El cuento más célebre de Juan Bosch es, posiblemente, La mujer. Pero, a excepción quizás de la vieja Remigia, protagonista del cuento Dos pesos de agua, entre todos los personajes creados por este maestro del relato breve ninguno es tan conocido como el prófugo Encarnación Mendoza, un hombre cuya historia final es verdaderamente desgarradora, tanto es así que, al menos en lo que a mí concierne, la primera lectura de La Nochebuena de Encarnación Mendoza casi me hizo llorar en uno de los pupitres del centro educativo en que cursé el bachillerato. Desde entonces, cada vez que leo este gran cuento quedo conmovido y, ciertamente, un nudo en la garganta se apodera de mí. Por ejemplo, hace unos pocos minutos volví a leerlo y, otra vez, la pena me rompía el alma mientras leía. Sé que no soy el único que ha lamentado la situación del pobre fugitivo, pues no creo que a ningún lector atento le resulte indiferente la penosa historia de Encarnación Mendoza, quien, por supuesto, el veinticuatro de diciembre estaría junto a su familia pasando no su Nochebuena, sino, más bien, su Nochemala.

Todo comenzó por un golpe en la cara, acaso una bofetada o un puñetazo. Encarnación Mendoza era un hombre de familia, de trabajo y de bien; un hombre fiel a sí mismo y de fuerte personalidad, por eso, para evitar problemas, no tomaba alcohol. Pero el cabo Pomares ofende y da un golpe en la cara a Encarnación Mendoza y, en consecuencia, éste le dará muerte al cabo Pomares. Se inicia entonces una persecución en contra de Encarnación Mendoza; la leyenda se irá tejiendo fuertemente en torno al nombre del temible y buscado fugitivo. La sola mención de su nombre era objeto de terror en las bodegas, los caseríos y los bateyes de La Romana y de San Pedro de Macorís. Encarnación Mendoza no era hombre fácil y, en seis meses de ardua persecución, no se tenía ni rastro de su persona. Pero, desde su refugio de prófugo, decide que, vivo o muerto, pasará la Nochebuena con su familia. De manera que opta por ir a escondidas al bohío en donde viven su esposa y sus seis hijos. Inocentemente, el niño Mundito lo descubre y lo delata. De modo que, en la tarde del veinticuatro de diciembre, Encarnación Mendoza yacía bocarriba e inerte sobre las hojas secas de un cañaveral próximo a su casa. En la noche, fue tirado en la casa del niño y así, aunque ya sin poder respirar, Encarnación Mendoza pudo pasar la Nochebuena junto a su familia. De ahí que la Nochebuena pase a ser para él y su familia algo así como la Nochemala, pues la noche del veinticuatro de diciembre está tradicionalmente asociada con la alegría, con lo positivo y lo bueno, con la degustación de un banquete familiar en aras de la celebración del natalicio del Mesías, por eso es Nochebuena, porque se supone que es una buena noche, pero, por desgracia, ese no sería el caso de la noche de Encarnación Mendoza.

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“La Nochebuena de Encarnación Mendoza”, de Juan Bosch.

Este cuento demuestra la fuerza de las costumbres, de las tradiciones que rigen a un país, puesto que, por ejemplo, Encarnación Mendoza pensó que, no obstante lo riesgoso y poco aconsejable de su pretendida visita, moriría de pena si no pasaba la Nochebuena como en años anteriores, junto a Nina y sus hijos. Era preciso abrazarla y contarle un cuento a los niños. Tenía que durar una o dos horas en su casa junto a ellos, pasara lo que pasara. Sabía que no podía dejarse ver de nadie más, de lo contrario sería hombre perdido, pero calculó que nada ni nadie le impediría pasar la Nochebuena junto a ellos. Su testarudez consigo mismo no tenía límites. Es la fuerza de la tradición, la cual, como toda costumbre, se adhiere al cerebro de un modo tal que resulta difícil no satisfacerla. Él sabía que Nina no tendría ni un centavo para celebrar la Nochebuena, pero ella, a pesar de la pobreza que la embargaba, intentaría celebrarla junto a sus hijos. Desafortunadamente, comerían únicamente frituras de bacalao, pero esa noche cenarían. Era la noche cuya cena por tradición jamás se omite en los hogares, no importa lo empobrecidos que fuesen éstos.

De ahí que la pobreza sea también una gran protagonista del cuento. Catorce o quince viviendas de yaguas —o más bien, bohíos— constituían la población total del batey en que estaba la casa de Encarnación Mendoza. Todo el entorno era una larga hilera de montes y cañaverales. Pero, por costumbre anual, en la bodega del batey los hombres beberían ron desde la mañana del veinticuatro y en la noche, ebrios o sobrios, estarían en el hogar cenando y compartiendo junto a sus familiares. La cena era insoslayable. Y la familia de Encarnación Mendoza no podía ser la excepción, por eso él decidió arriesgar la tranquilidad y seguridad de que gozaba en su escondite en la Cordillera. Las costumbres y los sentimientos naturales, cualesquiera que fuesen sus manifestaciones, constituyen una fuerza ancestral de la que difícilmente pueden los seres humanos desembarazarse.

El objetivo del arte no es propiamente moralizar, pero, de forma implícita y sugerente, siempre hay múltiples interrogantes que en toda obra de arte invitan a la reflexión y, por ende, dan paso al aprendizaje o, más bien, al despertar de la conciencia, lo cual constituye la cosmovisión del artista. En este caso, por ejemplo, son innumerables las reflexiones a que nos invita esta conmovedora pieza artística que nos legó el genio de Bosch. Es que la literatura, cuando es arte, agranda las posibilidades del ser; conmueve y emociona, entristece y entusiasma, revela y cuestiona… Todo esto y mucho más queda evidenciado en La Nochebuena de Encarnación Mendoza, un cuento magnifico en donde también se ponen de manifiesto las injusticias de la época, el mal manejo de las autoridades policiales y militares, el abuso de poder contra los marginados, los humillados y ofendidos. Encarnación Mendoza no sólo es un ser oprimido y perseguido (un hombre obligado a matar para defenderse; a correr y esconderse lejos de su familia para evitar la muerte; un hombre de bien y de trabajo obligado a malograrse; un padre de familia que, sin quererlo, deja a su mujer en la viudez y a sus hijos en la orfandad), es también un héroe, puesto que su heroísmo salta a la vista en el meollo del relato. Es tan grande la injusticia que reina en el cuento, que, en efecto, por momentos nos emociona sobremanera la enorme habilidad de Encarnación Mendoza para no dejarse atrapar desde los seis meses de la infructuosa búsqueda de que fue objeto hasta la Nochebuena; pero todo en la vida tiene, más tarde o más temprano, su momento de tristeza y, en consecuencia, la realidad es aquí más desgarradora que la imaginación.

No quiero dilatarme más hablando de la injusta y penosa realidad de este cuento. Sólo diré que hay que leer con detenimiento La Nochebuena de Encarnación Mendoza. Hay que leer a Bosch. Hay que reflexionar sobre lo ocurrido en el cuento: quizás con ello conseguiremos ser más empáticos y más humanos con los seres desprotegidos, humillados y ofendidos. Además, es oportuno señalar que tomando en cuenta lo mostrado en este cuento, como en tantos otros de los suyos, Bosch supera a los historiadores y a los sociólogos dominicanos. No cabe duda, La Nochebuena de Encarnación Mendoza registra como materia viva una realidad social dominicana que ha evolucionado pero que de forma permanente quedará plasmada en el material que Bosch aquí ha presentado. Su gran conocimiento sobre el dominicano de la época lo coloca entre los mayores psicólogos sociales dominicanos de todos los tiempos, razón por la cual quien desee conocer a fondo al campesino dominicano, o al menos tener una idea de su esencia y de lo que constituyó esa época para el país, debe leer los cuentos de Bosch.