“Dame 8 horas para cortar un árbol y pasaré las primeras 6 afilando el hacha” es una frase muy conocida de Abraham Lincoln, Abe, el leñador.

La profunda verdad implícita en la frase nos enseña que lanzarnos a la acción de manera torpe y prematura, en vez de prepararnos y crear las condiciones para que nuestro esfuerzo tenga éxito, es cortejar el fracaso.

Cuando “afilamos el hacha” optimizamos el esfuerzo y obtenemos mayor resultado de nuestra energía, tiempo y acción.

¿Cómo afilamos el hacha en educación? Cuando aprendemos cómo adquirir, asimilar, retener, recuperar a voluntad e implementar el conocimiento.

Si dominamos estrategias y procedimientos que nos faciliten saber qué conocimiento perseguir, cómo entrar en contacto con la información apropiada, cómo transferir esa información de la fuente (escrita, audiovisual, personal, etc.) a nuestro cerebro, cómo conectarla con nuestros intereses y propósitos, así como con lo que ya sabemos, con retenerla y estructurarla en nuestro bagaje de conocimientos y recursos. Como recuperarla a voluntad y mantenerla fresca y disponible y cómo ponerla en práctica, convertirla en memoria celular y aprender de nuestra experiencia. Si sabemos lograr todo eso, entonces no tendremos ningún tipo de titubeo frente a cualquier tarea o aprendizaje que tengamos que realizar, porque sabemos qué hacer y cómo hacerlo.

Tendremos seguridad en nosotros mismos y en nuestra capacidad de aprender.

Cuando tenemos esa preparación, entonces hemos afilado nuestra hacha cognitiva y podemos acometer la tarea.

Y lo haremos con éxito.

¿Por qué afilar el hacha es el primer paso?

Es obvio que preparar el instrumento previo a acometer la tarea es un paso inteligente. Con un hacha roma, bota, el esfuerzo se multiplicaría y el resultado tardaría, si es que antes no nos revienta y abandonamos el esfuerzo.

¿Cuál es el instrumento que nos conviene afilar para el aprendizaje?

Nuestro cerebro.

Eso significa entrenarnos en cómo emplearlo con inteligencia para aprender. Ese es el primer paso y la ausencia de este paso es lo que en el primer artículo de esta serie señalé como la mayor falencia de la educación dominicana.

Es horrendo que lancemos a los niños a improvisar una estrategia de aprendizaje en vez de proveérsela.

De ahí que la escuela genere frustración, estrés, experiencias angustiantes, temor y rechazo en los niños y jóvenes. Se sienten obligados a hacer algo, aprender, que no les enseñaron cómo se logra, ya que los profesores imparten y trabajan los contenidos o materias. ¿Y cuándo prepararon a los alumnos con anticipación enseñándoles cómo esos contenidos se adquieren?

Los padres esperan buenas calificaciones, los profesores esperan estudiantes aplicados, el sistema aspira a que los objetivos se logren: todas esas expectativas de los adultos planean sobre niños a los que nadie los preparó para aprender.

Eso, en mi opinión, es un abuso.

Todos los niños buscamos (y por extensión, los adolescentes, jóvenes y adultos, incluyendo los adultos mayores) aprobación, reconocimiento.

Son parte de nuestras necesidades emocionales. Y en los niños esas necesidades emocionales están a ras de piel. ¿Y qué empiezan a recibir? Críticas, reprimendas, rechazo por el desempeño escolar mediocre o malo. Sin embargo, ¿es culpa del niño que nadie le haya enseñado a aprender? ¿Vamos a culpar a la víctima de las consecuencias de no habilitarlos para aprender?

Porque eso son nuestros niños, adolescentes y jóvenes: víctimas.

Terminan por odiar la escuela, las materias, las tareas, el estudio, los libros y a los profesores.

Y todo porque cosecharon frustraron, estrés, angustia y vergüenza, donde debían florecer la pasión, el entusiasmo, la alegría, el descubrimiento y el involucramiento que son los signos del aprendizaje y de que el cerebro está haciendo lo que le gusta: aprender.

No todos los cerebros aprenden de igual forma

Todos venimos, salvo mínimas excepciones, con cerebros extraordinarios, con un potencial de brillar y destacar que hay que alimentar y fomentar, cargado de talentos, vocaciones y dones que haría a cada individuo destacar y sobresalir, aportando y dejando una huella indeleble en la humanidad.

Eso que vemos que solo unos pocos logran, es algo que todos o la gran mayoría podríamos lograr.

Ahora, nuestros cerebros, para empezar, no operan de manera similar.

El cerebro masculino y el cerebro femenino difieren y tienen fortalezas distintas (que se complementan entre sí).

Por igual, sin que el sexo influya, tenemos maneras distintas de obtener información y de retenerla.

En mis lecturas de psicología cognitiva y de neurolingüística, aprendí sobre las modalidades perceptivas y cómo entenderlas, y conocer en particular la nuestra, puede facilitar y acelerar el aprendizaje.

Así, para estimular el aprendizaje conviene descubrir cuál es la modalidad dominante y la modalidad subdominante en cada alumno y cuál es su modalidad menos desarrollada.

Si enseñamos de manera que solo se estimula a los estudiantes que poseen una de esas modalidades, estamos condenando a los que no tienen esa modalidad como la dominante a padecer la experiencia, en vez de disfrutarla.

Si lo importante es que el estudiante aprenda, tanto el profesor como la escuela deben adaptarse al estudiante y no a la inversa.

Si existen escuelas, sistema educativo, profesores y demás personal paraescolar es para el aprendizaje y desarrollo intelectual de nuestros estudiantes. No al revés.

Necesitamos una escuela que ponga al estudiante como eje.

Y entender cómo el estudiante aprende es fundamental para ese propósito.

Las tres modalidades principales de aprendizaje

Mi primera experiencia con las modalidades perceptivas la obtuve a mediados de la década del ´90 cuando empecé mi formación en programación neurolingüística, PNL. Al principio no lo entendía. Me tomó tiempo entenderlo, por la novedad.

Básicamente, aprendí que los seres humanos favorecemos uno de los tres sistemas sensoriales para ingresar información (e incluso podemos favorecer un segundo sistema sensorial para retener información, codificándola en la mente para recuperarla). Centrémonos en la adquisición, por ahora.

Tenemos;

Aprendedores visuales.

Aprendedores auditivos.

Aprendedores kinestésicos.

Los visuales, es mi caso, aprendemos por ver, observar. Nos orientamos a leer, mirar. Las formas, los colores, los impresos, los videos y fotos, los diagramas, etc. nos atraen y son los elementos que nos estimulan.

Los aprendedores auditivos favorecen escuchar, hablar, conversar, exponer, el debate, el careo, oír, la música, el ritmo, el ruido.

Y entonces están los aprendedores kinestésicos (los que más sufren en las escuelas, porque estas son básicamente audiovisuales) que se dividen en dos grandes categorías: los aprendedores kinestésicos manuales y los aprendedores kinestésicos motrices. Los manuales aprenden por tocar, manipular, experimentar, desarmar y armar, operar. Los motrices disfrutan aprender por moverse, desplazarse, jugar, experienciar, llevar un ritmo, etc.

Si usted obliga a los estudiantes kinestésicos, tanto manuales como motrices, a “estarse quietos” escuchando al profesor y mirando la pizarra (auditivo/visual), ellos estarán inquietos. Si entonces les llamamos la atención y los atacamos porque sus cerebros reaccionan buscando información y estímulo a través del movimiento, se sentirán acosados, atacados, avergonzados y hostigados por la autoridad y soportarán el acoso escolar (bullying) del resto de sus compañeros (que puede ser muy cruel, como sabemos).

¿Y la culpa es de ellos o de una escuela que no los entiende y un profesor que no es capaz de estimular sus cerebros de manera apropiada?

Necesitamos convertir nuestras escuelas, colegios y universidades en centros que estimulen los cerebros de sus alumnos de forma apropiada y brinden la información en distintas modalidades, haciéndola asequible. Y no hablemos ahora sobre aplicar submodalidades para intensificar la experiencia. Eso mueve el aprendizaje a otro nivel.

Si lo hacemos, veremos un cambio en la actitud del estudiante y en su rendimiento, incluyendo que la tarea de enseñar, estresante para la gran mayoría de docentes, se convertiría en disfrutable y llena de grandes satisfacciones para el maestro.

Al cerebro le encanta aprender

Cerebro humano.

El cerebro es una máquina de aprender y disfruta aprender.

Pero quiere aprender según su canal perceptivo dominante y los intereses, vocaciones, propósitos, talentos y dones particulares.

Pongo un ejemplo.

Yo soy predominantemente visual y secundariamente kinestésico.

¿Cuál es mi canal perceptivo menos desarrollado? El auditivo.

Entendido lo anterior, yo puedo hablar de conductas personales rarísimas para quien no entiende lo anterior como:

Comprar discos (CDs, por ejemplo) porque me gustó la carátula y nunca oírlos.

Para escuchar música, tengo que ver videos.

Puedo estar mucho tiempo sin hablar ni conversar y no me hace falta.

El exceso de verborrea me desagrada al igual que el exceso de bulla.

Puedo leer en medio de un bullicio porque me abstraigo fácil del ruido del entorno.

Mi esposa es kinestésica predominantemente y luego visual. ¿Adivinaron? Tampoco es auditiva.

Ella y yo podemos pasarnos días enteros sin hablar más allá de lo necesario, pero disfrutamos tocarnos, abrazarnos, ver películas juntos, etc.

Amamos el silencio.

Y a ella también la desespera la verborrea.

Ahora imaginen que a mi esposa o a mí nos hubiesen exigido o forzado a aprender escuchando cintas de audio. Hubiesen violentado nuestras preferencias cognitivas, nuestros canales perceptivos dominantes. Aprender se hubiese convertido en un incordio, una experiencia amarga, triste y frustratoria. Dolorosa incluso. Y hubiésemos desertado.

¿No sucede eso con muchos estudiantes kinestésicos en una escuela que no los entiende, acepta e integra?

Si sabemos cómo somos y sabemos cómo es la otra persona, a nivel del canal perceptivo dominante y el subdominante, nos gerenciaremos cognitiva y socialmente mejor.

Eso es algo que se puede aprender y algo que se puede enseñar.

Y por ahí empieza el cómo afilar el hacha, tema sobre el que seguiremos tratando en esta serie hasta perfilar qué tenemos que hacer para elevar el aprendizaje y la calidad educativa del país a niveles impensables y extraordinarios, dotando a cada estudiante de las estrategias y recursos para que explote el potencial de grandeza de su propio cerebro.

Ahí está nuestra riqueza mayor.

Y la única sostenible y replicable a voluntad.

Aquiles Julián. Presidente del Centro PEN RD Internacional