Los desmanes de las tropas haitianas comandadas por el general Henri Christophe en Santiago de los Caballeros se ampliaron en la retirada, cuando el emperador Dessalines renunció a tomar por asalto la ciudad de Santo Domingo. Christophe, ciertamente, había pedido paso franco por Santiago, pero la resistencia que le opusieron las milicias criollas bastó para considerar a los dominicanos en bloque como enemigos.
Semejante percepción se consolidó cuando numerosas personas se refugiaron detrás de los muros de la ciudad de Santo Domingo, a medida que avanzaban los tres cuerpos de las tropas haitianas. La actitud de repudio de la generalidad de la población dominicana ante los invasores fue reconocida por el propio emperador para proclamar y justificar los crímenes y tropelías que sus tropas, comandadas por él, cometieron al retornar por el norte,.
En la alocución al pueblo haitiano, el 12 de abril de 1805, el emperador indica que él presumía que los “indígenas españoles”, “descendientes de los desgraciados indios inmolados”, aprovecharan la oportunidad de “sacrificar a los manes de sus antepasados”. Pero, en postura contradictoria con la expectativa, “estos hombres envilecidos y degradados, prefiriendo a las dulzuras de una vida libre e independiente, amos que la tiranicen, hizo causa común con los franceses”.
Al fracasar en su intento contra los franceses, echó la culpa a los dominicanos en bloque y los condenó irremisiblemente como enemigos. Se abría una brecha imposible de remediar, sellada con sangre y salvajismos. Es llamativa la improvisación del fundador de Haití, ya que meses antes había intentado obtener la subordinación de los habitantes de Santiago, pero mediando la exigencia de un impuesto de 100,000 pesos, imposible de obtener, lo que determinó que sus pobladores se plegaran a los franceses y depusieran por el momento su expectativa de retorno de la soberanía española. Los episodios de la primera mitad de 1804 revisten sumo interés para comprender la fosa que cavó el propio Dessalines para impedir el entendimiento entre los dos pueblos.
Dessalines omite reconocer masacres, pero sí reconoce violencia, depredación y deportación a Haití de multitud de dominicanos como prisioneros.
Después de explicar, en la referida proclama, que la llegada de una flota francesa lo obligó a levantar el sitio de Santo Domingo, manifiesta su satisfacción inaudita porque esta ciudad fue el único lugar que “sobrevive a los desastres de la devastación que propagué a considerable distancia en la parte antes española…”. Más adelante continúa, a partir del principio de que donde no hay campos no hay ciudades: “… que habiendo sido tomada a fuego y sangre toda la parte exterior de Santo Domingo, el resto de los habitantes y de los animales, arrancados de su suelo y conducidos a nuestra patria, la ventaja que el enemigo se proponía alcanzar de este punto de mira, resultó si no completamente nulo por lo menos insignificante".
Dessalines omite reconocer masacres, pero sí reconoce violencia, depredación y deportación a Haití de multitud de dominicanos como prisioneros. De manera que no debería haber duda del relato de García sobre este punto. Este historiador refiere que, en La Vega, el coronel Antoine hizo apresar a unas novecientas personas de todas las condiciones para llevarlas como cautivos a Haití. Ese número de se incrementó en Santiago, donde apresaron a más personas después de incendiar la ciudad. En realidad, todas las poblaciones eran incendiadas, como reconoció el propio emperador, empezando por Monte Plata. En el Diario de la Campaña de Dessalines, fechado el 12 de abril, se reconoce:
En consecuencia, dio a los principales jefes la orden de evacuar el país, y a las dos de la tarde, la caballería se extendió por todos lados, destruyendo y quemando todo lo que encontraba a su paso. (…) En virtud de las últimas instrucciones de S. M. dejadas a varios generales, estos empujaron delante de ellos el resto de los habitantes, de los animales y bestias… redujeron a cenizas los pueblos, aldeas, hatos y ciudades, llevaron por todas partes la devastación, el hierro y el fuego y no perdonaron sino los individuos destinados por S. M. a ser conducidos como prisioneros”.
El reconocimiento de la ferocidad contra el conjunto de los dominicanos respondía a que fueron equiparados como enemigos a los franceses, quienes habían sido exterminados en una masacre poco tiempo después de proclamada la independencia de Haití.
Informaciones variadas confirman las ocurrencias en Cotuí, La Vega, Puerto Plata y Monte Cristi. La deportación tomó ribetes apocalípticos, según narra el historiador nacional, después del incendio de Santiago.
…llevándose consigo todas las familias prisioneras, de las cuales las que pudieron sobrevivir no alcanzaron su libertad sino al cabo de cuatro años de sufrimientos y martirios. Horroriza la pintura hecha por una de las víctimas, del cuadro que presentaba el grupo de los infelices que a pie y empujándolos con las puntas de las bayonetas hacían marchar entre filas de soldados, confundidos con el ganado vacuno, los cerdos y las bestias de carga que iban robándose por el tránsito; vía dolorosa que dejaron sembrada de cadáveres y regada con la sangre y las lágrimas de muchos seres inocentes.
Llegados a Cap Haïtien, esos dominicanos fueron repartidos como esclavos a los ayudantes de Christophe.
El historiador ofrece nombres de no pocos de los asesinados en ocasión de la ocupación de las ciudades y la deportación de muchos de sus habitantes que confiaron en las garantías ofrecidas y retornaban de los montes donde se habían ocultado. Se confirma hasta la saciedad lo proclamado por el propio emperador.
Resulta indiscutible el espanto sucedido en la retirada del fundador del Estado haitiano. De esos hechos hay referencias en varios textos de testigos o de autores que recibieron informaciones de primera mano, como el doctor Alejandro Llenas. Por ello causa asombro el desparpajo de los negacionistas, más bien subrepticios, quienes se han concentrado en descartar que en Moca se produjera la masacre del 3 de abril de 1805. Respecto a ese evento, el historiador nacional explica que Christophe en persona había ofrecido a fray Pedro Geraldino garantías para los centenares ocultos en los montes. Al apersonarse muchos a la villa, se convocó un tedeum.
Acudieron al templo más de quinientas personas de todas clases, sexos y edades, además de la soldadesca desenfrenada de Faubert, la cual cerró todas las puertas al comenzar la ceremonia y se entregó de lleno al desorden, saciando su furor brutal sobre aquella concurrencia inofensiva, de la que quedaron muy pocas personas con vida, porque hasta el sacerdote que oficiaba fue ensartado en las bayonetas, en medio de la espantosa gritería de aquella horda de salvajes”.
Dejando de lado la implícita negación en bloque de las indiscutibles atrocidades de las tropas haitianas, cabe enfocarse en lo ocurrido en Moca, en lo cual se centran los críticos que, por una negación puntual, extienden una absolución al comportamiento declarado de Dessalines y sus lugartenientes. Ciertamente, se presenta el caso de que otras fuentes no lo informan de manera explícita, a diferencia de la masacre cometida un mes antes en Santiago.
Gaspar Arredondo Pichardo, letrado de la élite colonial de Santiago, refugiado en Cuba, escribió una crónica en la cual detalla lo acontecido tras la oposición del coronel Serapio Reynoso al paso de las tropas haitianas, pero no dice nada del “degüello” de Moca. La razón es sencilla: Arredondo Pichardo escapó del país inmediatamente después de la entrada de Christophe a finales de febrero, de forma que no pudo enterarse de nada de lo sucedido con posterioridad. Pero, por más sesgada que resulte su narración, contiene detalles preciosos, pues le tocó formar parte de las comisiones de santiagueros que procuraron un acuerdo con Dessalines en los primeros meses de 1804.
Alejandro Llenas, un médico nativo de Santiago y precursor de estudios históricos, publicó en mayo de 1874 el artículo “Invasión de Dessalines”. En él da cuenta de las complejas situaciones que afrontaron sus coterráneos desde inicios de 1804. Reseña los incendios y asesinatos de habitantes ordenados por Dessalines en todas villas, incluidas Moca, pero no entra en detalles sobre el 3 de abril. Se limita a decir que el coronel Jean Jacques Bazile dio fuego a Moca, mientras Campos Tavares y Pierre Poux pillaron y quemaron Puerto Plata y otros oficiales hicieron lo mismo en Macorís y Monte Cristi.
Antonio Del Monte y Tejada, el primero que se propuso escribir una relación íntegra del pasado del país, en el tomo tercero de la Historia de Santo Domingo, como habitante entonces de Santiago ofrece luces acerca de los dilemas que atravesaron sus “principales” en torno a su fidelidad a España, la presencia francesa y la gravitación de Haití. Aunque abandonó el país en esos días, procuró reunir documentos y testimonios mucho antes que García. En el capítulo XV del tomo III de su obra recoge lo sucedido tras la retirada de Dessalines:
Efectivamente, evacuaron los negros a Santo Domingo; y no saciados en su saña y deseos de venganza contra los de Santiago que habían opuesto resistencia a su entrada, al regresar incendiaron la ciudad y a los clérigos y mujeres que aún quedaban en ella, los condujeron prisioneros a la parte francesa, después de haber hecho un degüello horroroso en la parroquia de Moca, a cuatro leguas de Santiago, donde se habían refugiado varios fugitivos, bajo la fe del perdón o amnistía que dio el General Cristóbal al cura Fr. Pedro Geraldino. Este suceso aconteció el 3 de Abril y de ello tuvo la culpa aquel mismo mulato Faubert que había sido anteriormente Comandante en Santiago. Lo mismo sucedió en las otras ciudades del tránsito como Cotuy y Vega. Todo fue presa de las llamas y del cuchillo, y la parte del N. quedó reducida a aquellos vecinos que no pudieron emigrar y que fijaron su residencia en los campos, permaneciendo en este estado de desamparo y angustia durante los años de 1806, 1807 y 1808, en que volvieron a reunirse poco a poco los que quedaron…
Este tercer tomo de Del Monte se publicó en 1892, pero no es descartable que García lo leyese antes, pues de hecho hace referencia a él. Pero García ofrece detalles mayores del “degüello”, de forma que no se limitó a apoyarse en una tradición, sino que obtuvo nuevos datos. Resulta descartable que el historiador nacional fabulase o se apoyase en informaciones inciertas o dudosas.
Ciertamente, hasta ahora, hay ausencia de documentos originales, pero esto no tiene nada de raro. Los primeros tratadistas de la historia dominicana llenan ese vacío, por más reparos que se puedan plantear acerca de los condicionamientos socioculturales que incidían en sus elaboraciones.
Lo acontecido en la invasión de 1805 convoca, por una parte, un ejercicio intelectual acerca de la fiabilidad e importancia de las versiones ofrecidas por los historiadores. Por otra parte, llama a la reflexión acerca de los procesos que llevaron a una contraposición entre haitianos y dominicanos, protagonistas de procesos distintos, como lo reconoció, a su manera, el mismo primer gobernador y emperador del Estado haitiano. Este abrió un abismo que quedó marcado en la conciencia de los dominicanos. Su ordenamiento despótico, por lo demás, marcó el inicio de situaciones que impidieron la concreción de un propósito nacional-popular y democrático en Haití. No se plantea ahondar heridas, pero sí evaluar cómo ocurrieron los trágicos eventos en verdad. La alteración de la verdad no se justifica en ninguna circunstancia y bajo ninguna premisa. Las partes deben asumir los hechos del pasado con vistas a la construcción de un futuro común auspicioso en el que se reconozcan los derechos de cada parte.
Roberto Cassá en Acento.com.do