El sábado por la noche, buscando en el enorme catálogo de cintas que tengo pendiente de la actualidad, me veo obligado a consumir la última película de Wes Anderson que se titula La crónica francesa. Por lo que había leído de ciertos culturetas de la prensa que relataron su experiencia de verla en la antepenúltima edición del Festival de Cannes, pensaba que se trataba de una joya mayúscula del cine andersoniano, pero al parecer he visto otra cosa.

Lejos de las pretensiones estéticas que son llevadas hasta el paroxismo, su carta de amor al periodismo me resulta tan plana y arrugada como un pedazo de papel de periódico tirado al zafacón de la basura. Sin más ni menos. Ni siquiera el amplio collage de personajes que interpreta el reparto de lujo pueden modificar sobre mi rostro la infinita sensación de fatiga que me produce la narrativa agónica seccionada por capítulos.

La historia comienza tras la muerte del editor de un periódico por un ataque al corazón, donde tres de los periodistas que laboran allí honran su memoria recordando algunos de los artículos publicados en el semanal sobre diversas situaciones en la ciudad ficticia francesa de Ennui-sur-Blasé durante varios periodos del siglo XX.

En el primero, una crítica de arte recapitula los claroscuros del artista y la difícil relación que surge cuando intervienen los mecenas más autoritarios para cuartar su libertad creativa, a través de un marchante de arte oportunista (basado en Joseph Duveen) y el típico pintor con trastornos mentales y el don de la genialidad condenado a la cárcel simbólica de las miserias del arte. En el segundo, una escritora describe en unas cuantas hoja su experiencia en las protestas de una ocupación estudiantil similar a la de mayo del 68, a través de un joven ajedrecista con el que tiene un romance y ayuda, por el bien de la corrección política, a escribir el manifiesto político que sirve como base para fortalecer su imagen como cabecilla del movimiento de rebeldes. En el tercero, un periodista afroamericano relata, en medio de una entrevista televisiva, su intervención en el rescate del hijo de un destacado comisario de la policía local que ha sido secuestrado por unos rateros que viven escondidos como ratas en un edificio donde impera la prostitución, las armas y la comida envenenada marca Clouzot.

A lo largo de los tres segmentos periodísticos, Anderson saca a relucir, con ánimos para la egolatría, los caprichos estéticos que lo preocupan como geómetra, al ejecutar su puesta en escena con un estilismo adornado principalmente por el control compositivo del encuadre, las panorámicas construidas con el tableau vivant que homenajea el cine de Tati, una predisposición por el encuadre móvil, la elipsis, el sobreencuadre, la analepsis que tiñe de blanco y negro monocromático las escenas del pasado, el uso de los colores vívidos y armónicos, la animación afrancesada. No dudo para nada de que emplea los recursos con elegancia y cierta sofisticación. Pero sospecho que en su declaración de principios parece haber olvidado por completo una metanarración que se desploma al vacío con una serie de circunstancias absurdas bastante aburridas, sin ritmo, y ni siquiera se toma la molestia de añadirle algo de vigor a las crónicas de los periodistas inanes y desmadejados que solo aparecen por ahí para decir tonterías para esnobs culturales. Su epílogo solo me confirma que la colección de viñetas letárgicas constituye, desgraciadamente, la mancha indeleble en su carrera como director.

Ficha técnica
Título original: The French Dispatch

Año: 2021
Duración: 1 hr 48 min
País: Estados Unidos
Director: Wes Anderson
Guion: Wes Anderson
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Robert D. Yeoman
Reparto: Benicio del Toro, Frances McDormand, Jeffrey Wright, Adrien Brody, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Owen Wilson,
Calificación: 4/10