Cornelia Bororquia o la víctima de la Inquisición es una novela de 1799, publicada como obra anónima en Francia en 1800. Se atribuye su autoría a Luis Gutiérrez, ex fraile trinitario español huido a Francia donde fue redactor de la Gaceta de Bayona. Era esa una época turbulenta, de grandes cambios, y de tensiones políticas entre las potencias europeas, que pusieron a España en el campo de mira de los intereses tanto de Francia como Inglaterra.
El nombre Cornelia me es muy familiar, dado que una tía mía fue bautizada así en honor a la célebre matrona romana. Pero nada más alejado del modelo de dama de la antigüedad que esta joven valenciana víctima de la Inquisición. En España la obra fue sometida a examen por la censura del temible y ya decadente tribunal, que la prohibió. En cambio, fue reeditada y aclamada en Francia donde se tradujo en 1803, e incluso se utilizó como propaganda a favor de la invasión napoleónica a España. Pese a la mala fama que ya alcanzaba en el país esta sórdida institución, ni siquiera los reyes se atrevían a desmantelarla, dada la aceptación que tenía entre el pueblo y algunos nobles. Como medida de contención de la libertad de pensamiento y de la legítima expresión de las ideas, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, se celebraban autos de fe, más por razones políticas que religiosas. El interesante escritor José María Blanco-White recordaba haber asistido de niño al tránsito por el puente de barcas de Triana de la última condenada a muerte por el denominado Santo Oficio. En ese ambiente, esta novela se convierte en una crítica a lo irracional de una mentalidad que distorsiona los propósitos del cristianismo y que teme, tanto el desarrollo del pensamiento, como la observación científica de los fenómenos de la naturaleza.
La joven Cornelia es un personaje romántico por sus cualidades morales, por su fidelidad a la verdad y por la radical defensa de su honor, pero también por su destino trágico. Novela epistolar, el procedimiento narrativo le permite al autor presentar las distintas perspectivas de un hecho que conmueve las conciencias: el sacrificio de una joven inocente, víctima de la pasión libidinosa del arzobispo de Sevilla, que utiliza su jerarquía para dar rienda suelta a su deseo, sin límites morales.
En la intriga juega un papel decisivo un criado de la familia Bororquia quien, mediante engaños, hace que la víctima visite la casa de una amiga donde será raptada y llevada a Sevilla por orden del prelado. La tenaz resistencia de la joven choca con la mentalidad de quienes creen que deben plegarse ante la fuerza y olvidar su honor y su dignidad a cambio de la vida. Asimismo, el joven enamorado de Cornelia, buscando la ayuda de un inquisidor pariente suyo, manifiesta en una carta su indignación contra este Tribunal. Con vehemencia, cuestiona y descalifica al único pariente que podría interceder a favor de la muchacha empeorando así la situación.
La novela, para demostrar que el tribunal era rechazado por parte la sociedad, también le da voz a un sacerdote que buscó convencer a una mujer en confesión de que no denunciara al marido por leer libros prohibidos. Pero ésta siguió adelante con la denuncia lo que provocó el castigo del lector y la persecución del sacerdote.
Cornelia Bororquia, la primera novela anticlerical española, fue uno de los libros más leídos por los españoles a lo largo del siglo XIX, en ocasiones de forma clandestina. Puede decirse que inaugura el Romanticismo en un país donde se desea instaurar principios como la tolerancia, en la línea de filósofos como Locke y Voltaire en el contexto europeo. A la vez, se lucha contra la invasión francesa y se persigue a los afrancesados, cuando estos no viven en la contradicción del liberalismo revolucionario enfrentado a la invasión napoleónica. Una primera abolición del Tribunal de la Inquisición, en 1808, permitió que la novela se publicase en Madrid en 1812. Sin embargo, Fernando VII, tras su regreso a España, acabó por restablecer el Santo Oficio y la obra volvió a ser prohibida.
Una vez más, la mujer ocupa un lugar central en la sociedad, esta vez no como garante del honor de la casa, sino como símbolo de la fe más pura y de los principios morales insobornables, en una época en que en España el fanatismo distorsionaba la realidad y podía forzar a las almas nobles, como Cornelia, a perder la dignidad para preservar la vida. El sacrificio novelesco de esta joven de diecinueve años, quemada por la Inquisición, pese a lo elemental de la historia, podía servir de ejemplo de lo que el país debía cambiar para alcanzar la modernidad, con los avances políticos, económicos, sociales y religiosos que parecían regir las sociedades vecinas.