Al cerebro le encanta aprender, pero no cualquier aprendizaje. Todos tenemos áreas de preferencia, de interés, vinculadas a nuestros talentos, vocaciones y dones. La tarea de la escuela y del profesor es identificar esas proclividades naturales y construir sobre ellas.

Una enseñanza homogénea no es una solución inteligente, pues a unos satisfará y a otros le repelerá.

Cierto, hay materias que todos requieren: básicamente las lecto-escriturales, porque son claves para el desarrollo del cerebro y la inteligencia, tanto como las matemáticas básicas, el poder calcular, clave para el desarrollo lógico de la mente.

Otras materias de cultura general son importantes y hay que presentarlas haciendo ver su valor e importancia a futuro, y de la manera más amena posible.

Pero una de las tareas fundamentales es detectar de manera temprana las tendencias naturales, los talentos y dones, de los que el estudiante viene dotado porque es sobre ellos que hay que construir.

Todas las personas nacimos para ser brillantes. Como aquel título del primer libro que leí sobre Análisis Transaccional en la década del ´70 del siglo pasado, todos hemos “Nacido para triunfar”.

No es frustrar, sino ayudar a emerger esos talentos, dones y vocaciones. Detectarlos y nutrirlos, encaminarlos positiva y constructivamente.

Simplemente hay que encontrar en qué y pulir ese diamante en bruto hasta que refulja.

Escuela de El roblito, Cordillera Central. Fotografía: Vianco Martínez.

Enseñar para que las mentes brillen y fulguren

Todos tenemos áreas, disciplinas, actividades para las que somos excepcionalmente dotados, en donde nuestro desempeño es superior al promedio y en donde podríamos sobresalir.

Por igual, otras en que por más que nos esforcemos apenas llegaremos a una medianía obtusa.

Y otras en que, simplemente, seríamos desastrosamente pésimos.

Todos, sin excepción.

La tarea de la escuela es descubrir dónde están nuestros talentos y dones y enseñarnos a cultivarlos y a sacarlos a la luz.

Es ponernos a brillar y refulgir.

Y no solo en las escuelas. Lo mismo va para las empresas.

¿Qué sentido tiene condenar a las personas a la incompetencia y a la mediocridad, a la chapucería y la frustración por hacer algo que íntimamente odia?

El capital más importante del que disponemos son los cerebros de nuestra población. Y esos cerebros requieren ser adiestrados, formados, estimulados, desafiados, motivados para dar lo mejor de sí en las áreas en que su desempeño será excepcional.
Ese y no otro es el sentido de la escuela. Y ya es tiempo de que empiece a ejercer su tarea.

Definir las metas de aprendizaje y el nivel de aprendizaje

¿Cuánto debemos aprender sobre un tema y hasta qué nivel llegar?

El cerebro disfruta tener metas, propósito, objetivos. Como humanos, nos gusta tener un sentido para nuestra acción. Entender por qué y para qué hacemos las cosas.

Cuando no vemos el sentido, nos desanimamos y fácilmente abandonamos la acción.

Ahora bien, hay grados de aprendizaje de cualquier tema o disciplina.

Y conviene saber qué tanto necesitamos saber y cómo adquirir ese grado de conocimiento.

En esencia, con respecto al conocimiento de un tema, área o disciplina, tenemos cuatro niveles:

Uno: idea del tema, es el conocimiento más elemental y superficial sobre el asunto. Se puede obtener de una noticia, un artículo, una conversación, un video, una película, etc.

Dos: familiaridad con el tema, significa que hemos mostrado interés en el asunto y hemos hecho algunos cursos introductorios, leído uno o más libros y nos consideramos entendidos en el tema.

Tres: conocimiento del tema. A este nivel se llega cuando nos sometemos de manera voluntaria y disciplina a una formación técnica o profesional certificada sobre el tema en un centro de estudios autorizado y obtenemos un título que avala nuestra formación.

Cuatro: especialidad o maestría en el tema: en este nivel hemos adquirido la preparación, conocimientos y experiencias que solo un 3% o menos de conocedores del tema logran y somos autoridades reconocidas en el tema.

De múltiples temas y asuntos apenas tenemos una vaga idea y no precisamos más de ahí, ya que son ajenas a nosotros y nuestros intereses. Este nivel de información lo adquirimos incluso de manera involuntaria.

Moverse a los niveles de familiaridad, conocimiento y especialidad implica una determinación personal por adquirir mayor formación sobre el asunto.

Al darnos metas específicas de aprendizaje determinamos a qué nivel de conocimiento nos interesa o conviene llegar.

Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía.

Joseph Stiglitz y la sociedad del aprendizaje

Josep E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, y Bruce C. Greenwald, profesor de finanzas de Columbia Business School realizaron una serie de conferencias en la Universidad de Columbia bajo el Programa de Conferencias Kenneth J. Arrow que luego fueron compiladas en el libro La creación de una sociedad del aprendizaje. El subtítulo a la edición en español es muy esclarecedor: Un nuevo enfoque hacia el crecimiento, el desarrollo y el progreso social.

Stiglitz y Greenwald dicen, desde su enfoque, lo que hemos venido escribiendo en esta serie de artículos: tenemos que enseñar a nuestra gente, nuestro mayor tesoro, a aprender y convertirnos en una sociedad orientada al aprendizaje.

Desde el inicio lo declaran:

“…la mayoría de los aumentos en los niveles de vida son –como Solow sugería– resultado de los aumentos en la productividad: aprender cómo hacer las cosas mejor. Y si es cierto que la productividad es resultado del aprendizaje y que los incrementos en la productividad (aprendizaje) son endógenos, entonces un punto focal de las políticas debería ser aumentar el aprendizaje al interior de la economía; esto es, incrementar la capacidad y los incentivos para aprender, y aprender a aprender”.

El aprendizaje es consustancial a la productividad y al crecimiento, a la prosperidad.

Y taxativamente lo enuncian:

“…crear una sociedad del aprendizaje debería ser uno de los principales objetivos de la política económica. Si se crea una sociedad del aprendizaje, surgirá una economía más productiva y los estándares de vida serán más altos.”

La ignorancia, el analfabetismo funcional, no son negocio para nadie.

Al condenar a grandes masas de la población a vivir en ese estado de atraso, ineptitud y desconocimiento, embrutecidos por el ron y la cerveza, excitados por las drogas psicotrópicas y reducidos a lo más pedestre y ramplón, no estamos solo hundiéndolos a ellos, también por rebotes nos hundimos todos, en particular nuestros sectores más pudientes.

¿Por qué? Porque los más millonarios y potentados de este país y del mundo entero dependen de los menos pudientes para todo: para que limpien sus casas y manejen sus vehículos, trabajen en sus empresas y les suplan servicios. Y están a merced de lo que en su ignorancia y atraso piensen y decidan hacer.

Podemos creer que estamos a salvo del atraso ajeno, pero esas personas nos circundan, conducen vehículos en nuestras calles, trabajan en nuestros negocios, cocinan en nuestros restaurantes, toman cientos de decisiones diarias que van desde rebasar o no en una carretera, cruzar o no un semáforo, respetar o no una señal de tránsito, cumplir o no una dosificación, conectar o no una máquina, higienizarse o no las manos, etc.

Y todas esas decisiones repercuten en los demás.

Pensémoslo.

Fue por una persona que inició la pandemia del COVID en el 2018 o 19. Hubo muchas personas que tomaron decisiones, que eligieron ocultar la gravedad, disimular los hechos, posponer la acción, hasta que todo se salió de control.

Volviendo a Stiglitz y Greenwald, ellos recalcan la importancia de que los Estados desarrollen una política económica para mejorar tanto el aprendizaje como los efectos del mismo. Veamos:

“Todo esto pone de manifiesto que uno de los objetivos de la política económica debería consistir en crear políticas y estructuras económicas que mejoren tanto el aprendizaje como los efectos del mismo; es más probable que la creación de una sociedad del aprendizaje aumente los niveles de vida a que lo haga el hecho de llevar a cabo mejoras pequeñas y únicas en la eficiencia económica o sacrificar el consumo hoy para que haya una intensificación de capital”.

De trabajadores de la enseñanza a trabajadores del aprendizaje

Y si queremos una sociedad que tenga el aprendizaje como eje tenemos que convertir todo nuestro sistema educativo en un sistema orientado, no a la enseñanza, sino al aprendizaje.

Puede parecer lo mismo, pero no lo es.

La enseñanza tiene como eje al maestro, al que enseña.

El aprendizaje tiene como eje al alumno, quien va a aprender.

Si los niños no aprenden, si no saben leer, si no entienden lo que leen ¿qué enseñanza hubo? ¿Qué trabajo se realizó? Porque todo se evalúa y mide por los resultados.

¿Cuáles son los resultados de nuestro sistema educativo?

Si nos enfocamos en fomentar una sociedad centrada en el aprendizaje, en que capacitemos a todas las personas, sin excepción (a menos que se nieguen a ello), para que aprendan a aprender y desarrollen sus talentos, dones y vocaciones y nos ocupamos de verificar que ese aprendizaje tuvo lugar a través de cambios en las capacidades, habilidades y destrezas, estaremos moviéndonos hacia una sociedad que podría surfear sobre las fuertes olas de cambio tecnológico y científico de la Cuarta Revolución Industrial.

En los próximos cinco años en empresas, instituciones y en las casas tendremos nuevos participantes: los robots inteligentes.

Muchas tareas que hoy son desempeñadas por personas serán próximamente realizadas por robots.

Ya en la industria automotriz y en muchas otras, los robots realizan muchísimas operaciones que antes dependían del trabajo humano.

Es probable que los primeros robots que se fabriquen a nivel comercial salgan a la venta en el 2025. La tecnología mejorará. Se abaratará y luego habrá un robot en el hogar más humilde, como hoy hay una nevera o un televisor.

Y no digamos en las empresas.

Estarán en las cajas registradoras.

Serán vigilantes nocturnos. Atenderán al público en restaurantes y cocinarán en las cocinas.

Hasta patrullarán nuestras calles y pelearán nuestras guerras.

No estamos hablando de ciencia ficción, sino de un futuro que ya existe. Hay robots peleando en la guerra de Ucrania.

¿Y qué sucederá en la mano de obra desplazada? Es tiempo de que esos cerebros sean puestos a brillar.

Aquiles Julián. Presidente del Centro PEN RD Internacional