eternidades

Ramón Peralta, desde su primer poemario mostró ser un poeta distintivo, aunque tenga como temario la cotidianidad. La lleva a un plano superior y muy personal, para que la palabra se levante y se leve hacia lo poético, rodeado de un entorno intimista y revelador. El desaparecido Círculo de Escritores de Santiago, del que éramos miembros fundadores, con Ediciones Imposibles, publicó en 1992 su primer libro: eternidades, en minúsculas porque lo hacía un mortal. El texto llamó mucho la atención de creadores de todo el país, por su renovación y frescura, sin rebuscamiento poético ni lingüístico. Ramón nos puso a viajar por la intimidad de sus adentros y las circunstancias existenciales que lo rodeaban, convirtiéndolas en perecederas.

En la eternidad busca el misterio, el círculo, el amor, la fotografía, el sonido, el silencio, lo horizontal, el adiós, el olvido, la muerte, la memoria, el después, el día, la flor, entre otras cosas que lo conmueven y lo estremecen: «[…] La casa es otra cada vez que siente un hombre/ porque más crece el misterio cuanto más intenta uno detenerlo en la palabra» (eternidad del misterio, pág. 133).[1] «sólo el círculo ha encontrado de frente la cara de su espada/ha derribado el enigma de la sombra, […]» (círculo, pág. 133). «contigo empiezo a darme un beso en lo imposible/ a chocarme los extremos en mi locura/[…] contigo empiezo a ver la muerte como un sueño sin ojos todavía/ (eternidad del amor, pág. 134). «[…]estoy volviendo del olvido a cada hora sin arrugas, sin candor/surgiendo de una mujer que me nace y me muere a cada instante/vacía de tiempo y de memoria» (fotografía, pág. 134). «entro en la palabra y mi voz comienza/ cada vez que hablo me vuelvo palabra/ […] en mi voz de carne que me hace palabra/nace y muere todo siempre eternamente» (hasta aquí llegué sonido que dibujo, págs. 134-135). «de todo cuando existe sólo el tiempo escapa de la muerte/ porque el tiempo no tiene memoria de su propio existir» (otra eternidad, pág. 135).

En estos fragmentos, podemos observar y sentir el mágico candor de su poesía. Transparente y con una voz propia, y sin ningún amuleto retórico ni barroco.  Sus elaboraciones simbólicas y metafóricas, son de una conceptualización limpia y fluida, donde reconstruye la realidad de lo que piensa, siente y contempla. Poesía hecha de la luz alucinada de la palabra, donde el ser se concreta y se eterniza.

Por mucho que los teóricos y críticos literarios quieran deslindar, el yo poético del sujeto que escribe, me parece imposible. El yo es uno mismo y es individual e indivisible. Autor y texto, aunque parezca distinto, son uno solo. No puedo distinguir al humano Ramón Peralta, de la del poeta. Esto lo podemos confirmar con sus propios versos, veamos este poema: «este parque tiene algo que me regresa a ocho años/mientras dibujo mi edad vuelvo a ser la culebra/ escribiendo con la risa solamente mi palabra/ es como si este parque descubriera la raíz/ que me regresa hacia adentro, a la culebra que soy/ este me revela un misterio que no sabe/este parque era yo mismo cuando tenía ocho años» (y después, pág. 138). Entre el sujeto, las palabras y las cosas que se nombran, existen una relación y una comunión, por eso el sujeto-poeta dice: «este parque era yo mismo cuando tenía ocho años».

Una de las eternidades que trata el libro, es el de la muerte, dentro de su terrible cotidianidad, donde la inocencia de un niño que juega en el río no distingue, «[…] que entre el agua y el fuego la muerte pesa lo mismo» (pág. 136). Siempre he dicho que a la muerte no le interesa ni le importa cómo uno se muera, ya sea ahogado en un río o incinerado, en «biografía del olvido», el poeta expone la crueldad de la desdicha que le venía de su nombre sales:

«No  hubiese muerto sales si al menos hubiera recordado/ que entre el agua y el fuego la muerte pesa lo mismo/sólo cuando olvidaba la lluvia su piel se humedecía/ entre tanto fuego sólo podía quedarse cuando ignoraba las llamas,/sales murió (ahogado) a los 14 años de un sábado sin fin/ no porque ese fuera algún deseo de dios sino porque olvidó que el agua, a pesar de su milagro,/ esconde bajo su transparencia un asesino de una memoria terrible» (sales, págs. 136-137). El poeta Ramón Peralta es de una personalidad reservada, pero de una claridad poética sorprendente, desde su propio ámbito nos envuelve y nos sumerge en sus angustias y sus adoloridos temas, que les persiguen en la memoria de la niñez y la adultez.

Dibujando lo fugaz

La palabra siempre ha servido para dibujar lo efímero, para la poesía hacerlo perdurable. Dibujando lo fugaz (2012), es el segundo poemario de Ramón Peralta, donde retoma la poesía como condición cotidiana y condensa su materialidad y atrapa su instante sublime. Utilizando la palabra para plasmar sus entuertos existenciales, desde la brevedad de su propia estancia. Sabe que la vida es una sola y única, además de que, la muerte la hace fugaz y breve: «Morir es una palabra breve/ y como cualquier otra, / colocada antes y después del bien y el mal, / por qué contradecir precisamente ahora el idioma, /chofer, ¡vamos!, acelera el carro fúnebre, / el muerto soy yo/y mi último deseo es/que morir siga siendo/ una palabra breve». (Breve, pág. 11). El poeta muerto quiere llegar rápido, porque su sepulcro es pronto y definitivo, jamás podrá regresar, aunque algunos de sus poemas se queden con nosotros.

En la obra Ramón sigue la misma línea temática, de hallar en las cosas rutinarias, su mayor significación poética. Se detiene en su sencillez, para revelarnos sus misterios: se siente un pez «[…] le llega la memoria las veces que ya ha muerto, […]» (Esperanza de mi pez, pág. 12). Saca de la sábila, su néctar para abrirse «[…] hacia la tierra, hacia el aire, hacia el sol, /ajeno a la aritmética y al abecedario/ […] y vivir encada salto sábilamente y nada más» (De sábila, pág. 13). Como todo niño pobre se dibujaba un reloj en su muñeca, que luego se desvanecía y se perdía, en la memoria de sus ojos: «Había una vez un reloj en la muñeca de mi mano,/ un reloj que tenía la hora que o quisiera,/ un reloj que se borraba,/ y miraba y miraba sus manecillas/ y el tiempo no corría./pero una tarde se borró/ y yo no sé por qué no lo volví a dibujar,/desde entonces lo perdí,/¿dónde estará mi reloj?». (El reloj que perdí, pág. 14).

El texto, de principio a fin, es un recetario que nos presenta la vida del autor y las cosas que lo conmueven y lo estremecen: se viste de un observador de sucesos vivido y visto, para contárnoslos desde su esencialidad poética. Lo sencillo y lo breve, también pueden perdurar más allá de su efímera existencia, porque son recreados, una nueva vez, en la presencia eterna de la palabra. Esta es la parte distintiva de la poesía de Ramón Peralta, no es un creador metafísico ni místico, pero mucho menos interiorista, aunque sí busca la esencia de las cosas que dice y nombra, para contextualizarlas y reinventarlas.

Todas ellas, las encuentra en el olor, en la carne, en la urbanidad del semáforo, en la escasez de la noche, de la tuna, en la llave, en el melón, en la cigua, en el reloj, en el borrar y volver a escribir, el antídoto de un río y en el tiraje de su soledad, en la niña de un cuadro, en los vellos, en otros ojos, en la terquedad de un sonido, en el jugar y la pelota, en la saliva, en el alcohol, en las cucarachas y ratones, en el ja, ja, en el vaso, en el miedo, en el pedacito de madera que sanó a su mamá, en las hojas, en el río Yaque, en el loco y sus trece hormigas, en la puerta y salir a la calle, en la pared de ladrillos, en el árbol, en la coincidencia de la calle y la acera, en la foto, en el tallo de una sábila, en el cigarro de papá, en la butaca, en la luna y en la certeza de la última línea que escriba.

Peralta hace perdurable el instante, dibujándolo desde la consistencia de la palabra, nada se le escapa para que pueda sobrevivir más lejos de su propia memoria. José Acosta, es uno de los poetas más trascendentales y premiados (en poesía, cuento y novela) de la literatura contemporánea dominicana, también de Santiago de los Caballeros, sobre este libro escribió: «Poemario deslumbrante, mágico, trascendente. El conjunto de versos forma una historia que va más allá de ella misma, abre esa ventana de lo eterno que solo la verdadera poesía puede concretizar. Con Dibujando lo fugaz, Ramón Peralta se coloca entre las voces más altas de la poesía dominicana e hispanoamericana». (Contraportada, parte final).

 21 ojos

Ramón Peralta a cada poemario le realiza una especie de anti-prólogo, creo que lo he dicho en otros trabajos, los libros poéticos no deberían llevarlos, porque son una limitación para el lector y reduce e interfiere en la libertad y en la multivocidad de la poesía. En el de 21 ojos, lo explica: «Por lo tanto, la presencia de un prólogo – tartufo o sincero, opaco o brillante – resulta estéril». (Prólogo, pág. 11).

El hecho literario es muy diverso y complejo, más aún el de la poesía, para tratar de mirarla solo con dos ojos, él necesitó de veintiuno: «Desde entonces el mundo se llenó de plurales incontables/ a mi cara le nacieron 21 ojos». (21 ojos, pág. 15). Con ellos miró de todo, desde el Monumento de Santiago, a Ramón Oviedo, a Chiqui Mendoza, Yoryi Morel, Cándido Bidó, Guillo Pérez. Aunque en el poema de Chiqui Mendoza, cuando contamos los ojos utilizados, requirió de treinta.

En los poemas que nombra a Dios, lo hace desde una visión muy particular. En el acápite Ojos inhumanos, comienza a cuestionar a la humanidad y a Dios: «Si fueras humano, Señor, / no podrías estar en el norte/ y en el sur al mismo tiempo, / tampoco serías invisible, / ni podrías amar al enemigo. / Violarías las leyes que creaste. / Y en lugar de resucitar, te podrías. Si fueras humano, Señor, / yo le oraría a este árbol o a mi perro. / Y, por supuesto, Señor, no te amaría». (Si fueras humano, Señor. Pág. 44). Estos poemas están marcados por la rebeldía, porque los seres humanos solo han querido ser tú: «Te das cuenta, Señor, / el hombre desde que lo creaste/ solo ha querido una cosa:/ convertirse en tu dios». (Monólogo de una criatura del mar, pág. 45). Ramón se apodera de la reiteración de una misma palabra como recurso poético, rítmico, musical y temático. Esto no es muy común, en los poetas santiagueros de su generación, de la década de los 90.

Peralta es un poeta de la mirada detallada y profunda, porque es la fuente natural de su poetizar. Con sus ojos descubre la certeza de cuanto contempla y lo describe, con la gracia del asombro de la poiesis. Por eso, tituló su tercer poemario: 21 ojos (2023).  Doce bloques conforman el libro poético más extenso de Ramón Peralta, de 117 páginas, con 69 poemas, distribuidos en ojos que preguntan, invisibles, reales, inhumanos, diferentes, abiertos, vacíos, de colores, antiguos, crudos y personales. En cada uno de ellos, miramos a un poeta que piensa y reflexiona sobre sus temas y sus angustias. Vuelve con los ojos puestos en la muerte, desde una visión plural y familiar:

«Cuando morimos empezamos a hablar de otra manera. / Nuestra voz no huele a carne. / Nos volvemos transparentes. / Y buscamos a toda prisa aquel jardín. / Entonces surge el abismo entre el aquí y el allá. / Y por más odio o amor que haya/ nadie nos puede leer ni escuchar, / porque cuando morimos empezamos a hablar/ con palabras que no están en el abecedario humano» (El otro abecedario, pág. 21). «Morir no es un verbo negro. /Morir es un verbo transparente. / Un dibujo del vacío. / Por eso, por más que lo intento, / no te veo, papá» (Esa transparencia, pág. 22).

La presencia de la muerte es tan común y cotidiana, como los versos de Ramón. Por más que tratemos de esconderla en el orgullo absurdo de la eternidad, llegamos a ella recordando el fallecimiento de nuestros padres: «Ciertamente, la muerte nos reduce. / ¿Acaso yo no era más grande/ cuando vivía mamá, cuando vivía papá?» (Menos, pág. 26).

Nadie puede superar los pasos de su sombra, porque llegamos primero a su existencia inevitable, a través de nuestros progenitores. El muerto no sabe que está muerto, son los vivos que saben de su soledad.  El ser humano no la acepta, aunque tenga una enfermedad terminal, porque el cerebro le agrega una falsa esperanza de permanencia, que ninguno tenemos. Como lo indica Peralta: «La muerte no es un verbo negro», sino «transparente». La muerte no posee edad, pero sí tiempo y fecha, como lo sabía el colibrí. Este poemario está poblado de diversos lugares comunes, de ausencias, de aves, de animales, de dioses, de árboles, de olores, de ojos y de sufrimientos reencontrados. Es un texto que reitera temas y reconfirma, la poética de su autor. Poesía para descubrirla, pensarla, sentirla y mirarla, desde la placidez de la palabra y la creación. En sus dos últimos poemarios publicados, dejó de utilizar las minúsculas como lo hizo en su primer libro. Peralta, también ha escrito dos novelas: Olores del aula (2012) y Solamente saltar (2018), pero no son el objetivo de este ensayo, que solo se basó en su obra poética.

Referencias bibliográficas:

Peña, E. (2005). La Poesía Contemporánea de Santiago. Antoglogia 1977-2005. Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, número 74.

Peralta, R. (2012). Dibujando lo fugaz. Santiago de los Caballros, República Dominicana: Ediciones Sociedarte.

Peralta, R. (2023). 21 ojos. Colombia, USA: Amazon.

Peralta, R. (2012). Olores de aula. Santiago de los Caballros, República Dominicana: Ediciones Sociedarte.

Peralta, R. (2018). Solamente saltar. Santiago de los Caballros, República Dominicana: Ediciones Sociedarte.

[1] En esta ocasión, no pude encontrar su libro en mi biblioteca personal, por eso utilizaré La poesía Contemporánea de Santiago. Antología: 1977-2005, Enegildo Peña.