Gregorio Luperón nació en Puerto Plata, el 8 de septiembre de 1839. Se le reconoce casi con exclusividad como jefe militar, hasta el punto que muchos lo distinguen como la espada de la Guerra de la Restauración. Mas, en su vigencia durante 40 años en la cosa pública, también destacan sus condiciones de autodidacta, pensador, político y comerciante. Hoy, me detengo en el Luperón pensador, apoyado en su ensayo “El destierro”, escrito en 1875 en Puerto Plata, e incluido por Emilio Rodríguez Demorizi en su compilación titulada: Escritos de Luperón (1941). En este ensayo se analiza el ejercicio del poder desde el estilo despótico, corrupto y antinacional de Santana y Báez, lo que pone en claro su escasa circulación por censura y miedo al Jefe. Su difusión fue retomada en 1997 al ser publicado por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en el número 6 de la revista Ecos, órgano del Instituto de Historia.
Con el aval de sus invaluables servicios como figura pública, en dicho ensayo, Luperón reflexiona acerca del concepto patria, y su derivado, el patriotismo. En el primer caso, entiende que la patria es a la sociedad lo que es el Edén para la naturaleza, un árbol cuyas ramas igualan los brazos de sus mejores hijos. La patria es el espíritu nacional, la madre natural de la sociedad que reconocemos como nación, en la que importa más servirle humildemente que dominarla. Para él, el patriotismo es el culto sagrado y respetuoso por la patria, el sentimiento que conduce a su asunción y defensa. Además, es el alma de todas las virtudes ciudadanas, ya que “produce la templanza, hace soportar con valor los trabajos más penosos, despreciar los peligros y alimentar los mayores sacrificios para protegerla, no venderla ni comprometerla; servirle, jamás traicionarla. Sin amor a la patria peligra la soberanía, la que se garantiza cuando gobernantes y gobernados trabajan por el bien común, no por las personas; por los principios justos, no por los hombres. Vigoricemos a Luperón, y, contra la perfidia, la corrupción y el despotismo, opongamos la libertad y la equidad. “No hay razón para que la patria pague por lo que no ha hecho”, dijo el prócer.