Si la inteligencia humana puede transformarse en artificial, dejaría de ser natural, y, por tanto, se haría antihumana –o inhumana–, y si es antihumana, entonces es enemiga del género humano y de lo humano: terminará matando al hombre, y aun, la idea del hombre (como dijo Adorno que, en Auschwitz, “no solo murió el hombre sino la idea de hombre”). Tras su obsesión inventiva, alcanzará lo que buscaba: inventar su autodestrucción (“El que mucho busca mucho encuentra”, dice un refrán). Pero la inteligencia artificial (IA) nunca podrá, sin embargo, soñar o recrear los sueños, ni imaginar. Ni crear fantasías o contar sueños, ni cultivar el arte de la oniromancia.

La IA es una herramienta que persigue reemplazar el factor humano, pero dudo que lo logre, mas que convivir con el hombre mismo, su inventor, y coexistir como herramienta aliada. Pero el anhelo y el sueño de desplazar al hombre, siempre ha existido desde la era preinformática, y desde mucho antes de la invención de las computadoras. Con la IA, el hombre puede manipular el sistema operativo de su mente. Es capaz de generar nuevas palabras e imágenes, pero de lo ya dado, inventado, imaginado o creado por la inteligencia humana. Pero no crea, sino que recrea. No produce un conocimiento metabolizado por la mente y el cerebro, ni es capaz de pensar autónomamente. Tampoco es capaz de crear dioses, mitos, leyendas o fábulas, porque parte de palabras dadas, que combina, mezcla, asocia y relaciona, y, por tanto, no puede metaforizar, como en la poesía y la literatura. Como son realidades abstractas, no concretas, la IA no puede inventarlas sino apenas recrear palabras huecas y vacías, nunca su esencia, sustancia, magia y misterio.

La IA no tiene pensamiento autónomo y propio; tampoco, conciencia ni espíritu, por ende, no es un lenguaje, ya que pensamiento y lenguaje se intercambian y funden en un mismo signo. Será el fin de la historia o el inicio de una nueva era con nuevos paradigmas, visiones y puntos de vista de las cosas y los fenómenos. Podría ser el fin de la biología humana y de la cultura, que transformarían la realidad, la vida, la sociedad, el arte y la naturaleza.

Como herramienta, la IA podría crear una crisis en la idea de originalidad, pero nada de la cultura escrita ha sido original, pues se nutrió de la cultura oral, de la tradición oral, de los juegos, de los mitos, de leyendas y fábulas, que se pierden en la espiral del tiempo pasado.

Los peores peligros serían que destruyeran los valores democráticos, la convivencia pacífica y el orden internacional porque caeríamos en el caos social y político, y esto sería la ruina del mundo civilizado.

Todo nace de Homero, de sus creaciones épicas, de sus epopeyas míticas, que recreó, tras nutrirse de la mitología helenística. Homero es, pues, el primer poeta, el primer escritor épico, el fundador de la tradición literaria de Occidente, el invidente mago, vaticinador lírico del misterio y la magia, de la metáfora de lo desconocido. Ese dios verbal que prefiguró la originalidad de la creación literaria e inauguró la espiral de la imaginación del mundo antiguo. Homero es, en la tradición literaria, el Adán, el primer hombre -poeta, que transcribe –y traspasa—a la escritura lo que antes estuvo en el río de la oralidad, en el mar de la mitología. También el Moisés, que le puso nombre a las cosas que estuvieron en la oscuridad del anonimato, en el reino de lo desconocido y en la sombra de lo ignoto.

Homero (busto).

El gran reto de la IA será poder inventar, crear y recrear los sueños, que han sido la sustancia de las creaciones humanas, de la imaginación artística, la creatividad, las ilusiones, las fantasías y las utopías. Habría que ver –o esperar– si la IA será capaz de manipular el mundo de las ilusiones. Y también, de disipar o terminar con los miedos, las angustias y las neurosis que nos depara el futuro, o, por el contrario, los exacerbará. El devenir de la IA representa una revolución que podría poner en vilo y en crisis los demonios y las fantasías de las ilusiones humanas. Podría crearnos una cortina de sombras, encerrarnos en una caverna platónica o en un laberinto borgeano, del que apenas podríamos divisar sus penumbras y sus luces enceguecedoras. O caer en una en una red ética, que nos conduzca al mal, pues el conocimiento y la inteligencia humanos siempre han servido para el bien o para el mal. Habría que evaluar su impacto en el futuro de la especie humana para evitar que la IA y la tecnología nuclear caigan en manos de las potencias políticas o en manos privadas que las usen para la destrucción masiva de la civilización. Su potencial destructivo debe ser regulado, controlado y vigilado por un tribunal ético y jurídico internacional, no político. Los peores peligros serían que destruyeran los valores democráticos, la convivencia pacífica y el orden internacional porque caeríamos en el caos social y político, y esto sería la ruina del mundo civilizado. O que la IA sea usada por dictadores, autócratas y tiranos –como los hay–, que poseen armas nucleares para atemorizar, controlar el mundo y violar la privacidad, la intimidad y el espacio aéreo y marítimo.