León Félix Batista y Juan José Rodinás, Feria Internacional del Libro Santo Domingo, 2015.

Formular un algoritmo literario. Construir (no escribir ni crear) un libro para instaurar (vale decir: fundar, establecer) un sujeto en el lenguaje: médula que vertebra este corpus de expresión que se titula Algoritmo para cambiar el flujo de los ríos (Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Quito, 2023), antología que cubre 20 años del quehacer poético de Juan José Rodinás.  Y eso hace de este tomo no un objeto cultural en el mercado numerario de las almas, sino un dispositivo para fundar el Ser, para fundar-se en cierto modo, en modo escritural.

Ello porque el poeta mismo es el lugar (Ambato, Quito, Leeds, un páramo o Yorkshire) aparte de estar en él. Y él es quien interpreta antibaladas y yaravíes frente a fotografías, “el mapa de circulaciones que se llama a sí mismo Juanjo”, como marcador semántico constante. Y como consta en estas páginas, Juan José Rodinás (constituido en una de las voces más relevantes de la poesía latinoamericana del momento) está modificando al escribir, deliberadamente, la brecha entre la universalidad de los sujetos y la singularidad de lengua.

Su propia psique como nave nodriza para ir por el espacio rítmico, y ponerla en relación con la presentidad del orden material, preponderantemente con su aspecto plástico. Y entonces ¡cristaliza!, todavía escurriendo y vulnerable como un grafiti fresco, como hacer filosofía con un tubo de aerosol. A sabiendas de que “yo” es un desconocido y la identidad tiniebla.

El lector experimenta la inquietante sensación de que este libro se autodestruirá después de ser leído, porque se refiere a él (pese a la rúbrica de otro). Uno cree que dejará de ser un libro cuando las palabras floten sobre el espacio liso y se puedan atrapar con una mano. Es fácil determinar lo que subyace en dicha práctica: la impugnación continua del sujeto a favor del predicado de los hechos. Lo complejo es el temblor mental que queda. Pues ¿qué harás cuando las páginas se queden sin las letras, demolida la morada de tu ser, el resplandor del blanco sobre blanco ardiendo?

Tender un hilo de inteligibilidad, con “música inaudible”, entre el yo y no el otro, sino lo otro, que es el dédalo per se, con los caminos truncos y dead ends existenciales: baliza y salvavidas. Emprender el acarreo de lo que ha ocurrido, la inconstancia del instante, la fijeza en movimiento y los residuos de la velocidad: esta es su función sintética. Parece que nos deja naufragar para exprimir silencio a su cosmología cotidiana. Pero después pregunta, evoca, invoca, siempre al sesgo del sentido, con intensidades lúcidas. Y sabemos que seguimos sobre la línea de flotación de sus poemas por la filiación armónica que nos suscita.

Lo cierto es que el punto explícito de su cartografía no es tan solo un postulado metafísico, sino también la apertura de un portal: profundizar en una percepción por tópicos y encontrarle claridad a un contenido, contenido (no es un eco) en su expansión. En su expansibilidad, las líneas vienen, van, con pericia de trapecio, pretérito y hodierno en simultaneidad: “Mi niño on the rocks drena mi cabeza usando un láser” y también “Escribo desde el láser de la noche (…) donde un hombre viejo se rasga los brazos y los dientes para sentirse vivo”. Un “niño reversible”, en fin, puras fantasías animadas de ayer y alrededores, como titula un poemario suyo, con el que obtuvo el Premio Aurelio Espinoza Pólit, y que fuera publicado en el 2021 por PUCE en Quito.

Esta compilación, no obstante, se lee como se ve Irreversible, el filme de Gaspar Noé: desde lo más reciente a sus principios. Por eso enmarca las dos etapas en que más claramente se fragmenta su modo de urdir poemas: la que parte desde Barrido de campo (2010) hasta Anhedonia (2013), influenciada por el neobarroco y la poesía del lenguaje; y la “voz segregada, sensitiva, reflexiva” (ver: Una poesía de las cosas concretas, entrevista a Juan José Rodinás por César Eduardo Carrión. Revista Elipsis número 3, https://www.elipsis.ec/dialogos-entrevistas/una-poesia-de-las-cosas-concretas), que desemboca en los recientes Cuaderno de Yorkshire (Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, Editorial PreTextos, Valencia, 2018), Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (Premio Casa de las Américas, Cuba, 2019) y Un hombre lento (accésit del VI Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”, Diputación de Salamanca, 2019), intersecada por Kurdistán (2017) –que, de acuerdo con su autor en la referida conversación con Carrión, hace equilibrio entre ambas miradas–, y el bonus track de inéditos que fueron fijando esa foto movida que es todo cúmulo biográfico.

En sus momentos barrocos actúa “el tratamiento de la materia por masas o agregados” (como –en El pliegue. Leibniz y el Barroco– dice Deleuze que Wölfflin dijo). En la siguiente fase, de cable a tierra, se puede atestiguar su tránsito desde la destrucción –o reconstrucción– de los órdenes lingüísticos, y la supuesta representación de lo real por las palabras, la puesta en cuestión de la correspondencia entre palabras y cosas (Wittgenstein, Foucault), hasta amasar las cosas con palabras.

Podemos leer su estilo “como la casa de un hombre escribe que falló en construir lo hermoso” (Happiness: finale), en virtud de que procede como una refacción de realidad, de un tejido interrumpido que remonta hasta el origen siendo el fin, rehaciéndose. Yo sé que no son más que mis aproximaciones. Pero pienso que leerle es recibir información ramificada desde un punto móvil que se fija en un momentum de conciliación con lo real, puesto en abismo, sin embargo. Y que se puede libro a libro rearmar, como los bloques de lego, en action figures, en figuras literarias, y atrapar el tiempo en tropos: en un solo poema la simultaneidad de formas, y un verso un multiverso.

(Prólogo del libro. Publicado previamente como reseña en la revista Rocinante #183, enero 2024, Ecuador)