En los Estados Unidos la cultura de un pueblo extranjero se hace de un sitio. De una plaza mágica que nos celebra. De una calle vana que nos recuerda un prócer querido y representativo de nuestra identidad. De una calle, a un nombre ilustre y recordado por toda la nación, es el lugar oracular de lo que somos en otro país cuando nos vamos.

La cultura en Estados Unidos es el nombre de un escritor o un político en una escuela pública. De una estatua en un espacio olvidado puesto para el deleite del corazón nostálgico de lo recóndito de un pueblo.

En Nueva York la cultura dominicana no existe aunque tiene los nombres. Los lugares comunes. Tiene Nueva York el barrio clásico e icónico de los dominicanos de  Washington Heights. Tiene nuestro Nueva York la calle flamante de Saint Nicholas. Esta es para nosotros La Duarte con Paris Dominicana junto a la calle 181 del Alto Manhattan. Tiene Nueva York los nombres en plazas,  calles y desfiles de lo que somos.

Pero lo que no tenemos los dominicanos en Nueva York es una casa propia. Porque, si algo sabemos con certeza, es que todo lo que no tiene local, tierra o autonomía permanente es transitorio. Desaparece. Se despedaza. Se sucede en la patología hegemónica de la gentrificación de lo nuevo, lo deshumanizante, de lo banal y moderno. Se desarraiga, la cultura, por el dinero que hermosea el arte y lo vuelve decorativo en piezas de abuso y olvido. Se queda, en el que piensa, que la cultura es solo aquel espacio especial para lo turístico limpio, insípido y turbio.

En Nueva York cerraron la cultura dominicana. Cerraron su lugar cimarrón. Si no hay comisionado. No hay comisión de principios, arte imaginativo, acto popular, canto y fiesta. Si la cultura se hace “solo para locos “ se crea una esquizofrenia de obnubilación y de muerte cultural. De celos y envidia. De enemistad. De enemigos y división.

Y es que en la cultura nadie puede poner todos sus huevos en una sola gallina, verdad y grito del desesperado, y aunque sea solo para locos con la poesía y la cultura uno no debe confundirse y dejase llevar de las falsas héroes y heroínas que se deslumbran frente al poder y que hacen coro con la hiriente e irónica frase atribuida popularmente al Dr Joaquín Balaguer: “dales un carguito y conocerás al maldito”.

Y es que en la política de turno nos olvidan los amigos. Nos desconocen ministros. Nos ignoran los colegas. Nos desprecian los ejecutivos idolatras del poder de turno. Nos dejan en el limbo. Y nos cierran -por sus incapacidades e ineptitud quizás- las casas y comisionados de cultura. Parecen decir si no es mía -la cosa/casa del poder- que no sea de nadie.

Y es que lo que ha sucedido en la cultura de Nueva York no es que “nos hemos divido”, es todo lo contrario, como escribe el filósofo  Byung-Chul Han, es que vivimos en la sociedad del cansancio donde la alienación no es posible porque ahora nos auto-alienamos y somos parte de la clase inútil de la que habla Yuval Noah Harari, el autor de Homo Sapiens, de la No-Verdad, la No-Cosas y la auto-explotación.

La única salida: la resistencia total y permanente, la retoma de la auto-conciencia y la rebeldía institucional como seres de micropoderes.

“HOY ESTAMOS EN LA TRANSICIÓN DE LA ERA DE LAS COSAS A LA ERA DE LAS NO-COSAS. NO SON LAS COSAS, SINO LA INFORMACIÓN, LO QUE DETERMINA EL MUNDO EN QUE VIVIMOS”, reafirma Byung-Chul Han.

En el país dominicano nuestro no existe un proyecto cultural para la diáspora dominicana en el exterior. Pienso que ni siquiera lo debe haber en la nación deshecha. La cultura dominicana no existe tampoco, pero el alma nacional se cerró en Nueva York. Y se cerró en todos los pueblos nuestros con remesas.

La cultura dominicana en Nueva York no existe. Y todo lo que era y no existe se olvida. Los dominicanos nos olvidamos de los dominicanos del exterior cultural con remesas.