“Lo que propiamente se llaman novelas son ficciones de aventuras amorosas, escritas en prosa, con arte para el goce y la instrucción de los lectores. Digo ficciones para distinguirlas de las historias verdaderas”.

La cita anterior la extraigo de la famosa “Lettre a M. de Segrais, sur l’origine des romans”, del erudito francés Pierre Daniel Huet (1630-1721). Este último es el autor de la primera historia de la literatura de ficción bajo el título Traité de l’origine des romans, actualmente disponible en formato digital gracias al impresionante servicio Gallica, de la Biblioteca Nacional de Francia.

De esa cita, lo que más me interesa es la segunda parte: “Digo ficciones para distinguirlas de las historias verdaderas”, ya que, en sí misma, esta frase se relaciona directamente con la idea que pretendo desarrollar aquí.

Groseramente resumida, dicha idea puede expresarse de la manera siguiente: concebida como discurso, la ficción no se opone ni a la idea de verdad ni a la de mentira. De hecho, desde el punto de vista del análisis semiolingüístico del discurso, hay ficción cada vez que un YO habla acerca de un ÉL, un ELLA o un ESO, incluso si estos últimos están presentes en la situación de comunicación.

Desde este punto de vista, la idea de una “literatura sin ficción” resulta tan atrabiliaria como lo fue la pretensión objetalista del Nouveau roman de acceder a “una nueva forma de realismo” transformando las relaciones entre las personas y el mundo a través de “una nueva mirada”. Al margen de esto, vale la pena señalar que la “literatura sin ficción” tiene al menos la decencia de no aspirar a “decir la verdad”, sino a restringir la escritura al empleo de un discurso puramente asertivo y referencial.

Como seguramente usted es más sagaz y atento que un cobrador siciliano, seguramente ya lo habrá adivinado: el problema de la verdad es de tipo moral, y por eso, se relaciona exclusivamente con ese tipo de literatura que se conoce como realista. En Francia, la alianza de la literatura con la moral y la ideología de la verdad fue el dispositivo que el nuevo orden burgués del Segundo Imperio francés ideó para intentar controlar la actividad discursiva de los escritores: véanse los sometimientos judiciales a autores como Baudelaire, Flaubert, Hugo, Wilde y otros, los cuales marcaron el período de transición del Romanticismo al Realismo.

En ese sentido, conviene citar aquí el parecer de Juan Manuel Aguilar Antonio (“La escritura como libertad y política: los juicios contra Flaubert y Baudelaire”), para quien: “Para el caso de Flaubert, la defensa […] argumentó el hecho de que existía una marcada distancia entre un personaje ficticio, Emma Bovary, y su creador. Para el caso de los versos de Baudelaire fue difícil el separar sus opiniones y sentir de su lírica, hecho que lo condenó”.

Aunque parezca una verdad de Perogrullo, cada tanto hay que recordar que la novela es el territorio de la ficción pues, cada vez que esto se olvida, la consecuencia es un atentado contra la libertad humana. El caso más reciente es el del escritor anglo-estadounidense Salman Rushdie, quien fue agredido el pasado 12 de agosto de 2022 por un individuo cuando iba a dar una conferencia en Nueva York. Sobre Rushdie pesaba una fatua emitida el 14 de febrero de 1989 por el ayatola Jomeini en represalia contra una de sus novelas que en el mundo musulmán se considera un “libro blasfemo”: Los versos satánicos, la cual fue publicada el 26 de septiembre de 1988 en el Reino Unido.

A pesar de la trascendencia de este ataque contra Rushdie, vale la pena detenerse a observar un aspecto de los juicios contra Baudelaire y Flaubert que se suele pasar por alto. En efecto, a menudo se olvida que la ficción no es una categoría estrictamente literaria, sino verbal: no existe ningún “género” literario llamado “ficción”. De hecho, como lo recordaba el mismo Pierre Daniel Huet en el siglo XVIII: “Antaño, bajo el nombre de novela, se comprendían no solamente aquellas obras escritas en prosa, sino más a menudo incluso aquellas que estaban escritas en verso”. Ejemplos de este tipo de textos en nuestra lengua son tanto el Cantar de Mío Cid como los romances.

Desde este punto de vista, resulta claro que algunos poemas pueden ser considerado ficciones así como otros poemas pueden ser considerados “realistas”, como si se tratara de novelas: algunos poemas de Cayo Claudio Espinal o de Franklin Mieses Burgos son ficciones, por ejemplo. Otros poemas, como algunos de Homero Pumarol o de Frank Báez, pueden ser considerados realistas sin ningún problema.

Esto es así porque tanto la ficción como el realismo son proyectos comunicativos que dependen tanto del tipo de organización o de lógica discursiva que el hablante escoja para enunciar su mensaje como del comportamiento más o menos referencial y “transparente” de los términos en que se exprese dicho mensaje. De hecho, esto último es el origen del rechazo común de la poesía por parte de quienes, desde Platón, la consideran demasiado “subjetiva” y por tanto, “poco apta para expresar la verdad”.

De hecho, la ficción puede parecer “realista” (es lo que sucede en la mayoría de los casos de eso a lo que Barthes llamaba el “realismo semiológico”. En otros casos, sin embargo, como ocurrió con las novelas del marqués de Sade, quien pasó gran parte de su vida en la cárcel a causa de sus novelas, el realismo puede incluso ser considerado un subproducto ideológico de la ficción: algunos lectores sencillamente no son capaces de comprender que lo que se dice en una novela no pertenece a la “verdad”. Esto fue lo que sucedió con La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, y con el Enriquillo de Galván, el cual fue leído como si se tratara de una historia “verdadera”, muy a pesar de que en el mismo subtítulo se precisa que esta obra es una Leyenda histórica dominicana.

Como se ve, el problema de la ficción se puede complicar a extremos mayúsculos. En efecto, concebida como proyecto existencial, incluso la vida humana es una ficción continuamente cambiante por efecto de sus contradicciones inherentes. No otra cosa fue lo que dijeron tanto Calderón de la Barca en La vida es sueño como Ludwig Feuerbach, quien se desmarcó del pensamiento de su maestro, el filósofo G.W. Hegel, alegando que: “Hegel hace un objeto de aquello que es subjetivo, mientras que yo hago un sujeto de aquello que es objetivo”, frase que, como lo afirma Jacques Le Rider, resumía la “mística de la conciencia de sí” que rodeaba el neo hegelianismo de derechas en la época de Feuerbach.

“Hacer un sujeto de aquello que es objetivo” es tarea de soñadores, pero también de poetas y de novelistas. En efecto, la subjetividad es precisamente la materia de la que están hechos todos los relatos. Por eso, nadie que intente poner en palabras la realidad, sea esta de tipo “histórico”, “psicológico”, “político” o sociológico” podrá evitar tener que zambullirse en el lago de la metafísica, puesto que la literatura, es decir, toda la literatura, y no solamente una de sus “provincias”, no es otra cosa que un dispositivo de gestión imaginaria de lo real.