A lo largo de los Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez se menciona una serie de platillos de la cocina latinoamericana e internacional, así como referencias a situaciones, personas y restaurantes relacionados con la gastronomía. Por una parte, la función de la comida tiene como objetivo definir el carácter, el estatus social y la identidad nacional/cultural de los personajes y, por otra, establecer una poética relacional en el espacio social en que se desenvuelven dichos personajes. Mi propósito en este ensayo consiste en demostrar que las referencias culinarias en estos cuentos están intrínsecamente ligadas a la identidad cultural de los personajes y definen, además, la expresión de sus cuerpos con relación al espacio social.

En esta colección de cuentos, son peregrinos los personajes y peregrinos los platos de la gastronomía. En la etimología de la palabra peregrino (del latín peregrinus) se encuentra el sentido de visitar el extranjero o también los lugares sagrados, lo que sugiere que los personajes latinoamericanos visitan los lugares “sacralizados” de la cultura europea: París, Roma etc. Tanto los cuerpos como la comida se encuentran desplazados en el espacio y el tiempo, lo cual plantea una paratopía. Kristine Vanden Berghe define la paratopía como “el lugar desde el cual se enuncian los discursos filosóficos y literarios, si bien varía en el tiempo, siempre es paradójico y se define como una complicada y difícil negociación entre el lugar y la ausencia de lugar, como una imposibilidad de estabilizarse” (86-87).

De esta manera, nos encontramos frente a lo que denominaré una peregrinación gastronómica o paratopía de los comensales. La paratopía, como desplazamiento temporal, espacial, tienen una importancia en cuanto a la comida. Los personajes se encuentran exiliados en diferentes ciudades europeas. Las situaciones en las cuales se ingesta la comida ocurren en países diferentes a los países de origen de los personajes. La comida, que puede o no ser del país en el que se encuentran exiliados los personajes, está vinculada, de alguna manera, a la cultura de origen. Todo lo anterior plantea también una paratopía del cuerpo que ingesta la comida. En “Me alquilo para soñar”, Neruda, poeta chileno, se encuentra en Barcelona. En “El verano feliz de la señora Forbes”, la institutriz inglesa y los niños colombianos se encuentran en una isla griega. La comida, entonces, sirve de mediación entre los personajes y, de alguna manera, los cuerpos que se “expresan” a través de la comida y se construyen como sujetos transnacionales a través de la comida.  El mismo Gabriel García Márquez, escribió estos cuentos durante 18 años de larga peregrinación por diferentes países. Como exiliados, los personajes de sus cuentos reflejan un poco las posiciones incómodas en que se encontró el escritor, desplazado de su país natal. Al respecto, nos dice Vanden Berghe: “Una implicación fundamental de la posición paradójica o paratopía, es que el escritor constantemente explota las roturas que se abren en la sociedad. Se presenta entonces como bohemio, solitario, artista, o simplemente, distinto de alguna forma de los demás: Maingueneau lo define como el que no está en su lugar allí donde está, el que se desplaza de un lugar a otro sin arraigarse nunca de manera más o menos definitiva, el que no encuentra su lugar, el que no se acomoda” (87).

Como ejemplos de la distopía de estos personajes, en el cuento “Buen viaje, señor presidente”, éste se encuentra exiliado en París viviendo en la pobreza, después de haber sido depuesto en su país de origen. Asimismo, en “La santa”, Margarito Duarte lleva a su niña muerta a Roma para que sea canonizada en el Vaticano. En “Me alquilo para soñar”, el narrador, Frau Frida y Neruda se encuentran en diferentes ciudades europeas. Por último, María Dos Prazeres, una exprostituta que reside en Barcelona, se prepara para su muerte, no sin antes preparar una cena extraordinaria para un amigo.

Si para estos personajes la comida se encuentra ligada a la identidad cultural, la misma no se debe reducir a una nostalgia esencializada, aun cuando ésta sea la intención del autor (Nyman 282). En “El vino y la leche” y en “El bistec y las papas fritas” de Mitologías, Roland Barthes plantea la “francesidad” o la esencia de la cultura francesa en esos productos, a partir de una semiología del gusto, pero nunca vinculada al cuerpo.

La línea de mi investigación sigue más bien el pensamiento de George Yúdice en su artículo “Feeding the Trascendent Body”, para quien, a diferencia de Baudrillard con respecto al cuerpo como alegoría del microcosmos, expresa que “El cuerpo no es simplemente la pantalla en la que se plasma el intercambio desenfrenado de información e imágenes, es, más bien, el campo de batalla en el que se constituyen los sujetos, que contradictoriamente desean y rechazan las representaciones prescritas” (81). En los Doce cuentos peregrinos, la comida y su ingesta no solo constituyen nostalgemas y signos culturales sino también un acto social que pone en contacto a dos o más personas y que median los significados entre ellos (Yúdice 20). En cuentos como “El Señor Presidente”, “María dos Prazeres”, “Me alquilo para soñar” y “El verano feliz…”, la comida es un síntoma de los cuerpos que negocian su lugar en el mundo con relación a los demás: exilio, soledad, nostalgia y desarraigo.

Continuará