A inicios del mes de febrero del presente año, en una entrevista concedida al diario El Mundo, el Premio Nobel de Literatura peruano, hoy en la lista de los inmortales de la Academia Francesa de la Lengua, Mario Vargas Llosa, dijo: “La literatura es una defensa contra la muerte. Es una manera de que, digamos, esconderse”.
Decía mi padre, que de lo único que un ser humano no puede decirle a otro Dios te libre es de la muerte. Biológicamente, no existe la más mínima posibilidad de evitar la muerte. La defensa consiste en luchar para extender nuestros días en el planeta que habitamos. Tal vez a eso se refirió Vargas Llosa. Lo que sí queda claro, es el legado que deja el escritor al crear su obra, cuando se esconde en sus propias vivencias, las disfraza y las cuenta creando una realidad similar a la suya. Es transformar la experiencia vivida en experiencia escrita. Recurrir por medio de la ficción literaria, al nacimiento de una existencia paralela. Por eso se ha dicho que toda literatura es autobiográfica.
En la vida, aventura y tragedia, pueden ser gozadas y sufridas; pienso que así es la literatura. Tanto la aventura como la tragedia, son herramientas y material de trabajo para hacer literatura. Es casi imposible despojarnos de lo que ha permeado nuestro interior, de lo que nos ha marcado y se nos ha quedado grabado en el alma como un tatuaje. De aquello, que como imagen perenne nos visita en el sueño. Los recuerdos persiguen a la imaginación, entonces el escritor recurre a ellos como costumbre del corazón y construye su obra. O hace un esfuerzo sináptico y acude a la memoria como labor de la conciencia para la conciencia. Pues tal y como dijo el psiquiatra y psicoanalista español Rogeli Amengol: “La memoria es la base y el inicio de nuestra conciencia individual, lo que somos no depende más que de la memoria que guardamos de nuestra propia historia”.
Hay escritores, cuya propuesta fictiva conserva una verosimilitud similar a la misma intensidad de su experiencia vivida. Pienso en André Malraux, escritor francés que tuvo la audacia de forjar su propio mito, y que construyó gran parte de su obra sobre la base de su memoria. Como ejemplo podríamos citar su novela La vía real. La historia que se cuenta en ella corresponde a la juventud de Malraux. Conociendo el valor del arte jemers, y con dificultades económicas, penetró con un amigo a la selva de la Indochina francesa, a los fines de extraer bajorrelieves de unos templos budistas para venderlos en el mercado clandestino de Europa.
Joseph Conrad usó sus recuerdos como material de sus trabajos literarios. Jhon le Carré escribió muchas de sus novelas inspiradas en sus experiencias como miembro del servicio secreto del Reino Unido MI6.
Perken, personaje de esta novela, es el Louis Chevasson real, compañero de aventuras del autor en la selva, y Claude Vannec, su otro personaje, alter ego de Malraux. Son personajes de ficción que representan la aventura que protagonizó el autor de la novela. Lo mismo puede decirse de La condición humana, la cual fue escrita como resultado de su estadía en Shanghai cuando el primer período de la Guerra Civil China. También La esperanza, la que escribió a partir de su experiencia como combatiente en la Guerra Civil Española. ¿Cómo podría Hemingway haberse desprendido del recuerdo de las aventuras que formaron parte de su vida? Las verdes colinas de Africa, o su libro de cuentos Las nieves del Kilimanjaro sobre su estadía en Africa. Por quién doblan las campanas, esta última, al igual que La esperanza, trata también sobre la Guerra Civil Española donde Hemingway estuvo como reportero. En definitiva, son obras que surgieron de su experiencia existencial.
Pienso también en Jorge Semprún, escritor español que escribió la mayor parte de su producción literaria en francés. En el año 1943, estando en la Francia ocupada por los alemanes, con tan solo veinte años luchó en la resistencia francesa, lo detuvo la policía secreta del estado nazi La Gestapo, y después de ser torturado, fue montado en un tren junto a más de cien personas y enviado al campo de concentración de Buchenwald. De la tragedia que Semprún vivió en ese lugar, escribió una obra que refleja el torberllino que sufrió. De ahí escribió la novela El largo viaje, la que lo dio a conocer como escritor. También representativa de ese período es La escritura o la vida, una novela que para escribirla, su autor volvió en el año 1992 a ver el campo de concentración donde estuvo recluido. La obra de Semprún osciló entre la ficción como producto de su experiencia y lo autobiográfico.
El listado es bastante largo. Joseph Conrad usó sus recuerdos como material de sus trabajos literarios. Jhon le Carré escribió muchas de sus novelas inspiradas en sus experiencias como miembro del servicio secreto del Reino Unido MI6.
¿Qué decir de los libros de viajes de Javier Reverte? Tales como Vagabundo en Africa y Sueño de Africa, narraciones de sus travesías por el continente negro.. También El corazón de Ulises: un viaje griego. Un libro el cual es un recorrido por Grecia, Turquía y Egipto. Esto es una muestra de que la literatura también es aventura.
La literatura puede ser testimonio, escritura cruda de la realidad sin nada de ficción. Ejemplo palmario de que el escritor siente la necesidad de contar las cosas tal y como sucedieron. En este caso desaparece la ficción y nace la literatura de no ficción. Surgen libros emblemáticos, como Operación masacre, del argentino Rodolfo Walsh la precursora de la novela testimonio, A sangre fría, del norteamericano Truman Capote. Justo es mencionar Noticias de un secuestro, de Gabriel García Márquez, retrato fiel de la difícil situación que vivió el pueblo de Colombia cuando el caso de Los Extraditables de Pablo Escobar Gaviria, y la consecuente ola de violencia que este horripilante hecho desató. Hago mención por último de Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, una crónica detallada de la marcha sobre el Pentágono en 1967 en los Estados Unidos, donde Mailer participó junto a figuras como Noam Chomsky, y el poeta Robert Lowell protestando contra la guerra de Vietnam.
Como bien apuntó Mario Vargas Llosa: “La literatura es una defensa contra la muerte. Una manera de digamos, esconderse”. Agrego que los disfraces son numerosos. Por eso queda el legado, porque los humanos, físicamente perecemos. Al final, cuando cesa nuestro ciclo biológico vital, somos como hojas secas que caen en otoño, y luego las arrastra el viento. El legado es una huella indeleble, la eternidad ficticia del escritor.