El Conde Hermann Carl von Keyserlingk no puede dormir, ha intentado con todos los vinos y con todos los placeres.
Un domingo asiste a la Catedral de Leipzig al mediodía y se duerme al escuchar los compases de las variaciones de Goldeberg, y le encarga al Clavicenista Juan Sebastián Bach, que prolongue la música el tiempo que fuese necesario, para poder y conciliar el sueño, así de esta manera y de improvisación en improvisación nacen las extraordinarias variaciones de Goldeberg de Juan Sebastián Bach.
Bach acepta el encargo y de este nace un tratado matemático de armonía y quintas, un universo sonoro, una vacío cósmico, una plenitud de sonidos llenos de nada, que parecieran que se escuchan en la mirada del creador, cuando vio la creación que había hecho y se dijo: Todo está bien…
Parece de comedia, pensar que de una de las conciencias más lucidas y despiertas del universo de la música fue el creador de tan enorme maravilla musical para facilitarle el sueño al conde Kyserling.
Podemos entender la tarea de Bach , el ejercicio de humildad musical, al utilizar su música como una invitación al descanso, al través de un bálsamo sonoro, propicio para dejarse ir en un abandono pleno, en un sentir musical de que todo esta bien, y de que no se requiere de la atención de quien escucha, un dejarse ir en la corriente como si la música de Bach, fuera la expresión de un campesino de ojo de agua…. Al decir …Que lo que trajo el río se lo lleve el río.
Escuchar los acordes es similar a la sensación cuando un bebe se duerme en el pecho materno, a la acogida y el calor de un bajo continuo.
Bach se apoya en la melodía que fluye como sedosa manta, con una regularidad matemática que adormece, una arquitectura sonora, una armonía, y una afinación pitagórica que recuerda la música de las esferas..
Es que el contrapunto de Bach, tan inmenso como el universo, se vuelve la caricia intima de un gato dormido en el sofá.
La intimidad de la penumbra en una habitación, iluminada por un candelabro que se apaga en sol menor, en un pianísimo calorcillo de un Oboe y de un Cello que nos abraza.
El enorme Bach, del Big BANG de los conciertos de Brandemburgo, escritas en escalas planetarias y cósmicas, como las Ragas de la India sino que esta Aria de Juan Sebastián Bach, se asemeja al Tao de la música en la música del Teatro Kabuki, que de tiempo en tiempo adormece a los espectadores.
La música fluye de tal manera, en esta aria que sugiere un proceso eterno y omnipresente y lo hace sin exaltación, estas variaciones de Goldelberg está compuesta con energía femenina de la Shakti Hindú , o el ying que se sirve en las tazas del Tao , para recibir el fluir caliente de la música en los Jardines del Te Japonés.
El Conde Kyserling, duerme., el aliento marca el compás con sus ronquidos, la peluca blanca, cae sobre su cara.
Bach sonríe, acelera la fuga, sabe que los ronquidos del conde Kyserling también forman parte de la armonía de la música de las esferas.