Palabras de presentación en torno a la novela Raquel, de Dinorah Coronado a cargo de Ana Almonte, acto que tuvo lugar el pasado 29 de mayo en el museo Fredy Cabrera. La actividad cultural, coordinada por Isael Pérez de la Editorial Santuario. La actividad contó, además, con la presentación de otros dos libros, uno sobre poesía, del autor Enriquillo Evangelista y otro sobre periodismo investigativo, de José Enrique Montero Domínguez.
Si en algún momento de esta comparecencia, mía, les parezco torpe o excedida dentro del ritmo de esta lectura, ruego me disculpen, todo por la sencilla razón de que no he pisado un escenario dando el frente en más de quince años. La primera, sin querer parecerles inmodesta, fue cuando publiqué mi primer libro de cuentos en el año 2003, Dos caras y otros cuentos, momento en que, creo, fui corta de palabras.
Me dijo Dinorah Coronado, antes de penetrar a esta mesa redonda, que cuento con diez minutos. En consecuencia, seré, o trataré de ser, en cuanto a lo que voy a decir en favor de ella y su novela Raquel, resumida, pero, sobre todo, seré honesta.
Hablar de la narradora, la poeta, la ensayista, la actriz, la sicóloga y teatrista es más que un privilegio, y digo privilegio porque es una de las pocas escritoras, tomando como referente, sin ganas de sobredimensionar a Coronado, al gran Marcel Proust, que el leerla te deja una huella de añoranzas, y dentro de esas benévolas nostalgias hallamos un espacio donde solo habita una estación: la primavera.
¿Qué es la primavera en torno a la novela Raquel, de Dinorah Coronado?
Les respondo que es la sensación que nos arroja bienestar, momento de regocijo que nos transmite Raquel hasta que concluyes el libro riendo de forma inusual con las interacciones de sus personajes mozalbetes, con sus adultos tratando de ser adultos sin mucho esfuerzo, y esto supone aquello que nunca termina, como el caso de vivir una y otra vez la experiencia que nos deja el paso del tiempo segregado, almacenado en lo que ya fue, pero que nos enseña, con cada experiencia recogida, que debemos de abrazar constantemente el camino oscuro y blanco en esta dualidad del ser mismo sin importar cuantas veces las obscenidades humanas nos derrumben, pues, al final de este camino recorrido nacerá la oportunidad de que levantemos cabeza amprados de luz.
Y si digo que hay permanencia de primavera, latente en la obra de Coronado, no estoy encapsulando lo que para muchos sería la estación relativamente más hermosa del año en el sentido de plasmar un paisaje material totalmente idílico, ya que entiendo, nada es absoluto fuera y dentro del universo, y en esa totalidad inacabada de situaciones circunstanciales y programadas por el humano, se puede ser pleno y feliz.
¿Por qué reitero el término primavera en la novela Raquel a través de la esencia de Dinorah Coronado?, es simple, damas y caballeros, la primavera de cada ser humano recorre, diríamos que la etapa azul, donde empieza y concluye lo fresco. La primavera es picardía, inocencia, rescate de la risa, del juego, de los amigos primeros que en algunos casos quedan, en otros, la distancia los última en cuanto a desaparecerlos de nuestro entorno. Existe primavera en la unión familiar, hay primavera en los amores platónicos, en bailes de salones, en travesuras acaecidas en la escuela, la secundaria, en la maestra especial, hay primavera en el uniforme almidonado y limpio con el que te desplazas segura, en los árboles rellenos de hojas verdes y maduras que caen alejadas del miedo, en las flores, en alguna mascota entrañable, en los ríos, el mar infinito, en el aire, en el olor del aire, según nuestro estado de ánimo, en los dulces caseros, el café recién hecho, en la ropa remendada que cose mamá sobre su máquina de pedales, en los bordados y tejidos de la abuela. Esa abuela tibia que a lo mejor muchos nunca conocieron, como es mi caso, y que su regazo, más que fortaleza constituye un consuelo que se mide en la plenitud de observar un cielo amplio, escarchado durante un día soleado, en la noche se asemeja, ese abrazo de la abuela, a un cielo estrellado con luna llena. O es una eterna primavera cuando alguien por vez primera te besa.
Esa primavera, recreada en la novela Raquel, de Dinorah coronado, nos pone, de manera subliminal, una alerta,
¿Qué pasa con el niño que crece, aquel que se tornó adulto y envejeció antes de tiempo? ¿Hacia dónde rodaron sus remembranzas durante la niñez y juventud?
En la producción literaria de Dinorah Coronado no se envejece. Por ejemplo, no envejece Alicia en el país de las maravillas detrás del conejo en sus escondrijos, no envejece Peter Pan vetado con no salir de la tierra del Nunca Jamás. No envejece aquel, o aquella, sumergida en Margarita Debayle de Rubén Darío, no envejece ´´Platero y yo´´ de Juan Ramón Jiménez, a sabiendas del burrillo alegre que trota en los verdes prados, no envejece Edward Tulane y su prodigioso viaje para hallar el camino a casa, no envejecen Las Olas de Virginia Wolf porque sus personajes quedaron intactos en el marco de la primera juventud.
Es una eterna primavera esta que les digo, si aún, teniendo amargos, quienes tenemos la dicha de leer grandes libros, no crecemos del todo, seguimos siendo infantes y adolescentes inquietos.
De acuerdo con este punto de vista, Dinorah Coronado, su pulso narrativo, absorbe y asume a gran velocidad la etapa azul con las complejidades cotidianas, solo que siempre las ve una niña que habita el cuerpo de la ya adulta. Y cuando se vive de forma intensa esas etapas congeladas en un universo particular, que en Dinorah se torna general, y cito a Dinorah Coronado, nuevamente, para referir que en la primavera también llueve con descargas eléctricas, las flores, plantas, los senderos, las casas desarticuladas de madera y paja con sus tinajas desbordadas en esas comunidades rurales, después del aguacero cobrarán mayor expresión, como un cuadro de Picasso en su momento más romántico. Y he ahí: la inocencia que arrastra el hecho de visualizar la vida desde esa tonalidad, nos convierte, si la volvemos a vivir, en el niño o la niña de ayer siendo seres mágicos, plenos, risueños porque, precisamente, veríamos la vida menos compleja de lo que ahora la visualiza el adulto que hace años creció mecánicamente hablando y dejó de ser feliz atendiendo a una cordura absurda, impuesta por estándares sociales que ordena: hay que tomar la vida con lineamientos que solo la cargan de toxicidad.
Finalmente, de color azul veo, hallo, siento y respiro con mayor aplomo el tránsito de lecturas en Raquel, adornada por la gracia de una escritora muy hacia adentro, cuya producción escrita, citando sus cuentos infantiles, su poesía , su narrativa, es un conjunto homogéneo armado de plenitud, del simple vivir, pues crece cronológicamente la niña, la adolescente pero, afortunadamente, queda secuestrada esa materia articular de ella, de Dinorah Coronado en un tiempo perfectamente imperfecto, que es el escenario donde habita y cohabita la esencia pura, diáfana, febril en la morfología azul de Raquel.