“La Navidad es la estación para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, la llama genial de la caridad en el corazón.” —Washington Irving
Elizabeth Balaguer, licenciada en diseño gráfico, especialista en literatura hispánica y peninsular, especialista en literatura infantil y promoción de lectura, además de escritora de literatura infantil, nos invita a preservar siempre la esencia de esta época decembrina en su último libro infantil, "Un cuento de la Navidad dominicana". Es una maravillosa razón para despertar en nuestros sentimientos todo lo que entraña la Navidad. Nos acerca al calor del hogar, al abrigo familiar, a reencontrarnos con los que se han ausentado (amigos y familiares que llegan a visitarnos). En este tiempo, prendemos la llama de la acogida (el cobijo), homenajeamos en nuestros corazones este tiempo, como hace la autora en este libro, donde condensa con maestría las tradiciones propias de nuestro país, de una manera tan singular que, al leer el texto, somos capaces de adentrarnos en sus páginas llamativas, que nos conducen a la paz, la armonía y la buena voluntad que inspira la estación.
¿Acaso no son mágicos los reencuentros? ¡Y qué decir de las celebraciones! Diciembre nos trae la felicidad de leer lo que la escritora siente por este tiempo. Con fuerza y amor, nos contagia, nos transmite la belleza y todo lo que se desprende en los aires, en su brisa única que derrama bondad. Ella pinta en cada página un mundo inigualable, teñido de rojo, verde y dorado. Porque mientras haya escritoras como ella, habrá navidades como la que desglosa entre sus letras. Un arbolito en cualquier esquina, lleno de adornos esparcidos, un charamico adornado con luces. Una ilusión que corre y por fin llega a la meta. Unos regalos que saltan sin prisa y con precios que no importan. El ajetreo al ver los rincones de la casa decorados. Un pollo asado bien sazonado. Un cerdo en puya bañado con un buen vino. Un pesebre que renace desde un corazón esperanzado. Es la antesala de un porvenir con nuevos tonos de dorado y rojo. Es la emoción de una Navidad multicolor llena de bienaventuranza. Y decir a puro grito: ¡Diciembre, llegaste, Feliz Navidad!
En la Navidad, el amor fluye y se vivencia. En este texto infantil, la escritora nos hace ver y entender que no importa si no hay grandes cosas materiales. Al interpretar lo que nos cuenta, comprendemos que lo que realmente importa es la ilusión. Cuando las velas se encienden en la Nochebuena y el árbol está iluminado, todos en la mesa, con voces de oro, cantan hermosos villancicos. “Las mesas se visten con hermosos manteles rojos, verdes y blancos. En el centro se coloca la flor de Pascua”, junto al árbol, viendo las bolas refulgentes, reflejándonos en ellas.
Elizabeth Balaguer sabe escribir para la infancia porque los niños se parecen a las plantas; al igual que ellas, fortalecen sus raíces sustentadas en el tronco de su esquema corpóreo. La autora sabe que hay que alzar sus luces hacia ese diario vivir que los pequeños comienzan a edificar. La niñez es la etapa en la que debemos abonar el amor, para que cuando sean mayores lo reflejen a su alrededor. Y en este tiempo navideño, hay que regalarlo con la dulzura y ternura más idónea para que en su ser siempre aflore el amor por la natividad.
En Navidad se producen emociones positivas como la solidaridad, la empatía, la esperanza, la ilusión y el afecto. Hasta las sonrisas amables iluminan todo y hacen que la vida sea feliz. La Navidad no tiene precio, y desde pequeños vamos aprendiéndolo. La brisa que la sostiene no se puede comprar. La magia de sus copos está al alcance de todos. El calor del hogar decorado por todos (la familia contemplando su obra) es un espectáculo sin costo alguno. En la simplicidad de un chocolate con jengibre y galletas horneadas caseras, ¿Existe algo más allá de esta magia? El asombro que genera sentarse a la mesa en Nochebuena y degustar cada plato hecho con amor. ¡Ningún banquete puede ser más exquisito! En ese momento tan especial del 24 de diciembre, en esa noche pletórica de dicha, cuando nos sentamos vestidos de gala, cuando alzamos nuestras copas, no importa cuál sea la bebida. Todo el caos se paraliza, la emoción nos enajena, y en cada casa hay un desborde de felicidad. La celebración, entre risas y anécdotas, florece derramando bienestar. Esto llena el alma de un regocijo inigualable.
La Navidad es la época de dar y recibir. Algunos regalan en nombre del niño Jesús, otros en nombre de Santa Claus. En estas fechas repletas de gracia y fascinación, no son los regalos lo mejor, sino los instantes de gozo que experimentamos con las personas que amamos y queremos. Porque la ternura y la ilusión llenan nuestro ser de alegría cuando estamos con ellos.
‘’Un cuento de la Navidad dominicana’’ tiene ilustraciones de Sarah Amaro, licenciada en Comunicación Visual y Bellas Artes. En este libro, la artista plástica nos sumerge en la abstracción, una técnica que se usa con frecuencia en los cuentos infantiles. Nos transmite toda su carga visual en un escenario que nos transporta a las celebraciones típicas de nuestro país en la época navideña.
Ella colorea acertadamente con imágenes llenas de creatividad que danzan ante nuestros ojos en su paleta cromática sugerente, que nos proporciona particularidades para que apreciemos todo lo que implica el sentido espiritual navideño de nuestra nación. Hace gala de un estilo que encanta a la vista con un atractivo innegable, ocupando todo el interés que su ingenio brinda. Las figuras y circunstancias del texto se identifican claramente en sus dibujos, y logra que conectemos con ilustraciones y letras. Ella plasma magistralmente, con su pincel de luz, imágenes claves en las que podemos saber todo lo que pasa sin tener que leerlo. La escritora y la ilustradora hacen una fusión sin igual. Una química encantadora que nos beneficia a todos.
Sarah Amaro hace uso de un estilo pictórico perfecto que ayuda a la comprensión de una forma adecuada en las mentes de los más pequeños. No satura. El aporte de esta creadora de la gradación cromática es significativo. En este texto, da vida a sentimientos, conceptos e ideas de nuestro folklore con un acertado uso en su brocha, manifestando la remembranza del afecto en sus estampas que engalanan el texto. Hace una Navidad edificada en cada delineación de sus dedos, en cada suspiro de sus manos, liberando una sensibilidad que queda grabada para disfrutarla, para atesorarla.
La escritora Elizabeth Balaguer nos sumerge en su escritura en un viaje que tiene más de cien años. El aguinaldo “Cánticos”, o popularmente conocido “A las arandelas”, de nuestro célebre escritor Juan Antonio Alix, es el aguinaldo por excelencia, preferido de todos los dominicanos. Es el aguinaldo más antiguo de nuestra nación. Juan Antonio Alix dedicó esta tonada navideña a Manuel de Jesús González. Es una combinación genial de lo religioso con lo cristiano. Esta canción de nuestro folklore manifiesta la gentileza de los dominicanos en las festividades que encierra la Navidad. En este libro, apreciamos cómo la escritora rememora la expresión de regocijo que nos entusiasma el alma cada vez que la escuchamos y cantamos con fervor: “A las arandelas, a las arandelas, a las arandelas de mi corazón”.
El tiempo de Navidad es para expresar nuestro amor, sirviendo en lo que podamos a los seres humanos más necesitados. Es una época que, por sí sola, nos convoca a perdonar agravios y ofensas. Si podemos contribuir económicamente, estamos proporcionando mucho, pero si comprometemos con los demás tiempo y compañía, esto es mucho mejor. Si verdaderamente damos lo mejor que habita dentro de nosotros, entonces esto sí tiene todo el valor del mundo. La invitación que perfuma la natividad es entregar lo que anida en nuestro corazón sin mancha. Elizabeth Balaguer nos recuerda que este tiempo sirve para replantearnos el sentido de nuestra cotidianidad y repensar como están sustentadas nuestras emociones y pensamientos. Nos suscita a volver sobre nuestros pasos y regresar a lo que fecunda la magia de la Navidad: ese renacer de luz en el pesebre del niño Jesús.
¡Qué felices nos sentimos porque Jesús ha nacido!
Cantemos con devoción villancicos celestiales,
Aguinaldos por doquier.
A ritmo de tambores, con gozo en el corazón,
adoremos reverentes al niñito de María,
a Jesús en su pesebre,
¡Qué enhorabuena ha llegado al mundo
a brindarnos bendición!
El nacimiento de Jesús se anuncia en el Antiguo Testamento, se declara este prodigioso nacimiento: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
En la silueta de este niño se desvela el fulgor del Altísimo Jehová, quien siempre guía a su pueblo y mantiene la ilusión como posibilidad de lo actual y venidero. Al estrechar el misticismo de la Navidad, esto nos acondiciona para acoger al niño Jesús, el hijo de Dios nacido en Belén. La transferencia de principios y virtudes piadosas nace en el hogar. Esta letrada está consciente de ello y nos pone a reflexionar. ¿Cómo podemos albergar el pesebre como símbolo en nuestro existir? ¿Cómo hospedamos el cariño que viene de Dios? ¿Nos dejamos estrechar por este amor? Aprendamos de este libro lo que nos cuenta, estirando los brazos, los miembros para rodear a los demás.
Este libro nos brinda la ocasión para reforzar los vínculos familiares, atendiendo a los niños, manifestando importancia a sus intereses y valoraciones, instruyéndolos con amor, brindándoles apoyo para que venzan sus posibles temores. Propicia que haya diálogos favorables para su enseñanza. También fomenta lo lúdico entre padres, hijos y adultos. En esta época es idónea la ocasión para distinguir y festejar el regalo más grande que el Omnipotente Dios nos ha entregado en el niño Jesús.
Elizabeth le pone alas doradas y plateadas a la Navidad, la deja brillar con su más hermosa luz. Cultiva paz y, al compás de su lectura, hay sonrisas en nuestros rostros. Hace que observemos detenidamente la estrella de David. Y es que en el tiempo de la Navidad se habla más de amor. El corazón se llena rebosante de gratitud. Hay un hechizo que detiene las guerras. El futuro se ve con una dulce ilusión.
El cantar de la tierra tiene un sonido especial. Los acordes del mundo resuenan al unísono con una música que extasía los corazones del mundo. Los seres humanos se unen desde todas las latitudes en unanimidad, y se escucha una reverberación, el eco de una canción de puro amor e inigualable paz en toda la tierra. ¡Qué magia tan inusitada, tan embriagadora, absoluta y bienhechora! La autora nos facilita este encuentro con su libro para charlar, para apreciar en todo su colorido y abordaje maravilloso este ciclo decembrino.
Las casitas de mi patria adornadas con lucecitas de colores.
Algunas de luces rojas y verdes, otras azules y amarillas.
No importan los colores de las luces.
¡Como las casitas de mi barrio, en todo este mundo no hay iguales!
Cuando en Navidad se encienden todas,
en la noche fría alumbrando la ciudad.
Todo el mundo está feliz. Todos en Santo Domingo ríen, bailan al son de estas fiestas navideñas. Cuanto se disfruta de todas estas tradiciones dominicanas que llenan las páginas de este libro infantil. Como los charamicos, que son símbolos eternos, típicos, que se utilizan para decorar y dar belleza a los espacios en nuestros hogares y en los lugares públicos. Estos charamicos se elaboran a mano. Se utilizan ramas de los árboles de olivo, bejuco y arrayán, entre otros. Esta elaboración manual es autóctona de nuestra tierra y es admirable la destreza con que los artesanos se dedican a esta práctica, tejiendo figuras como: estrellas, árboles, animales, casitas, pesebres y personajes del nacimiento de la natividad.
Los charamicos dan un toque diferente a la Navidad. La autora hace mención de los angelitos o el intercambio secreto de regalos. Una actividad que se realiza desde los primeros días del mes de diciembre hasta su final. Cada semana se hace el intercambio de un regalo pequeño, porque el último regalo será más grande y costoso. Esta actividad se hace con la familia, en las oficinas y en los círculos escolares, etc. En esta costumbre navideña se vivencian emociones de asombro, afecto y sorpresa. Evoca también los villancicos, que son cantos populares. Sin estas canciones folclóricas, la Navidad no tendría ese toque distintivo. Una Navidad sin villancicos nunca sería igual. Es mejor ni siquiera imaginarla sin ellos.
Los villancicos son el accesorio perfecto para disfrutar. Estos nos conducen a estados de armonía y gozo. ¿Qué sería una infancia sin estas remembranzas y evocaciones? Esta costumbre es imprescindible, pues todos en el mundo disfrutamos de ellos. Es algo más que mágico, que está en sus letras y nos arroba cuando los cantamos. ¿Quién no se ha emocionado oyendo, cantando “Belén, campanas de belén”, “Mi burrito sabanero”, “Pastores a belén”, “Alegre vengo de la montaña”, “Arre borriquito”, “Cascabel”, “Volvió Juanita”, “Yo traigo la salsa para tu lechón”, “Parranda navideña” y “Ábreme la puerta”? Los villancicos tienen cadencia divertida y son contagiosos. Ayudan a crear una atmósfera especial en estas celebraciones decembrinas. La letrada menciona en su texto a Santa Claus, personaje preferido de toda la niñez, relacionado con el asombro y la fantasía que fascinan a los pequeños. Un personaje que tiene su alma y corazón llenos de bondad y ofrece regalos a todos los que se comportan bien.
Santa Claus es quien encarna la felicidad de compensarnos por nuestras buenas acciones. Él representa ese deleite que experimentamos al compartir algunos momentos con otros semejantes.
Santa Claus es esa cara conmiserativa de ese aliento prominente que existe y marcha unida a nuestro lado.
Santa Claus viene, viene por ahí.
Santa Claus, Santa Claus.
¡Qué emoción! ¡Qué emoción!
Ya te trae la Navidad.
En las noches sueño con tu traje rojo y blanco sin igual,
Tu larga barba plateada y tu risa de Jo, Jo, Jo.
Llega pronto en tu trineo volador, que te espero con galletas,
ponches dulces y turrón.
Santa Claus, Santa Claus.
¡Qué emoción!
Ya te trae la Navidad.
Elizabeth Balaguer nos sienta en la mesa, nos abre el apetito con el exquisito sabor de los pasteles en hoja, degustamos con ella como sabe la telera con un pedazo de pollo asado. Se nos hace agua la boca al probar el moro de guandules con coco, salpicado con la ensalada rusa que tiene trocitos de manzanas verdes y pasas que se deslizan con gusto en nuestro paladar. Mientras miramos el arbolito con sus guirnaldas que luce tan bonito junto al nacimiento.
En este texto para la primera infancia, la escritora nos desea un tiempo no de regalos comunes, nos desea que podamos ver los renos volando en el trineo lleno de presagios venturosos. Un tiempo de risas doradas a toda la infancia. Un tiempo para tocar la estrella de Oriente y que su brillo sea nuestro manto. Un tiempo para amarnos con ese amor que solo Dios da. Un tiempo de asombro en un copo de nieve, en la brisa, en la niebla de cada amanecer con olor a clavo dulce y jengibre en una taza de chocolate caliente. Un tiempo que huela a perdón, en la chimenea, en la manta tibia que nos abriga bajo las luces titilantes que adornan la ciudad.
Ella quiere, con este libro, que los pequeños descubran el verdadero sentido de la Navidad. Que interioricen su significación, dando relevancia al espíritu que la rodea, que el protagonismo lo tenga el vínculo familiar al vivenciar momentos únicos en el despliegue del afecto, que se va dando con ilusión en estas fechas representativas. ¿Quién puede decir que la esperanza, que la ilusión no se transmite? En este libro, hace un aporte, un llamado de atención a los padres, crea escenas, para ese compartir que se debe experimentar en el hogar entre padres e hijos. Elizabeth, tus letras huelen a amor, tienen gestos de felicidad. Tienen sonidos de campanas y cascabeles. Regalos de todo tipo cuelgan de ella. Que latido constante de amor fluye, hay un vuelo de alegría.
Cuando leemos este libro no hay escape posible, no podemos huir de la blanca, roja y dorada Navidad.