En un artículo anterior, me refería a que las sociedades posmodernas han sufrido una crisis de lo real y la realidad. La diferencia entre ambos conceptos es irrelevante, lo importante es seguir el hilo de la intuición que exponemos a continuación, por lo que usaré ambos términos indistintamente.
En ese mismo contexto, también había expresado que, aunque vivimos bajo el imperio de las ciencias y las tecnologías punta, todavía no nos hemos desembarazado de creencias religiosas, supersticiones e ideas que rondan en parecidos de familias. Estudiosos como Peter Watson, Charles Taylor, Jürgen Habermas, Eugenio Trías, Gianni Vattimo, Richard Rorty, Andrés Ortiz-Osés, entre otros, han llegado a plantear que el siglo XXI experimenta un retorno a lo religioso, que en muchas ocasiones suele ser violento.
Este acontecimiento está relacionado con otra situación que el filósofo francés Jean Baudrillard, junto a otros teóricos del posmodernismo, calificó como la “disolución de lo real”. Desde mi punto de vista, prefiero hablar de “negación”, “exageración” y “sustitución”, como tres modalidades de esa aniquilación. Voy a hablar de ellas en un ejercicio de simplificación.
La crisis de lo real desde la negación se produce mediante su rechazo, a veces paulatino y a veces automático. En este proceso el individuo o grupo social la impugnan, sea por prejuicios sea porque simplemente no la aceptan. En este caso, “lo dado” no le importa al sujeto y no le preocupa cuestionar o argumentar en torno a sus opiniones, sino solo negar. No indaga sobre sus conocimientos. Se rechaza tajantemente y se le otorga el estatus de “superficialidad” o “carente de importancia”.
Por ejemplo, cuando un religioso no estudia los fenómenos científicos para defender sus creencias. O como ocurre con el feminismo más radical que rechaza la biología y acusa al “orden masculino” de ser el productor de todos los males de la sociedad sin atender al contexto en el que se desarrollaron determinadas situaciones. Otro ejemplo, no menos desconsolador, es atacar las obras de los museos bajo la idea de que los países desarrollados se preocupan más por el arte que por el medio ambiente.
A veces se sustituye un signo por otro. Y el signo que sustituye se le da más valor. “Eso está en la Biblia” o “Eso lo dice la Biblia” son expresiones que ejemplifican lo que estamos diciendo. En una ocasión, en una de mis clases de filosofía, cuando abordaba la complejidad del ser humano desde la perspectiva antropológica, una estudiante me dijo: “profesor déjeme con mi teoría creacionista y con mi Biblia, que así me siento mejor y no tengo problemas”. Me indigné profundamente, ya que en primer lugar no estaba obligando a aceptar ningún planteamiento, solo explicaba un tema dentro de un programa de clases y ni siquiera hacía referencia a la validez o no de sus creencias.
Se pueden identificar varios componentes de esa actitud. En un primer lugar, el prejuicio negativo hacia ciertas realidades y conocimientos. En segundo lugar, el que defiende su creencia siente que es superior al que supuestamente se le opone. E incluso, este se proclama a sí mismo como el “racero moral” de toda la humanidad. Es como si trataran la verdad científica y filosófica como algo insoportable. Este tipo de actitudes se reducen a la aceptación de algo que se remite a un fundamento último. Situación que siempre me ha parecido una especie de violencia. No sin motivos, los filósofos Emmanuel Levinas y Gianni Vattimo consideran a la metafísica como un pensamiento violento.
En otro orden, la crisis de la realidad por exceso es algo que nos llama poderosamente a la atención. Impulsada en parte por los nuevos dispositivos tecnológicos y las redes sociales, la exageración de lo real conlleva a una distorsión del sentido. Sin embargo, no se trata de una simple dislocación, sino de un aumento más allá de lo que es. En ese caso, podemos hablar de hiperrealidad. Donde la fantasía y los supuestos se entrecruzan, aumentando sin límites “lo dado”. Por lo tanto, el bombardeo de imágenes e informaciones tiende a anular la realidad y el sujeto se ve obligado a colocar sus emociones por delante a la hora de seleccionar o resaltar lo que es de su interés. La infoxicación es un factor clave en este aumento. La sobreabundancia de imágenes e información produce un desajuste de sentido que muchas veces llega a desintegrar la propia realidad. Se dice tanto de una cosa que no sabemos el significado de ella.
La crisis de la realidad o lo real por sustitución tiene que ver con un proceso de falsificación. Simplemente, se reemplaza la realidad como una postal que hace la función de representarla, pero que ésta termina suplantándola. Sería como sustituir el esqueleto de un dinosaurio por su foto. En este caso, el sujeto cree que el sustituto es más real que la reconstrucción hecha por los científicos.
Ahora nos damos cuenta de porqué la distinción entre la realidad y lo real ya no opera en la experiencia del mundo actual o, mejor dicho, esa posición ontológica es insuficiente. Para Kant, el primer concepto se refería a la experiencia subjetiva, a la percepción y por ende objeto de cambio; mientras que la segunda era invariable, independiente de la actividad del sujeto. En el mundo de la tecnología, donde se habla de “lo virtual”, donde nos preguntamos: ¿es real lo virtual? En una sociedad de la hiperrealidad, esa visión kantiana nos parece hoy escasa. Y esto por una razón, que ya Heidegger había advertido: que nuestra era es la época de la imagen del mundo.