“Delante de su tela, con la paleta bien sujeta, sus colores bien ordenados para extender por todo el paisaje la claridad del cielo, Pissarro se olvidaba de todo lo que no fuera el espectáculo escogido por su visión, que respondía a lo más íntimo de sus sentimientos”.
(Gustave Geffroy, crítico de arte)
No sabemos por qué, al pergeñar estas ideas sobre el pintor Willy Pérez, nos recordamos de esta expresión de Geffroy sobre Pissarro. Tal vez, la razón fundamental esté basada en su impresionismo de formas y símbolos ondulantes y de tonos penetrantes; en el tipo original de sus metáforas del agua que duermen alegres en las raíces de los manglares de los ríos.
Tonos verdes, azules, rojos, amarillos y lilas que sugieren una alegría muy íntima por el refinamiento de las pinceladas. Captar esa atmósfera en sus fugitivas líneas o imágenes, nos muestra la emotividad del artista Willy Pérez; también su vocación de maestro de muchos años, en cuya escuela se han formado sucesivas generaciones: 80, 90, 2000 y 2010, lo que explica su veteranía al plasmar en sus telas su sobria composición.
Por lo tanto, cuando se escribe sobre el arte pictórico de Willy Pérez se alude a sus profundas motivaciones estilísticas que en nada se parecen al estilo de su extinto padre, Guillo Pérez, quien alcanzó uno de los rangos más altos de la pintura hispanoamericana. Pudo seguir el talento de su padre, considerado en el posmodernismo de la pintura dominicana el mejor colorista. Sin embargo, prefirió configurar su propia paleta cromática en la que acentúa sus tonalidades puras y claras.
Desde sus inicios, Willy Pérez trazó el itinerario de su destino como artista con el único objeto de crear un arte muy personal, y es por ello que en sus cuadros está la fuerza interior que traduce sus estructuras verdaderamente diferenciadas de cualquier estilo particular.
Por ello, describe con claridad sus postulados estéticos e ideológicos a partir de una gramática del color y de una síntesis de sus símbolos.
Durante años ha sido fiel y coherente con esta filosofía artística que desarrolla con suficiente liberación imaginaria. En este apartado, lo específico en el arte de Willy adquiere autoridad estética y composicional; declara su independencia eficazmente y de modo particular su experimentación se diversifica en cuanto a sus llamativos tonos, sus pinceladas ágiles y sugerentes y la gama de tonos que bien mezclados a partir de la caracterización de los colores primarios, secundarios y terciarios, logran un tipo original en sus creaciones plásticas.
Willy Pérez empezó muy joven a pintar, y nunca se cobijó bajo la sombrilla de su padre. Buscó en sí mismo cómo modelar su arte, cómo penetrar en los laberintos de la materia pictórica; cómo crear una conciencia estética y, a partir de estos parámetros, creó un tipo de arte muy personal, dotado plenamente de pasión y de una narrativa a la que el espectador presta atención por la forma en que el artista distribuye los símbolos, las formas y los colores en la composición, la misma que instaura y suscita un discurso plástico en el que se plantea la búsqueda de los medios de interpretación. De modo, que siempre estuvo atento a su propio instinto.
Por tanto, en sus cuadros se resume la filosofía del arte: el hombre, la obra y el contexto. De esa manera podemos desvelar los secretos de su arte: una composición y técnica muy elaboradas. Sus tonos son sostenibles, equilibrados. Lo cual se observa en la calidez del cielo, de las nubes, de los soles y todo el contexto de la naturaleza. Sus trazos y planos que convierte en paisajes alegres. Nos encanta el universo de manchas tonales que destaca en sus cuadros marinos y también la forma con que realza la belleza.
En la década del 2020 se decide por la temática de los caseríos con palmeras y perspectivas de árboles y montañas que denotan un estilo muy personal; en primer plano de la composición logra la transparencia del agua que se transfigura en un espejo; luego, superpone en sus cuadros un estilo geométrico impactante, densas atmósferas geométricas y destaca también la armonía de tonos verdes, ocres, tierras, azules, amarillos y grises.
Aquí, Willy Pérez, trabaja la simplicidad composicional desde una geometría de actitud libre y, por esa razón, concentra los rasgos precisos de la composición y difumina el agua y los entornos cromáticos que pincela donde viajan o atracan sus veleros, logrando mucha claridad visual de los mismos y logra que la atmósfera que cubre todo el cuadro se destaque aún más al utilizar el color verde en toda su intensidad.
Es impresionante la complejidad y contraste de la composición de muchos de sus paisajes impregnados de un verde muy limpio y las metáforas que produce al unirse al azúcar del mar y las hileras de plantas que sirven de antesala a esta metamorfosis de tonos y perspectivas, donde las nubes permiten observar los efectos luminosos de los tonos amarillos, azules y grises de una suavidad impactante.
El artista y maestro Willy Pérez consigue también un cromatismo admirable al pintar cuadros relativos a las ciudades y barrios. Por ejemplo, la simbología de un carro Volkswagen totalmente pintado de amarillo y en primer plano, y también el cromatismo de los ocres y tierras de los edificios y el verde conjuntado con el azúcar en el fondo de la calle o avenida, nos proporcionan una idea de su diseño geométrico de exquisita composición.
Sus transeúntes también ofrecen características especiales al distraer el espectador con su animación y la luminosidad que irradian. Es indudable que este artista es un maestro por la forma en que logra la transparencia de la luz tonal y el modo de atrapar la perspectiva; sobre todo, al pintar unos cielos que contribuyen a dar un tratamiento espectacular a sus cuadros, porque la arquitectura de la composición no rompe la armonía de todos los elementos que la componen.