Diego Rivera fue uno de los principales líderes de la Liga Antiimperialista de América, de tendencia comunista y estuvo a favor del levantamiento revolucionario de Nicaragua, bajo el mando de Augusto César Sandino.
Fue amigo entrañable de León Trotski, quien se había exiliado en México, al ser acusado por Josip Stalin enemigo del bolchevismo. Cuando Trotski es asesinado por el español Ramón Mercader, supuestamente comunista y quien se encontraba en calidad de refugiado en la nación azteca, Diego se encontraba en San Francisco y lamentó que Frida, quien había dejado de ser su mujer, se le había detenido por alegada participación en el crimen por su amistad con Mercader, a quien conoció en París, pero Diego no demostró que en lo más mínimo que sentía la irreparable muerte de su amigo.
Diego Rivera nació junto a su hermano gemelo, Carlos, quien murió de meningitis en 1888. Antes de sus padres trasladarse a la ciudad de México, vivían en la casa número 80 de la calle Pocitos. Refiere Gallardo Muñoz que al morir Carlos, doña María del Pilar Barrientos cayó enferma, víctima de una profunda neurosis, y los médicos, en un intento por salvarla de tan aguda depresión, la aconsejaron que estudiara una carrera. No eran personas ricas, pero ella se pudo permitir seguir unos estudios que terminaron graduándola en obstetricia, y de ese modo, en gran parte, salir de su honda fase depresiva".
Y agrega que "tampoco, su hijo Diego era un muchacho de gran salud, al menos siendo niño, y ello hizo que sus padres tuvieran que enviarle a vivir a una región montañosa, bajo la protección y cuidados de su nana india, llamada Antonia. Esta fue como una segunda madre para él, a la que el pintor profesó siempre un afecto muy especial y de la que siempre conservó un vivo y emocionado recuerdo. Se dice que fue ella quien más y mejor le aproximó a la cultura indígena, al tiempo que la propia Antonia significaba para su pintura una fuente de inspiración que se prolongaría en el tiempo".
Uno de los artistas que más influyó en Diego Rivera fue el maestro José Guadalupe Posada, grabador y caricaturista.
Este hecho nos revela la paradoja en Diego Rivera, ya que en su juventud llegó a profesar cariño y respeto a sus padres, describiendo al primero de "hombre fuerte, alto, de barba negra, guapo y simpático” y a doña María de Pilar Barrientos de "diminuta, casi una niña, con ojos inocentes".
Hay varias maneras de interpretar la obra de Diego Rivera. Una de ellas es su iconografía subyugante. Por otro lado, está la atención que presta el artista a la elaboración técnica en sus composiciones donde los elementos del lenguaje plástico denotan ciertos flujos arquetípicos de la realidad social de su país en la época en que le tocó vivir y en la actitud de construir una nueva conciencia estética que posteriormente sirvió a sus discípulos disfrutar de una pluralidad de conceptos y posibilidades germinativas.
Las apuestas pictóricas en Diego Rivera fueron aleccionadoras desde la perspectiva del acento, la síntesis, el discurso, el análisis y el significado, enriquecidos por la observación que pone el artista en cuanto a la idiosincrasia de un arte revolucionario que en su liturgia de símbolos, signos e imágenes denotan los ritos naturales de sus invenciones, penetradas de raíces ardientes, de querellas y lamentos; de compromisos y en atención a la historia de un México marcado en su época por el caciquismo, la injusticia, la arbitrariedad y las pasiones de unos y otros por crear a su modo un prototipo de país y de cultura.
En su imaginería que no cesó nunca, la manera de ser y de estar en el mundo para decirlo con palabras de Sergio López Mena, tiene una connotación de mucho peso, porque en esta concepción encontramos las verdaderas implicaciones históricas, sociales y sentimentales en la obra de este patriarca del arte mexicano. Todas sus obras están preñadas de dilemas y el entramado de sus ideas pertenecen al maravilloso mundo de los testimonios y de los rasgos distintivos en que el hombre es la esencia del pensamiento y el inquietante porvenir.
Su obra es un ejemplo de un logrado equilibrio entre el impulso de la creación y la expresión narrativa. Asimismo, en la tensión dramática de sus murales se aprecia un magistral dominio de las formas, los volúmenes y los colores. Entre sus principales murales cabe destacar: “Trabajos y fiestas del pueblo mexicano y la Revolución Mexicana”, de la Secretaría de Educación, en la Ciudad de México, realizado entre 1923 y 1928; "Canto a la tierra liberada", el cual se encuentra en la Capilla de la Universidad de Chapingo y realizado de 1924 a 1926; "Salud y vida", Secretaría de Salubridad y Asistencia, Ciudad de México, llevado a cabo en 1929; “Historia de México", Escalinata Palacio Nacional, Ciudad de México (1929-35); "Historia del Estado de Morelos", Palacio de Cortés, Cuernavaca, en 1930 y "Alegoría de California", Bolsa del Pacífico, San Francisco de California, Estados Unidos (1931).
Asimismo: "La industria de Detroit”, Institute of Arts, Detroit (Michigan), Estados Unidos (1932-33); “Hombre en cruce", Edificio RCA, Rockefeller, Center, Nueva York, Estados Unidos (1933); "Retrato de América", New Workers Institute, Nueva York (1933); "El hombre, controlador del universo", Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México (1934); “Parodia del folclore y la política de México", Hotel Reforma, Ciudad de México (1936); "Unidad Panamericana”, City College, San Francisco de California, Estados Unidos (1940); “México prehispánico y colonia", Pasillo del Palacio Nacional, Ciudad de México (1942-51) y "Sueño de una tarde de domingo en la alameda", Hotel Prado, Ciudad de México (1947- 48.
Uno de los artistas que más influyó en Diego Rivera fue el maestro José Guadalupe Posada, grabador y caricaturista. Los padres de Diego vivían cerca del maestro Posada y esto le permitía al adolescente artista frecuentar y trabajar en su taller. También influyeron en Diego Rivera los artistas franceses Gauguin y Paul Cézane y Puvis de Chavanés. Cuando en 1907 partió hacia España a bordo del Rey Alfonso XIII, Eduardo Chicharro fue su primer maestro y quien lo introdujera en aquel mundo artístico e intelectual, llegando a conocer personalmente a Ramón del Valle-Inclán, los Baroja o Ramón Gómez de la Cerna. Junto a su prominente maestro Chicarro, frecuentaba el Café de Pompo y éste lo llevó a conocer a varias ciudades de España, las que visitaba con periodicidad para hacer entregas de encargos de obras que sus alumnos llevaban a cabo en su taller.
Al hospedarse en el Hotel de Rusia, esto le permitía a Diego Rivera visitar el Museo del Prado y, como era de esperarse, copia a los grandes maestros de la pintura renacentista, las pertenecientes a la escuela flamenca, entre ellos: Bosco, Bruegel o Patenir; también a los más representativos de la época española del monto como el caso de Diego Velázquez, Francisco de Goya, Bartolomé Esteban Murillo, Doménikos Theotokópoulos (el Greco). De este último estudio la sobriedad de su colorido y la alegoría de "El entierro del conde de Orgaz".
Allí conocería a la joven pintora María Gutiérrez Cueto, conocida más tarde como María Blanchard, originaria de Santander. De estatura mediana y jorobada a causa de un accidente en su niñez. Esta le llevaba cinco años. El propio Diego Rivera confesaría más tarde que se había enamorado de ella con verdadera pasión a pesar de su defecto físico. Se afirma que Blanchard fue de mucha ayuda en la capital madrileña para el pintor, por sus influencias en los medios artísticos. Otras mujeres en la vida de Diego Rivera además de Frida Kahlo, fueron Angelina Belova Petrovna, originaria de San Petersburgo y la norteamericana Paulete Goddard.
Un crítico que Juan Gallardo Muñoz no cita por su nombre sostiene que "visitando en México la Escuela de Bellas Artes o el Palacio Nacional, o el Palacio de Cortés, el espectador entiende y comprende que "las batallas contra los españoles, la vida indígena y la lucha de clases en México, no son hechos lejanos que se recuerdan con palabras llena de imágenes vivas, llenas del colorido de Diego Rivera" y que esas “imágenes y recuerdos están también acompañados de sentimientos de dolor, honor, orgullo y magia, que vienen directamente de las emociones representadas en los murales. Gracias al muralismo de Diego Rivera, se puede revivir con naturalidad la historia de México".
En otro apartado, Gallardo Muñoz trae a colación de que "hay autores que afirman de su pintura que "hay una admirable calidad escultórica en ellas. Gruesos empastes moldean las figuras y sus relieves densos nos muestran su pasión por el acto mismo de pintar, ese acto irreductible y simple, sólo en su apariencia, de untar con los pinceles el color sobre el lienzo y ver cómo los planos vacíos desaparecen y en su lugar surgen formas creíbles, ampulosas, plenas de vida y de misterio, de savia vegetal, cuerpos en los que late el olor de la sangre y el sudor de la vida”.
Sin embargo, en París, Diego Rivera recibió una de las críticas más agresivas que se conozca de parte del creacionista francés Pierre Reverdy, quien lo tildó de ser un "indio salvaje, un simio y un cobarde. En esa ocasión, el cubista Juan Gris, quien gozaba de la simpatía de Reverdy, le manifestó su indignación y se cuenta que todo el mundo artístico de la ciudad luz rechazó sus comentarios y le retiró su admiración, obligándole a abandonar la profesión de crítico de arte y dedicarse a escribir poemas.
Este comentario malsano y prejuiciado de Reverdy no amilanó a Diego Rivera. Por el contrario, su pintura a partir de ese momento comenzó a cambiar sorpresivamente. A finales de 1917 exhibió un retrato cubista de la rusa Marevna desnuda que causó gran revuelo. También plasmó un cuadro figurativo al estilo de Paul Cézane, quien al principio de su carrera lo había influenciado titulado: "Frutas”, que fue otro de sus éxitos. También pintó el famoso cuadro "Retrato de Adolfo Best Maugard”.