del POUM, El Combatiente Rojo. Tras la guerra, es perseguido por los fascistas y luego por los comunistas de corte estalinista, sus antiguos camaradas, pues lo consideraban trotskista, y por tanto, enemigo del comunismo. De ahí que fuera perseguido y “condenado a muerte”, como sucedió con Trotsky en México, quien no corrió la misma suerte, muriendo asesinado el 20 de agosto de 1940, de manos de Ramón Mercader, un espía y mercenario de Stalin. De España, Granell huye a Francia, en 1939, donde encuentra a Lam y a Peret, y de París, se traslada a Chile, donde es rechazado porque no querían más refugiados. Arriba a Santo Domingo, con su esposa Amparo Segarra, que había conocido en Valencia. En Santo Domingo, al ser violinista, forma parte de la Orquesta Sinfónica Nacional (fundada en 1942) como primer violinista. En 1941, conoce aquí a André Breton, en su primer viaje, y lo entrevista para el diario La Nación, el 21 de mayo, de donde saldrá una gran amistad, que perdurará hasta la muerte de Breton, en 1966. En 1946, tras seis años de estancia en Ciudad Trujillo, al negarse a firmar una carta de adhesión a la tiranía, Granell tiene que abandonar el país, instalándose en Guatemala. En 1950, se ve precisado a escapar de nuevo, al estallar una revolución y se instala en Puerto Rico como profesor de Historia del Arte, en la UPR. Allá hace amistad con el poeta Juan Ramón Jiménez, quien también vivía como exiliado. En esta isla, en 1951, publica el libro Isla Cofre Mítico, de cariz y matiz surrealistas, con la dedicatoria siguiente: “A Elisa y André, en recuerdo de habernos conocido en una isla”.
En 1952, se produce en París un memorable encuentro entre Breton, Granell y Peret. Breton le organiza al pintor la exposición en la Galería L´Etoile Scellee. Desde París, Granell retorna a Puerto Rico, tras pasar por NY, donde verá a Marcel Duchamp. En 1958, se va a Nueva York, y allá se reencuentra con Duchamp, quien elogia su pintura surrealista. En esta ciudad, Granell será profesor de Literatura Española en el Brooklyn College, de 1958 a 1985, y publica su tesis doctoral titulada El Guernica de Picasso. El fin de una era español. Además, pública Federica no era tonta y otros cuentos y La leyenda de Lorca y otros escritos. Regresa a España, su Madre Patria, en 1985, y recibe el premio Medalla de Oro de las Bellas Artes. En 1995, se crea en Santiago de Compostela, la Fundación que lleva su nombre, y fue declarado Hijo Adoptivo, en 1997.
Así fue la errancia de Fernández Granell, que huye del franquismo, el trujillismo y el estalinismo, hasta que encontró un clima de paz y libertad, propicios para la creación y la enseñanza, en la vecina isla de Puerto Rico y en Nueva York. Murió en 2001, en Madrid, a los 88 años. Había nacido en 1912, en La Coruña, Santiago de Compostela. Además de pintor, escultor y dibujante, Granell fue músico, ensayista, poeta, crítico de arte y musical, profesor y novelista. (En la ciudad de México, en 2010, en una librería de viejos, para mi sorpresa, encontré un poemario suyo publicado allá).
En Santo Domingo, de 1940 a 1947, pinta obras como El hilo del azar, Descanso en las nubes, Figuras jugando, Armida y Amistad, bajo la influencia de Lam, Picasso y Miró. En Guatemala, entre 1947 y 1950, pinta las obras Cabeza de indio, Curandero indio y Los blasones mágicos del vuelo tropical. En tanto que, en Puerto Rico, de 1950 a 1956, pinta Noche de paz, noche de amor, Génesis probable del blasón y La vitrina del entomólogo. En Estados Unidos, de 1956 a 1965, pinta las obras: Figuras llamando a una puerta incendiada, El volcán de agua, La estrella de Perseo, El palacio flotante en algas y corales y La dama del aire. Por último, en España, en su última etapa, de 1986 a 2001, pintará Escaramuza tribal en el centro mismo de Madrid, El pajarero busca a su ruiseñor, El artista escultor atempera con flores la rebelión de sus monumentos y El príncipe constante. Granell también incursionó en el cine surrealista en los años 60 con filmes experimentales en 8mm, además de que escribió algunos guiones. Hizo cine puro, películas abstractas y narraciones surrealistas. Así tenemos: Película hecha en casa con pelota y muñeca (1962), Trompos (1961) y Middlebury (1962), y películas abstractas como Invierno (1960) y Dibujo (1961). En México publicó tres novelas: La novela del indio Tupinamba (1959), El clavo (1967) y Lo que sucedió (1968). Es autor de los guiones cinematográficos: La bola negra (1950), El arte de pintar es un antiguo compañero del ser humano (1962) y Nuevas aventuras del indio Tupinamba en la República Occidental del Carajá, junto a José Luis Egea (1980). Como se ve, fue una especie de hombre renacentista, un polímata –como se dice hoy–, pues fue capaz de incursionar en múltiples disciplinas creativas, literarias e intelectuales.
El paso por Santo Domingo dos veces de Breton y la presencia como exiliado de Fernández Granell fueron hitos vitales para la poesía dominicana, y acaso un privilegio, que el país letrado no supo –ni ha sabido– explotar y capitalizar. Ni Breton ni Granell contribuyeron luego a la difusión o inclusión en antologías o traducciones de la poesía nacional, ni tampoco a la proyección de nuestros pintores. La excepción fue Iván Tovar, quien está incluido en una antología de la pintura surrealista en Francia, y se debe a que vivió en París y allí trabó amistad con algunos artistas del Surrealismo.
Para la difusión del movimiento de la Poesía Sorprendida fue esencial la publicación de su revista, que circuló entre 1943 y 1947. Se editaron 21 números, en tiradas de 500 copias. Fue fundada por el chileno Alberto Baeza Flores, Eugenio Fernández Granell, Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce y Mariano Lebrón Saviñón. La revista contenía ensayos, artículos, traducciones e informaciones culturales. Publicaron traducciones de los poetas surrealistas Paul Eluard, André Breton, Robert Desnos, Max Jacob, René Crevel, André Salmon, entre otros. Fue un proyecto colectivo y de ahí que la dirección era rotativa. Partieron de la lectura de las revistas La revolución surrealista y Minotauro, aunado a la obra Los campos magnéticos, escrita a dos manos por André Breton y Phillipe Soupault. A cien años de la publicación del Primer Manifiesto Surrealista, el paso por Santo Domingo de André Breton, y el encuentro con Fernández Granell, marcaron un hito en la historia del Surrealismo no solo para América Latina, sino para el país y el Caribe. Pero que es poco valorado o reconocido en el país y el extranjero, en lo atinente a la dimensión, trascendencia e importancia de ambas figuras del arte y la intelectualidad del siglo XX, y sobre todo, a la amistad de ambos.
Basilio Belliard en Acento.com.do