Al tanto de reexaminar la distinción existente entre los “hechos”, literalmente verdaderos, y la “ficción”, literalmente ficticia, en mi novela Voces de Tomasina Rosario (Biblioteca Insular, 2021) habría quedado desvelada, aunque sin ningún propósito inmediato, la sospecha del entramado de corrupción entre familiares y funcionarios del presidente de la República Digital, ingeniero químico y economista Ángulo Catalina. De ahí que, de acuerdo al propio mundillo imaginario de la novela, en su “mandato piñata de corrupción, ocio y boato, familiares y partidarios [del Señor Presidente], trullas de aurívoros pokemones, comierónse desde la luna llena hasta frutas secas y animales vivos. De hecho, ¡Susantísimo!, bebierónse, igualmente, la sopa de los leprosorios en lo que el mandatario Catalina brincaba, en expedita coartada, un charquito, o montábase en un penco, entreteniéndose, en visita sorpresa, de pasadía en el campo”.
Y para colmo de males, refugiado en sus actividades subrepticias y depredadoras, el narrador de la novela se aboca a exponer la personalidad del primer mandatario, quien, engrampado, igualmente, al Marialis Cultus, resultó un “engaste, acoñaíto, de jurón con jicotea” [que] cada veintiuno de enero, en la Basílica de Nuestra Señora, sobre un guayo se arrodilla, eructando un tiburón podrido, en acto de contrición, dándose un golpe seco, en el pecho, casi sollozando, y en pose de inocente monaguillo, Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, impetraba, blanqueando amaños, y palpando, alelao, con sus manitas de seda, un cuadro de la virgencita, poniéndola de mojiganga con su carita de yo no fui”.
Pero además, mostrándose apesumbrado por el despojo de los de abajo, y a manera de reparo, el gobernante creó, asumiendo pose caritativa, “una aplicación móvil para que los pobres, respondiendo al instinto hambriento de las tripas, se apoderasen de la realidad virtual y aumentada, concurrente con los picapollos colaterales y otros rastrojos que, pujándolo con denuedo, la República Digital caga. Y como si esto fuera poco, dada [sus] atribuciones, el presidente de marras, “simulado varón santo y discreto, decretó, considerando lo que nunca se había hecho, un bonopepita para que las chapiadoras se lo pongan estrechito, remendándose la gruta de la codiciada fruta que, precisamente, un dembowsero desprecia cuando sus hojas se dilatan”.
Ahora bien, ¿se enfoca Voces de Tomasina Rosario, en lo que respecta al poder desembozado, más en la realidad de lo que se habla, en el contexto de la Operación Medusa y la Operación Calamar, que en la forma de hablar o lenguaje autorreferencial, que habla de sí mismo? En otras palabras, ¿podría una novela ser utilizada para hechos fácticos a pesar de su carácter ficticio? ¿O lo ficticio sólo descansa en el peculiar uso de la lengua?