Todo poeta es un permanente predicador de las cosas del espíritu. En el principio de los tiempos, en la tierra reinaba el caos; estaba desordenada y vacía; es decir, el primer reino, el reino mineral, estaba ovulando en golpes de nubes entre los mares y los cielos, pero el Espíritu de Dios morada sobre las aguas, que con sus tres estados: sólido, líquido y gaseoso, tiene vida perpetua e inteligente, pero la palabra cambia su composición molecular, y por eso el Espíritu Santo de Dios, que es Dios mismo y su Hijo Amado, que es el Verbo, Cristo, que es la luz del mundo y de donde surge y resurge la vida, equilibró la balanza de los pilares de la tierra, y entonces fue creado el reino vegetal, y después el reino animal, y fue creado el hombre como príncipe de todo lo creado.

En 445 mil años al parecer este fenómeno cósmico donde la  tierra queda desordenada y vacía; donde un cataclismo exterior o meteórico, o interior a causa del  dominio equivocado del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, especialmente de la energía nuclear, como acontece en la era actual, al parecer la autodestrucción está predeterminada. La debilidad de Dios para con nosotros es el amor; nos ha amado  tanto, que los pecados  infinitos del hombre, ser finito, que no puede pagarlos, Dios mismo al través del primogénito de la Creación, el Cristo, que es la materia de la potencia de Dios, por cuánto  todo en él, por él y en él fueron hechas todas las demás cosas, viene a mostrarnos que la muerte es mentira.

Haz el bien, apártate del mal, y vivirás para siempre. Es el mandato divino y, en el cumplimiento obediente del mismo, está la redención del  ángel caído que se supone habida en el corazón de todo hombre que vive lleno de amor  y en paz  consigo mismo  y con la naturaleza. Venimos de órbitas invisibles, donde existen seres de luz que reciben el alma azul celeste de cada ser humano, en caso de que haya alzado la plenitud del amor, objeto que da  sentido a la existencia en la tierra. Si no ha alcanzado la plenitud del amor, este espíritu debe volver, luego de recapitular su vida, sus  virtudes y faltas, sus cumplimientos e incumplimientos, como el río de la vida cuando baja de la montaña y desemboca en la mar dichosa de la existencia invisible, mira hacia atrás y, entonces, debe  volver a cumplir los mandamientos violados en la vida pasada, y sólo  cuando haya alcanzado la plenitud del amor, al morir se reintegrará a Dios, padre celestial.

En este mundo, existen dos espadas; la espada temporal, secular, que es la que gobierna pueblos y naciones; y la espada intemporal, que gobierna la vida del espíritu del hombre y de la mujer, que  trasciende a la vida, y constituye su misterio. Según el Eclesiastés: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó”. Está claro que el cielo y la tierra pasan, y Dios restaura lo que pasó, y entonces el cielo y la tierra son hechos nuevos después que pasan, pero la Palabra de Dios permanece para siempre.

Desde 445 mil años, ignoro cuántas veces Dios ha tenido que Revelar su palabra a hombre como Moisés, sean llamado sumerios o hebreos. Cuestionar a Dios, en nombre de las ciencias, es de sabio ignorante; la ciencia  estudia aquello que se ve y toca y se puede observar y experimentar; Dios es invisible, y también sus entidades espirituales, que pueden tomar forma corpórea cuando fuese necesario, pero la religión, es la  ciencia de lo invisible, y mediante la fe y la imaginación, según la voluntad del padre celestial, puede ser revelado, llegada a cierta altura en el crecimiento  espiritual, como el grano de mostaza que fue sembrado y creció rumbo al cielo….

Un mismo acontecimiento acaece tanto al sabio   como al que no lo es, y es que ambos  mueren: “La muerte, mi compadre –me dijo un día Manolito  Mora,- es la gran igualadora”. “El poeta, mi compadre –me siguió diciendo el Maestro Mágico,- el poeta nace cuando muere”.

El viernes fui a la Funeraria Blandino de la avenida Abraham Lincoln, en la capilla E, segundo nivel, donde eran velados los  restos mortales del Dr.  Manuel Mora Serrano,  Premio Nacional de Literatura 2021, y autor de muchos libros, publicados e inéditos; allí, en la puerta, estaba Gustavo Olivo Peña, de Acento.com.do, y la gente le abrazaba y daba el pésame, como a un hermano de carne y hueso, cuando lo  eran sólo en el espíritu y amor a la cultura y a esta Patria de Duarte; lo mismo hice yo, y estuvimos conversando un rato; después pasé al salón de la capilla E, y estuve frente al cuerpo yerto del Maestro Mágico, recordé tanto tiempo compartido y no compartido, y que debimos haber compartido más que lo que compartimos,  y no pude evitar llorarlo, porque en estos tiempo, llorar un muerto está pasado de moda, pero yo no pude evitar llorar a mi compadre Manolito Mora, a quien siempre y aún hoy le profeso el amor de un padre, más que era el padrino de mi hija Taiana Horia, a quien Manolito Mora quiso mucho, y un día la llevó junto a su madre a pasear y figurear  por la calle El Conde, mientras yo en Barahona, recibía con júbilo las imágenes del turismo interior, por mi Whatssapp.

Con sus dos boina de hilo color caqui, una de las cuales la tenía puesta, y la ora a un lado del brazo izquierdo; cosidos sus párpados de sus ojos grandes y con una ánfora de luz que ni la muerte pudo apagarla, allí estaba mi compadre Manolito Mora; yo no lo podía creer; a sus 90 años cumplidos; la mano amiga y servicial, estaba fría y sin vida; en un momento sentí que estaba perdiendo el equilibrio, mientras secaba mis copiosas lágrimas con mi pañuelo blanco, y con la mano derecha, pues su cabeza estaba colocada hacia el sur; y me apoyé del ataúd con mi mano derecha, y pude seguir en pie. Luego abracé a sus tres hijas, y le dije entre lágrimas: Yo soy Abraham; Manolito era como un padre para mí; siendo mucho su partida”, y después me fui a sentar a un banco, al lado norte, al final, entre unos jóvenes.

Mientras estaba allí sentado en aquel banco de la Blandino, vi entrar y salir a muchos intelectuales y escritores de provincias que como yo amabábamos al Maestro Mágico, y en una vi entrar y ponerse frente al Maestro Mágico al poeta y narrador Alexis Ferreras brindándole una breve reverencia; lo contempló un momento breve, y se disponía a salir cuando yo lo llamé: “Alex”, y estuvimos sentados en aquel banco de la Blandino hablando unos minutos. Después, cuando salí fuera del salón de la capilla, aun Alex Ferreras estaba allí, no se había marchado y entonces,  buscamos un lugar abierto al cielo de la noche que se avecinaba, y hablamos una media hora de sus libros y sus proyecciones, y de mi obra y mis proyecciones si es que alguna tengo.

Sin lugar a dudas, Manuel Mora Serrano, abogado de gran fuste especialmente en el derecho  civil y comercial, también como corrector de estilo que fue durante un tiempo de la Suprema Corte de Justicia, como periodista, como agitador cultural de las letras dominicanas en las nuevas generaciones, especialmente la de la provincia nacional; como escritor de novelas y de noveletas, de cuentos y de poesías maravillosas, donde el lirismo nos transporta hacia regiones del alto espíritu, partió a morar a la morada permanente de los grandes escritores de nuestra América hispana y del mundo. Manolito Mora tenía muchos amigos como yo, que le queríamos sobremanera, pero, además, era mi compadre y eso es sagrado. Aún lo estoy llorando mientras escrito estas líneas, con el mismo profundo amor con que lloré a mi padre, porque  Manolito Mora, fue también como mi padre, el mejor padre del mundo.