La maravillosa historia de Henry Sugar es el primero de los cuatro cortometrajes que Wes Anderson ha rodado para la plataforma de streaming de Netflix, basado en uno de los cuentos que se incluye en una colección de relatos cortos escrita en 1977 por el autor británico Roald Dahl. Originalmente estaba pautado para exhibirse como un solo largometraje que incluía los cuatro cuentos de Dahl, pero previo al estreno Anderson aclaró que sería uno dentro de una antología de cortos. Yo no sé qué ha obligado a Anderson a abrazar esa decisión de partir el bizcocho en pedazos, aunque sospecho que de igual forma no hubiera cambiado el resultado final de su producto. 

En su núcleo, es una comedia en la que Anderson se toma 40 minutos para narrar la historia de un tramposo elegante con su estilo extravagante, pero a veces me asalta de la sensación de que no hay mucha sustancia detrás del escenario que ocupa Benedict Cumberbatch, además de que los personajes hablan más de lo necesario y no se detienen ni siquiera a tomarse un café. El protagonista, visto desde la perspectiva del narrador que la relata (un señor llamado también Roald Dahl), es un hombre que lleva el seudónimo de Henry Sugar, el cual reside en el Reino Unido como un individuo solitario, avaro, soltero, sofisticado, que emplea el dinero de su herencia para financiar los hábitos de juego en los distintos casinos que visita. 

En una primera mitad, la fábula se vuelve un poco aburrida cuando Anderson utiliza la metaficción para narrar, a partir de la escena en que Sugar lee un libro en una biblioteca, el informe de un médico sobre el caso de un anciano que aparece en una clínica ante dos doctores y demuestra que puede ver sin abrir los ojos, en una extraña habilidad que adquirió tras visitar a un sabio que levitaba en la selva en uno de sus viajes a la India y que, dicho sea de paso, utilizó dicho método de meditación para establecer un negocio como prestigiador en el circo; donde la rutina se reduce a diálogos anodinos que ralentizan el ritmo y, ante todo, rellenan inútilmente las descripciones de unos personajes superficiales que dialogan más allá de lo necesario rompiendo la cuarta pared con una pretensión agotadora de soliloquios. 

El asunto me atrapa, mínimamente, en una segunda mitad que se eleva con la actuación de Cumberbatch como el rufián carismático, rico, egocéntrico, dotado de elegancia, que desarrolla las pericias extrasensoriales que leyó en el libro para ganar dinero fácil en las partidas de blackjack y así incrementar su fortuna. La presencia dominante de Cumberbatch ilumina la pantalla con algo de gracia y le sirve Anderson, especialmente, para edificar un comentario moral sobre el valor de la generosidad como acto final de descubrimiento espiritual. 

El problema, supongo, es que suceden pocas cosas sorpresivas en la trama predecible. Todo luce demasiado impostado, demasiado homogéneo, demasiado blando. No hay liquidez ni sutileza. Y gran parte del metraje permanece sujeto a un horizonte demasiado transparente en el que Anderson, por lo general, imprime las pretensiones estéticas que buscan representar el lado artificial del teatro (al parecer se ha obsesionado con el concepto), en una puesta en escena atiborrada de escenarios coloridos, simetrías de peso compositivo, sobreencuadres, planos generales, efectos de transición con maquetas reales y la típica estructura metaficcional que busca contar una sucesión de relatos que se superponen entre sí. Encuentro pocas cosas agradables en su propuesta cómica, pero salgo convencido, eso sí, de que su cine se ha vuelto un pastiche de sí mismo.

Ficha técnica
Título original: The Wonderful Story of Henry Sugar
Año: 2023
Duración: 41 min.
País: Estados Unidos
Director: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson
Música: 
Fotografía: Robert D. Yeoman
Reparto: Ralph Fiennes, Benedict Cumberbatch, Dev Patel, Ben Kingsley, Richard Ayoade
Calificación: 6/10