El concepto de “cultura” se ha convertido en una de las palabras más usadas, pero también de las más compleja y problemática de definir en el campo de la sociología cultural. Palabra versátil, polisémica, de múltiples sentidos, que nos permite reconocer los procesos de integración y diferenciación social de los individuos y grupos sociales en la sociedad.
Para los ilustrados, la palabra cultura hace referencia al conjunto de conocimientos, habilidades, destrezas que todos debemos adquirir para ser ilustrado, civilizado y salir del oscurantismo. Ser culto significa conocer y cultivar la filosofía, las ciencias, las bellas artes: la literatura, el teatro, el cine y, la buena música. Desde este punto de vista, los artistas, escritores e intelectuales en general, aparecen como el producto y los productores de la cultura.
Con los procesos de colonización y desarrollo de la antropología, el concepto de cultura se amplió y devino en una noción que nos permite comprender la función de la tradición, la lengua, la religión, costumbres, prácticas y, rituales que, describen y caracterizan una tribu, una comunidad, una ciudad o un grupo social determinado.
Por otro lado, con la modernización europea: el avance del capitalismo, el creciente desarrollo de las ciencias, las tecnologías, la industrialización, la democracia, la libertad individual, las migraciones, las grandes ciudades y, el desarrolló la sociología, el concepto de cultura adquirió nuevos significados y comenzó a referirse a nuevas prácticas sociales.
A partir de entonces, la sociología se interesó por estudiar la cultura de clases, del trabajo, de élite, de masas, popular, étnica, democrática, religiosa, autoritaria, cultura del campo y, las grandes ciudades.
Posteriormente, con el desarrollo de la modernidad tardía y, la aparición de nuevos grupos y movimientos sociales en los años sesenta, adquirió mayor relevancia referirse a la cultura de las minorías étnicas, de las mujeres, ecologista, juvenil y homosexual, como mecanismo de integración de estos grupos sociales y diferenciación de la cultura tradicional colonialista, patriarcal, adultocéntrica y homofóbica predominante.
En ese sentido, la sociología cultural ha hecho un largo recorrido. Por un lado, la teoría crítica marxista, se ha interesado por los discursos y las ideologías como falsa conciencia de la realidad. Con Marx, aprendimos la función de la cultura como ideología y la re-producción de poder en el proceso de dominación política.
El italiano Gramsci, propuso el concepto de hegemonía cultural, para subrayar el nivel simbólico y, subjetivo de las luchas política. La teoría crítica de Frankfurt, destacó el papel de los medios de comunicación de masas, en la alienación y dominación en la sociedad de posguerra. Los estudios culturales de Birmingham en Inglaterra, destacaron, entre otras cosas, los temas de raza, etnicidad, de la diáspora en la integración social y los conflictos políticos. La sociología crítica francesa de Nicos Poulantza, Michel Foucault y, Pierre Bourdieu, denunciaron las funciones de los aparatos ideológicos de Estado: los discursos, los sistemas de pensamientos y la educación, como tecnología o dispositivo de producción y reproducción del poder político.
Mientras que, la sociología funcionalista, desde Durkheim hasta la actualidad, ha reconocido la función de la cultural como medio y recurso político de integración del nosotros y de diferenciación social con los otros. En ese sentido, para Durkheim, la conciencia colectiva, la moral social, las creencias y rituales religiosos en el marco del grupo o del Estado-nación, aparecen como medio y, recursos de integración social y conflictos políticos. Como diría S. Huntington recientemente, la raza, la etnia, la lengua, la patria, la religión son recursos que hacen posible el orden social y, cualquier influencia cultural extraña, aparece como una fuente de desorden social y conflicto político.
De toda manera, al margen que estemos o no de acuerdo con estas interpretaciones, lo cierto es que, como diría Max Weber, vivimos en la jaula de hierro de la cultura, pues nada es ajeno a las diversas formas de la cultura. Los seres humanos para establecer relaciones entre sí, de solidaridad o conflictos, dependemos de la cultura: de los signos, símbolos, del lenguaje oral, escrito, de los conocimientos, la tecnología, la religión y la tradición en general.
En ese sentido, entendemos que la creciente diversidad y las grandes diferencias culturales que predominan en el país, esta incapacidad de ponernos de acuerdo hasta en las cosas más elementales, se han convertido en una fuente de conflicto, y una expresión del malestar que predomina en la sociedad dominicana.
Con el acelerado proceso de modernización social, se han incrementado los antagonismos culturales de los dominicanos: Primero, se ha originado una reconstrucción identitaria organizada por el mercado global, la expansión de las grandes industrias culturales, la revolución de la tecnología de la comunicación, el auge de la internet, las redes sociales, la radio y la televisión por cable que, nos ponen en contactos con los estilos de vida y las modas de las grandes ciudades, dando lugar a una diversidad de consumos culturales y diversas formas de vida transnacionales.
Segundo, se ha producido una búsqueda identitaria organizada por la democratización, el incremento del individualismo positivo, caracterizado por el auge de la libertad, las luchas por la igualdad, la autonomía individual, el reconocimiento de la diversidad y, el deseo de vivir la vida propia de los individuos y, grupos sociales, estructurando los nuevos movimientos sociales: feministas, juveniles, LGTBQ, que luchan por mayor nivel de igualdad y el reconocimiento de la diversidad cultural.
Y, un tercer grupo que se apoya en la tradición conservadora de la cultura dominicana: religiosa, nacionalista y patriarcal que, se resisten al proceso de modernización social y cada día más, se organizan en un discurso histórico, naturalista y biologicista que, niega la posibilidad del cambio social.
Esta nueva cuestión cultural ha agregado un nuevo malestar a la sociedad dominicana, caracterizado por los antagonismos entre la cultura de élite y la popular, la cultura progresista y conservadora, la cultura juvenil y el adultocentrismo, la cultura feminista y el machismo, la migración haitiana y el nacionalismo. Sin un camino claro, hasta este momento, de hacia dónde nos llevará esta creciente polarización de la sociedad dominicana.