En el cuento “El verano feliz de la señora Forbes”, la señora Forbes usa la comida como premio y castigo y se gratificaba a sí misma con la comida con que castigaba a los niños: “[M]ientras comía tratas enteras y se bebía hasta una botella de vino especial que mi padre guardaba con tanto celo para las ocasiones memorables” (62); “la vimos . . .  llevando para el dormitorio medio pastel de chocolate y la botella con más de cuatro dedos del vino envenenado” (63). Los niños a quienes cuidaba la odian y deciden envenenarla, pero esta muere asesinada de veintisiete puñaladas.

La señora Forbes establece con los dos niños una relación abyecta a través de la comida; acaso una relación fantasmagórica que expresa la abyección de la madre ausente. La morena (serpiente acuática) como símbolo fálico está presente en la solteronería de la señora Forbes, que a la vez asume una masculinidad en la ropa (“botas de miliciano”, “el pelo cortado como el de un hombre” (61)), así como en su autoritarismo y disciplina (“sargenta de Dortmund”) (61). La morena, que aterroriza a los niños, tiene a su vez “ojos de persona”. Si por un lado quiere obligar a los niños a “comerse” la morena, por otro se regala con torta y vino en la privacidad de su recámara. Su cuerpo “escuálido” expresa su relación con el mundo: la gula y el alcoholismo de un cuerpo que, sin embrago, no engorda, un cuerpo que no está hecho para ser amado. La forma en que la señora Forbes construye el sentido y su relación con los demás en el mundo es a través de los postres y el vino, que vienen a sustituir el erotismo ausente en su cuerpo.

En el cuento “Buen viaje, señor Presidente”, un ex presidente colombiano exiliado en Martinica se encuentra de visita en París, donde se encuentra con un coterráneo que lo reconoce. Lo invita a comer al restaurante Boeuf Couronné. En el mismo el presidente ordena, además de la ensalada con aceite de oliva, la especialidad de la casa: costillas de buey al carbón: “y vieron en las otras mesas los grandes trozos asados con un borde de grasa tierna” (9). Para el presidente, que se encuentra en la pobreza, esta significa la oportunidad no solo de calmar su hambre sino también de degustar un platillo especial. Luego, el paisano suyo lo invita a su casa para degustar un arroz con camarones, la especialidad de su mujer. Lo único es que los camarones que ella prepara son enlatados. Al entrar a la casa el presidente “exclamó con los ojos cerrados y los brazos abiertos: “‘Ah, el olor de nuestro mar’” (13). Luego, en otro momento, el expresidente “se sirvió dos veces sin medirse en los elogios, y le encantaron las tajadas fritas de plátano maduro y la ensalada de aguacate, aunque no compartió las nostalgias” (12). Tanto las costillas asadas como los camarones, los plátanos maduros y los aguacates constituyen una falacia nostálgica, ya que son productos que se pueden producir/adquirir en otras partes del mundo, que no son Colombia. Su cuerpo, despojado de los placeres de la mesa a través de las prohibiciones de su médico a causa de su edad, trata de situarse metonímicamente con relación a la nación de la cual está ausente.

Para concluir, diré que en los Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez la comida tiene la función, por una parte, de establecer el carácter, el estatus social y la identidad cultural de los personajes y, por otra, establecer una poética relacional en el espacio social en que se desenvuelven dichos personajes. Las referencias culinarias en estos cuentos, además de estar vinculadas a la cultura de los países a los cuales pertenecen esos personajes, establecen una expresión distópica de los cuerpos con relación al espacio social.