La diversidad es un principio universal presente en toda comunidad, conglomerado, país, nación o espacio cultural determinado, y que expresa a la vez cómo desde los primeros grupos humanos, la búsqueda de alimentos fue dando pie a la formación de grupos humanos diferenciados, distantes unos de otros y por supuesto, con lenguas distintas que les permitieran comunicarse entre ellos, no necesariamente con los demás. Estos grupos fueron creando comunidades distantes y distintas a la vez.
África, considerada cuna de la civilización humana no escapa tampoco a este principio universal de las diferencias, es así como encontramos troncos civilizatorios distintos: por un lado, los Koisan, en el extremo sur, con lenguas y costumbres distintas a otros aun cercanos; los Nok, considerados el tronco cultural de los bantús, entre otros grupos, se desarrollaron en la parte occidental de África, y seguimos con los Congos -Angola, de la parte este del continente.
Asimismo, nos encontramos con los habitantes de Madagascar, que poseen rasgos muy distintos al resto de África, en lo cultural y lingüístico; luego el centro del continente africano está ocupado entre otros por los pigmeos con características muy propias a ellos hasta en la alimentación y formas de vidas con respecto a los demás; siguen los grupos semitas del Cuerno de África: eritreos, etíopes y somalíes, para seguir con los nilóticos de Egipto y otros pueblos circundantes, terminando con los bereberes del Magreb, Argelia, Túnez, Marruecos y Libia.
Este gran tronco se ve matizado de múltiples diferencias étnicas en su interior y por tanto, hablamos de más de 2,500 lenguas y grupos étnicos en África. Es así como, recorriendo un tramo de carretera de 50 kilómetros podríamos encontrar en una misma región, 7, 8 y hasta más grupos étnicos distintos. Por eso entre los vecinos nigerianos y los hoy pertenecientes a la República de Benín hay diferencias, los yorubas en su marco religioso tradicional, los del sur, practican la religión de los orisha y los del norte son musulmanes, y en sus cercanos vecinos, los fon, domina el vudú, la primera con 7 deidades llamadas las 7 potencias africanas y los fon, del antiguo reino de Dahomey, con un panteón de más de 40 deidades.
Esta diversidad se trasladó forzosamente al continente americano dentro del sistema esclavista impuesto por el comercio triangular e incluso, para atenuar la resistencia de quienes eran sacrificados por sus propios correligionarios africanos a través del sistema esclavista de prisioneros de guerra tribales que imperaba en África a la llegada de los europeos-portugueses, en el siglo XV, los separaban por etnias y lenguas para que no pudiesen comunicarse en la travesía o no se entendiesen y evitar las rebeliones en los barcos negreros, naciendo de esa imposición una lengua intermediaria entre los africanos, el bidguin.
Una vez en América, como bien estableciera la importante conferencia magistral leída por el doctor Manuel Vargas Payano, director del Museo del Hombre Dominicano en el segundo Encuentro conocido como Diálogos de Tambores en el pasado diciembre del 2023, estas expresiones diversas también se han hecho presentes en el país y quizás es bueno aclarar dos etapas que caracterizaron su ponencia: de un lado, la diversidad de los primeros grupos venidos o traídos como esclavizados a nuestra isla de Santo Domingo, con más 70 etnias según han establecido investigadores reputados como Carlos Larrázabal Blanco, Carlos Esteban Deive, Fradique Lizardo y otros.
Referidos a estos autores, no solo ha de mencionarse las etnias presentes en nuestra isla en ese momento de nuestra historia, sino que encontramos otra diversidad más reciente, la proveniente de nuevas olas migratorias venidas al país y que dan un matiz gradualmente diferenciado entre sus aportes y sus propias características culturales que al compararlas nos hablan de diferencias entre los cocolos venidos al trabajo del azúcar a finales del siglo XIX y otras migraciones, por ejemplo.
Por otro lado, tenemos a los negros libertos traídos por Jean Pierre Boyer luego de la guerra entre los Estados del sur y los del norte norteamericanos, en contra de la esclavitud antes de mediado del siglo XIX; así como vemos los haitianos, venidos al corte de la caña de azúcar en varios momentos, a finales del siglo XIX, a principio con la ocupación norteamericana y luego en el período de Trujillo y posteriormente, esa migración fluye con regularidad en una especie de corredor migratorio en la franja fronteriza dominico-haitiana.
Igualmente destacable resulta valorar que nuestra africanía va de la mano de la construcción del criollismo desde los primeros siglos de la colonización y por tanto, vale destacar una africanía construida al margen de los grupos afro venidos posteriormente y que posee un marco propio de actuación y de definición que comienza con la criollidad aparecida hacia el siglo XVIII y continúa con la formación de la República en 1844, cuando el patricio Juan Pablo Duarte, conociendo de su importancia, se apersonó al Cantón de San Carlos para pedirle formar parte de la gesta patriótica, y los negros nuestros solo pusieron una condición: que no se volviera a la esclavitud abolida años antes por la ocupación haitiana en 1822, y de inmediato se integraron a las luchas libertarias como en otras naciones americanas.
Ciertamente vemos que, entre procesos migratorios afroamericanos, tampoco hay unidad absoluta puesto que, entre el sur de Haití y el norte, hasta el creol es distinto, como las expresiones del vudú por igual, sin olvidar que esta división geográfica que marca a la República de Haití dio pie a la creación de dos reinos a la muerte de su primer presidente Jean Jacques Dessalines en el 1807. Incluso entre los haitianos residentes en el país y los que son de recién migración hay diferencias; a los nuevos les llaman ellos mismos congoses, entendiendo que son de tradición puramente haitiana por preservar la esencia de su cultura madre, a diferencia del que ya se ha adaptado a algunas cosas dominicanas.
Como vemos, y bien destacaba la ponencia magistral impartida por Vargas Payano en el Auditorio del Museo de Arte Moderno, la diversidad nos toca en nuestro propio árbol genealógico dominicano y sus ancestros madres, como veremos en el siguiente artículo.