Creo que no es elegante mostrarle a un escritor los errores corregidos, menos aún si es un poemario escrito por una dama que apenas se inicia en la literatura. Eso no debe hacerse público, debe quedar en la intimidad de ambos: escritor y corrector. No hay un autor que no sea corregido por alguien. Incluso las grandes editoriales lo hacen; hasta quitan páginas y transcriben otras, incluyendo capítulos y modificaciones completas.

Ningún escritor del ámbito internacional vinculado con una editora se encuentra extraño a la hora de que sus obras fueron revisadas y corregidas. Recientemente, dije en una entrevista que me realizó el joven talento de nuestras letras, Gerson Adrián Cordero, el domingo pasado en este mismo periódico: «El escritor debe ser un sujeto de la lengua, pero, sobre todo, un creador capaz de construir y fabular nuevas posibilidades literarias.  Aunque por naturaleza también sea un sujeto social y político, principalmente debe ser un patrimonio cultural, porque su verdadera nación es la lengua». (Cordero, 2025)[1]

Un escritor que más o menos se respete debe tratar de dominar su instrumento de trabajo. Aunque no es necesario ni obligatorio que deba ser un especialista o profesional de la lingüística, para eso están los correctores, que incluso los hay hasta de estilo. Dos grandes escritores de nuestra lengua no lo fueron y, sin embargo, realizaron obras fundamentales para la historia de la literatura universal. El mexicano Juan Rulfo (1917-1986), con la genial obra «Pedro Páramo», publicada en el año 1955. El colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), con «Cien años de soledad», editado en 1967. Dos obras, recientemente llevadas al cine por la famosa plataforma de «Netflix», fui de lo que me inscribí solo para verlas: la primera como largometraje, la segunda como serie, con sus primeros ocho capítulos.

El sistema educativo nacional debe enseñar que la escritura es un proceso complejo que requiere una planificación previa, antes y durante. Además, deben realizarse varios borradores para dejar el último como el definitivo. La inspiración ni la famosa musa griega no tienen nada que ver; para escribir hay que pensar de manera lógica para que el discurso textual tenga una estructurada cohesión, respetando todas las normativas de la lengua como sistema lingüístico. Al igual que debe hacerlo el escritor, me resultó interesante escuchar a Mario Vargas Llosa enunciar: «Escribo hasta tres borradores antes de publicar una novela». El escritor debe trabajar aún más porque, para él, también es un proceso creativo.

Libros.

En la educación tradicional dominicana, el aprendizaje de la lengua española se centraliza en su función gramatical y comunicacional como resolutoria de los problemas de la cotidianidad de los estudiantes, como demostré en una investigación al respecto. Mientras que su competencia literaria se reduce a un lejano tercer plano, teniendo como resultado que ninguno de los dos sea aprendido desde su propio ámbito de competencia. Esta problemática se traslada al campo nacional, donde los alumnos no salen preparados.

Surge entonces que muchos de nuestros jóvenes escritores no tengan pleno dominio ni una cultura de su lengua.  Con esto quiero decir que nuestro problema es sistémico, cuya deficiencia es de quienes también la enseñan. Asimismo, significa que los adolescentes que aspiran a escritores no llegan mínimamente formados en ninguna de las dos: ni en lengua ni en literatura.   De alguna manera, aunque en el país no hay una cultura para el oficio del corrector, es indispensable que los escritores se dejen corregir. Sin embargo, la mayoría no lo hace porque se creen seres superiores. Uno y otro se necesitan; no deben ser sujetos separados.

El escritor es un creador y el corrector es un especialista, cuya responsabilidad no es inventar nuevas realidades y posibilidades o mundos imaginarios. Su misión es revisar los desaciertos y corregir los entuertos gramaticales y mejorar hasta el estilo de quien escribe, sin estropear el original del autor. Leticia Tello expresó: «Gran cantidad de editoriales y autores no dan reconocimiento al corrector». (Owen, 2023)[2]

Imprenta de Gutenberg.El corrector surgió después de la invención de la imprenta por el alemán Gutenberg en 1440, quien es considerado su «padre».

El corrector surgió después de la invención de la imprenta por el alemán Gutenberg en 1440, quien es considerado su «padre». Es uno de los descubrimientos más sorprendentes de la humanidad, porque con él comienza la socialización y la difusión de la escritura como instrumento principal de conocimiento; con ello se produjo el maravilloso y mágico objeto conocido como el libro, que también vino a concretar el saber de forma más permanente y trascendente. Pasamos de la simple oralidad a la palabra escrita, que son las dos formas esenciales de la comunicación humana. Es decir, el saber y el conocimiento dejaron de ser secuestrados por las grandes élites religiosas, los faraones, reyes, príncipes, políticos y ricos de las sociedades antiguas.

Esto indica que, junto a la aparición de la imprenta, también nació la vida del corrector como un artesano gramatical de la lengua escrita. Desde tiempos ancestrales, se evidencia su importancia en procura de su corrección y buen uso, donde el escritor tiene su mayor responsabilidad por ser su máximo potencializador y creador.

En su valioso trabajo, Ana Mosqueda, de la Universidad de Alcalá, Buenos Aires, nos hace un interesante recorrido histórico para realizar una síntesis en la contemporaneidad:

«En la actualidad, de centrarse en vigilar la normativa de un texto el corrector ha pasado a desempeñarse como un especialista del lenguaje que actúa en diferentes niveles y se ocupa no solo de controlar los aspectos ortográficos o gramaticales de una obra sino también su consistencia textual y discursiva. En este sentido, consideramos que hoy los correctores cumplen una función cercana a la de “asesores lingüísticos”, que más allá de manejar las competencias gramaticales y conocer perfectamente la normativa, deben contar con una gran experticia en las competencias textuales y enciclopédicas, abordar cada obra a partir de sus particularidades discursivas y genéricas, conocer las propiedades y riquezas de las variedades lingüísticas del español, y administrar los recursos informáticos con el fin de enfrentar los desafíos que plantea el mercado editorial y la era digital. No obstante, vale aclarar que a lo largo de la historia las funciones del corrector y del editor se han visto superpuestas». (Mosqueda, 2013)[3]

Como apunta la autora, el término ha ido variando y ha venido siendo usurpado por el editor, que es el responsable de la obra en su conjunto, pero quien  ̶ realmente ̶  hace las distintas correcciones es el corrector. Este oficio es vital para la creación y publicación de una obra, por lo que debe ser asumido con un alto compromiso que conlleva esmero y eficiencia; por eso, en la actualidad, su tarifa es bastante costosa, incluso que algunos casi cobran lo que cuesta la impresión de la obra. El tarifario de su trabajo viene cotizado desde su mismo surgimiento.

Pedro Henríquez Ureña.

Con el avance de la tecnología de la computadora, ahora vienen correctores insertados al equipo. Con la Inteligencia Artificial (IA), hay de todo tipo y marca, gratuitos y pagados. Incluso se podría pensar que, debido al desarrollo, el oficio de corrector pueda ser reemplazado por dicha tecnología. Pero yo veo un problema: sus correcciones están basadas en el español general, por lo que esto afecta las particularidades expresivas de una comunidad lingüística; vale decir, elimina la idiosincrasia de los dialectos de una lengua, que es una especie de identidad léxica que se produce en los actos de habla y que, cuando son llevados a la escritura, deben permanecer. En virtud de esto, es que cada país tiene sus particularidades o singularidades; por ejemplo, aunque nuestro idioma viene de España, nosotros hablamos el español dominicano, como lo refirió nuestro Pedro Henríquez Ureña en sus estudios, igual que el lingüista santiaguero Bernardo Vega en sus diferentes investigaciones realizadas en el país.

La relación entre escritor y corrector nunca ha sido armoniosa por múltiples razones y motivos. Existen autores que ni siquiera vuelven a leer sus obras después de ser publicadas, porque no podrían soportar lo que les han hecho. He visto y leído muchas entrevistas donde sus creadores dicen no leerlas, incluyendo al Premio Nobel de Literatura 2010, Vargas Llosa. La lucha entre uno y otro, hasta a veces el odio, la complejidad y la intimidad, están bien vertidas en la película «El editor de libros» de 2016, que plantea la dramática relación entre el editor literario Max Perkins, que era toda una celebridad en su tiempo, y un escritor. Escrita por John Logan, con el título Genius, basada en el libro Max Perkins: Editor of Genius de A. Scott Berg, quien obtuvo el Premio Nacional del Libro de 1978.

Hay dos cosas que para mí quedan claras sobre este tema: el oficio del escritor es crear y pensar. El objetivo del corrector es revisar y corregir todos los aspectos gramaticales y de estilo de un autor para mejorar su obra. Por esta razón primordial, debería existir una relación de intimidad, armoniosa y de confianza entre ambos, independientemente del ego de cada uno. Otra cosa: hay más escritores que correctores. En algunas ocasiones excepcionales, en una sola persona cohabitan los dos: uno que de escritor se convirtió en corrector o viceversa.

Sobre el tema en cuestión, el experto Ariel García ha reflexionado:

«La diversidad de estilos exige que el corrector de textos no solo actúa como revisor, sino también como intérprete. Personalmente, busco un equilibrio entre respetar la originalidad y asegurar la precisión; procuro que cada texto alcance su máxima potencial sin eclipsar la voz de autor. Mi labor profesional va más allá de la mera corrección. Los correctores no ´´leemos´´ todos los textos de la misma forma, ni revisamos un trajo científico que un cuento o una novela. Este complejo y maravilloso oficio se codea con la diversidad infinita del lenguaje, siempre en movimiento, con las innumerables perspectivas de las coces sociales y con la heteroglosia.» (García, s.f.)[4]

El trabajo del corrector y la publicación de la obra son responsabilidad de la editorial, pero en nuestros países no lo son. Aquí, por ejemplo, el escritor tiene que crear, corregir y publicar su obra. Las editoriales dominicanas no son reales, sino negocios personales, donde el autor tiene que cubrir todos los gastos. La Editorial Nacional, que es una dependencia del Ministerio de Cultura, no tiene ni una sola imprenta. Pero, además, la mayoría de las veces solo se encarga de publicar sus propios premios literarios nacionales y algunas obras de maestros de la literatura dominicana.

Banco Central.

Las dos entidades gubernamentales que han asumido ese rol son el Banco Central, por medio de su departamento de cultura, que tiene décadas dirigiendo con acierto y asombro al prestigioso escritor e intelectual José Alcántara Almánzar. La segunda es el Archivo General de la Nación (AGN), presidido por su director, el prestante historiador dominicano Roberto Cassá, con un amplio programa de publicaciones concernientes a nuestra historia nacional, así como con obras de nuestros autores e intelectuales. Otra que publica esporádicamente es el Banco de Reservas de la República Dominicana.

Archivo General de la Nación.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) es la única institución académica que posee una Editora Universitaria en el país;  pese a ello, no ha jugado su verdadero rol por lo que fue creado, ni dentro de su campus ni fuera: « […] está destinada a centralizar, promover, dirigir y realizar la edición e impresión de los textos y otras publicaciones de profesores, investigadores y alumnos, obras que requiere la Universidad para cumplir sus funciones de docencia, investigación, extensión y postgrado». (Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), s.f.).[5]

UASD, Aula Magna.

Igual que algunas empresas privadas, pero con temáticas específicas y para sus clientes preferenciales, como cada año lo hace el Banco Popular Dominicano, con una edición de lujo y gran formato, a través del área de relaciones públicas que dirige el renombrado poeta y escritor José Mármol. En otrora, y por donde inició, fue con la empresa telefónica Codetel, bajo la responsabilidad del escritor e intelectual José Rafael Lantigua, publicaciones que enaltecían la bibliografía nacional. En la gestión de él frente al Ministerio de Cultura, fue la época en la que se publicaron más libros y autores a nivel nacional, hasta de otros países.

Banco Popular.

La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), con entidad privada, jugó un papel importante en la publicación de obras de autores y profesores en las distintas áreas del conocimiento, incluyendo la literatura dominicana. Ese departamento de publicaciones fue dirigido por una figura de la estirpe intelectual de Héctor Incháutegui Cabral, entre otros. Otro de sus aportes fue la publicación periódica de la prestigiosa «Revista Eme Eme: Estudios Dominicanos».

El tema del escritor, el corrector y la editorial debería ser estudiado con mayor profundidad en la República Dominicana, con el interés de que se hagan investigaciones académicas en grado y posgrado, para ser insertado en las grandes debilidades culturales que tenemos en el país. Solo quisimos abrir el debate, para que otros lo continúen por las distintas vías que entiendan de lugar.

[1] Cordero, G. A. (Enero de 2025). https://acento.com.do/. Obtenido de

https://acento.com.do/amp/cultura/cinco-preguntas-para-un-escritor-de-la-republica-

dominicana-enegildo-pena-9445540.html

[2] Owen, Y. (octubre de 2023). https://yerseyowen.com/. Obtenido de https://yerseyowen.com/2023/10/26/gran-cantidad-de-editoriales-y-autores-no-dan-reconocimiento-al-corrector/

[3] Mosqueda, A.  Enero de 2013). https://www.elsevier.es/. Obtenido de

https://www.elsevier.es/es-revista-anuario-letras-linguistica-filologia-73-resumen-el-oficio-del-corrector-composicion-S0185137313710358

[4] García, A. (s.f.). https://www.google.com/. Obtenido de https://www.instagram.com/arielgarciaescritor/p/C31C3GluQ9I/

[5] Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). (s.f.). https://uasd.edu.do/. Obtenido de https://uasd.edu.do/editor