Que la arquitectura de La otra rosa, materia humana, sea percibida por los “ojos” del poeta como una refulgencia breve anudada a las rodajas del tiempo indetenible, “rito común de [los] años”, representa una mutua fractura existencial limítrofe con la señal o soplo del dios Cronos y el señorío absoluto de la Parca sobre los seres y las cosas diseminadas en su chiquero.
Precisamente, ese gesto binario o engranaje concurrente, rosa-humano, avizorado, genialmente, por el poeta José Enrique García, simboliza todo un andamiaje de carne y huesos que, pretendiendo “siempre [ser] una flor”, inexorablemente habrá de experimentar los huecos heridos del ocaso, el “azar, u obligación del tedio”, durante los ciclos impostergables de carencias o los fundamentos acumulados de un adiós definitivo.
Y es que en el poema La otra rosa, simulación humana, el poeta dominicano de la imagen, amparados sus codos sobre una repisa incierta, el “alféizar de [una] ventana”, amontona a lontananza esa entropía maldita o el desengaño incubado, “de perfumes y de instantes”, que, a medida que la Nona hila, nos aqueja en cada ponedero que fundamos o en las huellas que dejamos sobre la arena frívola que pisamos.
La otra rosa
Las manos apoyadas en el alféizar
de esta ventana,
recorren los ojos
la flores y las hierbas
-rito común de mis años-
y azar, u obligación del tedio,
siempre es sólo una flor
de perfumes y de instantes…
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do