(Presentación de Enegildo Peña, del poemario Nos mordió la noche de la autoría de Martín Almengó. Biblioteca de la Barranquita del recinto Santiago, viernes 21 de abril año 2023, seis de la tarde).
Enegildo Peña.

 El libro comienza haciendo un acto de confesión y de fe, tanto personal como familiar, una especie de autobiografía revelada sin ambages de ningún tipo. El autor entra a un pretexto para que podamos ver y leer, que quien lo escribió es un hombre que está en cada verso de su poemario: Nos mordió la noche (2023). Sus primeras plegarias religiosas y poéticas las escuchó de su padre (ya fallecido), su madre y un amigo. Ante el don de la poesía, confiesa:

Nunca supe la razón por qué escribía. Al principio pensé que tenía que ver con la esperanza, la ilusión o el amor. Todos mis versos se escribieron solos, mi único esfuerzo fue respetar el momento y hacerle caso al silencio que despertaba mi interior. […] La poesía no la inventé yo; parece que vive conmigo. De esto último tampoco tengo conciencia. De lo que sí estoy seguro es que una sensación extraña me obligaba a decir cosas que, al releerla, tomaron forma y sentido (Proemio, pág. 13).

Almengó sabe muy bien que los años pasan, por eso recupera y testifica todo lo vivido, con su mamá Sara: «Yo también estoy viejo, / tengo el alma arrugada. / Dejemos los años en paz/ y disfrutemos de la sensación de lo vivido. / La culpa pesa más que el recuerdo de lo que no pasó» (pág. 17).

La poesía no es un estado de fe, sino una concreción de la lengua en su máxima concentración y pureza. Nadie está más potencializado para desarrollar su competencia creativa: el poeta es quien tiene la facultad de engrandecerla y trascenderla, más allá de su instrumentación lingüística y comunicacional. El aeda es el auténtico Dios de la palabra, porque la lleva a mundos imaginarios que solo la literatura puede exponer y comprender. Un vate es un filósofo de la lengua porque con ella piensa, siente y crea.

La poesía viene de la oralidad a la escritura, ahondando en los saberes más profundos y recónditos de la humanidad, desde contar y cantar poéticamente las epopeyas más encumbradas de los pueblos antiguos, como lo hizo el griego Homero a través de la Ilíada y la Odisea, dos de las grandes obras poéticas más significativas de todos los tiempos, convirtiendo a su autor en uno de los poetas más universales.

Una parte del público.

Sin ser griego ni cultivar ese tipo de poesía, Martín Almengó ha querido emprender el vuelo supremo de la poesía que, de alguna manera, la mayoría queremos alcanzar. El título de su primer libro: Nos mordió la noche, es una encantadora metáfora para entrar a su universo poético, desde distintos ámbitos. La noche no es solamente una palabra, también es un símbolo que ha sido muy utilizado por los grandes bardos, en contextos diferentes.

Como símbolo de oscuridad, amor, placer y bohemia. En el caso que nos compete la noche está configurada, desde la mordedura del amor, el erotismo y el placer: «Bendigo el corazón maldito del amor/que abraza la mirada del placer, / para sentirse tristemente sereno. / No quiero más gloria que la que me diste. / Profanar los cemíes de tu cuerpo amurallado/ junto al sol/ fue mi luz» (pág. 21).

Martín Almengó autor de la obra Nos mordió la noche.

El corazón está bendecido, pero igual maldecido por el amor. A sabiendas de ello quiere profanar espiritual y físicamente a su amada, aunque él no quiere «morir en la memoria olvidada del recuerdo/cuando cansado de andar me juzgue el cielo/ y el castigo sea la gloria de la bondad de tu infierno» (pág. 22).

El poeta dice que el corazón está bendecido y maldecido por el amor, entonces regresa al recuerdo como vivencia del pasado, porque está convencido de que jamás volverá a profanar su cuerpo, pero mucho +menos, podrá acariciar y disfrutar «de la bondad de» su «infierno».

No hay que ser un poeta místico para revelar las interioridades de nuestro ser profundo y físico, la palabra tiene la utilidad para hacerlo, desde cualquier entorno. Interiorizar las vivencias nos permite poder externarlas hasta: «[…]en los rosales secos por un rocío de esperma» (pág. 24). Aun, el aeda maldice el amor, saborea y disfruta de su sexo. Pero no puede abolir su sufrimiento y su vacío, porque ante la vida solo podemos ser: «Si soy, / si no, / si río, / si callo, / todo me apostrofa un nombre. / Al carajo los versos y los ‘corandez’. / Libre y sufro/ viejo y muero/ …nada más puedo ser» (págs. 26-27).

El poetizar que hallamos en Nos mordió la noche, no está dentro del poeta, sino fuera de él: expresando sus vivencias, sus desvelos, sus angustias y nostalgias. En este poema-rio: la noche es un transitorio de cuerpos/ vencidos y vaciados, de amores y desamores. La noche es un jolgorio de la carne donde dejamos atrás los sinsabores del día, ella está más cerca del codicioso deseo del erotismo y el placer, pretendiendo la permanencia de la vida.

Es un libro de testimonios y revelaciones, donde el poeta no deja de ser él mismo para mostrarse sin la sutileza de la hipocresía o la pose social de los farsantes de siempre. Quienes puedan leer entre las líneas metafóricas y simbólicas, este texto poetizante podrán descubrir a un hombre sin rodeos. El poeta dice lo que hace, hasta en sus momentos más íntimos y placenteros, aun no poder ser lo que quiso ser. Martín posee una memoria prodigiosa, donde construye sus poemas antes de escribirlos.  Recorre la reminiscencia de las horas para temporalizar sus contextos situacionales y sus momentos ya idos: levanta la sombra de la noche tendida en los espermas de su cuerpo.

Releyendo esta obra, me queda claro que el autor utiliza la noche para desnudarse de todas partes: de su apetitosa corporalidad busca el placer de la carne en su razón existente, también desviste su alma y su pensamiento para desdibujarse sin ningún tipo de sutileza. Es un poemario abierto a los mordiscos de la noche y a las rendijas del amor y el placer, llevándonos a lo que dice Octavio Paz sobre el sexo, el erotismo y el amor, desde la perspectiva de la poesía: «La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal» (ob. cit., pág. 10).

Almengó ha realizado ambos propósitos, logrando una poesía corporal y un erotismo verbal, partiendo de la sentencia principal del ensayo del maestro mexicano: «El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida» (pág. 7).

Este es un texto atrevido y despiadado, donde Almengó se monta y se desmonta en la luz oscura de la noche y el placer como un motín de amores idos y caído, en la sombra de la lujuria de su cuerpo vencido. Detrás de su entramado metafórico y simbólico se muestra a un ser huma-no siendo él y sus circunstancias, sin reparos y sin mentiras. Esto se evidencia en la mayoría de los poemas que conforman esta obra, véase algunos de ellos:  Noches impúdicas, Nueve mandamientos entre tus piernas, El hedonista, Desnudez fálica, Chuli, Lo que queda de mí, Fósiles de cabañas, Gólgota, Ensayando morir, Casto al final (págs. 59-60), entre otros.

Aunque el poemario está vertido de erotismo y placer, también posee unos poemas que laceran el alma atormentada del poeta de una forma despiadada y reflexiva: «Muerte a la muerte (págs. 29-30), Me niego a morir (pág. 47), Libre albedrío (pág. 49), Un minuto (pág. 53), En vos confío (pág. 55), Frente al espejo (pág. 57)». Entrelazado aparecen unos poemas de una síntesis estética discursiva que nos convidan a pensar poéticamente el entorno y su mundo: «Más allá de la obsolescencia del tiempo, / me esculpo y me disculpo. / …Regreso en breve (Cocoa, pág. 50). Por favor, / no salgas esta noche. / Prefiero que la luna preserve su rostro / y duermas en mis recuerdos/ la inocencia soberana de un ayer (Hoy como ayer, pág. 53)».

Juan Areas Director General del recinto Santiago de la UASD, junto a otras autoridades y profesores de la institución.

Desde tiempos ancestrales existe una comunión entre religión, sexo y amor. Solo basta mencionar dos textos fundamentales en la materia: Cantar de los cantares de Salomón y Canto Espiritual de San Juan de la Cruz. Estos tres grandes temas simbióticamente están presentes en este libro, de una manera rebelde, feroz y desgarrante: nada se oculta ni se detiene todo fluye entre sus garras.  Poesía que reza en lo sicalíptico, en el hedonismo y la profanación sin tapujos ni reservas. Es una poesía que se surte, se inmola y se levanta en la voz de su escritura.

Proclama el ser que lo cobija en las extremidades de su esencia. Muestra y cuestiona lo que toca, incluyendo a su propio autor, igual arguye al Dios que nos olvida y nos abandona. Un poemario que lleva en su andamiaje cantos, plegarias, coros, sacrosantos, querubines y amén. En la misma obra, Octavio Paz escribió: «El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora» (pág. 10).  Para concluir, destacaré también que Nos mordió la noche, es un texto donde su autor inventa palabras nuevas, en algunos de sus títulos y poemas, creando un vocabulario poético muy particular y ostentoso. Vocablos que solo él puede descifrar en su innovación semántica, aunque nos resulten extraños e indefinibles para nosotros. Pero, resulta ser, que la poesía es tan libertaria que ni siguiera la lengua la puede contener.