En reacción a la noción del arte como un objeto asociado a la belleza, predominante, incluso, durante la época moderna, numerosos críticos y pensadores propusieron un enfoque diferente en términos de otras cualidades formales, tales como la línea y el color, la exageración y la distorsión, entre otros. De hecho, dicho tratamiento formalista conllevó, allanando el camino al abstraccionismo, a minimizar el aspecto figurativo del arte para recurrir a las experiencias y emociones subjetivas del artista, renunciado a todo lo que se pareciera a la observación minuciosa del mundo exterior. Ahora bien, al margen de estas instancias u otros paradigmas, ¿qué es el arte? O, específicamente, ¿qué es una obra de arte?
Precisamente, la filosofía occidental, desde los diálogos platónicos, siempre ha cuestionado, a través de la definición de los conceptos, la implícita y perdurable conjetura acerca de qué es el conocimiento de las cosas, la justicia y la idea de los valores estéticos. En el presente, esta última ha encontrado resonancia en el artículo “Crítica especializada analiza obra de Omar Molina” (acento.com.do, 18-7-22), fruto de la Serie de conversatorios APEC. En dicha reseña, varios de los mejores críticos de arte, Laura Gil Fiallo, Delia Blanco y Marianne de Tolentino, Gamal Michelén y Carlos Sangiovanni, fueron “los encargados –reza la nota- de descubrir al público particularidades, técnicas, guiños, mensajes y secretos en los cuadros de Molina Oviedo, considerado uno de los mejores pintores criollos contemporáneos.”
De este modo, la primera expresa que “La pintura de este artista joven demuestra un brío, en el grafismo, la factura y el color, que proporciona a su trabajo una potente fuerza expresiva y que lo define de manera inequívoca.” La segunda advierte que “los cuadros del pintor están totalmente empapados de visiones de la cotidianidad centradas siempre en lo humano.” La tercera asegura que el artista en cuestión “dibuja y pinta con pasión. Él domina el realismo con un dibujo preciso, detallado y nítido que plasma en la gente, los objetos o las calles. Es un intérprete hábil del entorno urbano y barrial, de sus personajes y de sus ocupaciones; pero también diseñará con igual facilidad un automóvil…o un toro furioso. “¡El dibujo se convierte en una escritura!” El cuarto subraya que “La obra de Omar Molina se nutre de lo cotidiano, lo ordinario, de aquello que lo rodea y que es parte esencial de su visión del mundo, o sea, de un mundo real; por eso, conocer su obra es aprender su entorno, coincidido con la frase lapidaria de Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia”. El último, presidente de la Comisión del Programa APEC Cultural, resaltó la fuerza expresiva de la obra de Molina Oviedo “labrada en la fragua de un ejercicio perseverante y disciplinar…un discurso propio, con rigurosa factura y un exquisito dominio de la técnica pictórica”.
Ahora bien, ¿contribuye el andamiaje terminológico arriba citado al criterio de unicidad o singularidad de la obra del artista de marras? Que Spinoza entendiera, citado por Borges en “Borges y yo”, que todos los objetos (cosas) quieren perseverar en su ser y que también la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre, se contrapone, paradójicamente, al objeto transmedio de la palabra, utilizable, apropiadamente, en una amplia gama de contextos. De ahí que los términos seleccionados por los connotados críticos para analizar la obra de Omar Molina Oviedo, podrían, asimismo, bien proyectarse, extrapolarse, a múltiples entornos o a similares obras artísticas.
En esta obra del pintor ecuatoriano Agustín Patiño, ¿podríamos descubrir al público, utilizando los mismos términos y conceptos, las mismas particularidades, técnicas, guiños, mensajes y secretos que los críticos encontraron en los cuadros de Omar Molina Oviedo?
Si tal es el caso, a partir de la crítica, nos vemos forzados a prescindir de una inalcanzable unicidad o singularidad en toda obra de arte, y, específicamente, en la del pintor Omar Molina, muy a pesar de los aciertos, en sus respectivos juicios, de los reputados críticos. El problema fundamental reside en la misma definición conceptual de los objetos de arte. En éstos, partiendo del criterio de “juego” del filósofo Ludwig Wittgenstein, “vemos una red complicada de similitudes superpuestas y entrecruzadas: a veces similitudes generales, a veces similitudes de detalle.”
Finalmente, en el aspecto en que las obras de arte tengan, igualmente como los juegos, muchas peculiaridades en común con otras obras de arte, no deberíamos obcecarnos en las características que todos ellos poseen. Además, cualquier intento de definir el arte, de precisar un término que sea esencialmente resolutivo en su uso, estaría, fútilmente, condenado al fracaso. Y ello así, en virtud de que en la formación de los conceptos registramos atributos comunes al permitir que el nombre del concepto, metáfora en sí, cubra todos los objetos que tienen estos atributos.