Los medios de comunicación, que incluyen a las redes sociales, hacen imposible que podamos conocer la realidad con un único punto de vista. Estamos ante una diversidad de opiniones que tienden a dislocar el sentido. En algunas ocasiones, esta acción está manipulada por intereses de poder, pero en otras no. Solo personas que buscan justificar su postura a su manera y modo.
Lo característico de la posmodernidad, entendida como globalización, poscapitalismo, es que la situación anteriormente descrita se instala en la esfera social. En esta época se perdió la visión absoluta del mundo y el orden racional entendido como si fuese un sistema de causas y efectos, representado bajo el viejo esquema de un Dios que todo lo origina y lo mueve, y en el que los seres humanos son especies de muñecos de paja controlados a su arbitrio. Esto afecta a la religión, la política, la ética, el arte y la vida cotidiana.
En los últimos veinte años de este siglo estamos viviendo un retorno violento hacia lo religioso. Es como si la ausencia de fundamento provocara una vuelta más beligerante por lo sagrado. Aunque la vida moderna y posmoderna carecen de su comprensión, no se ha sustituido ese valor por otro. Hay muchos expertos que afirman que, pese al avance de la secularización en la sociedad occidental, aún pervive la fe o las creencias en algo, no importa lo que ese algo signifique para las personas.
Por otro lado, la manera occidental de comprender la historia lineal, que se debe a un proceso unitario, ha llegado a su fin. Esta visión está relacionada con la anterior. Y, sin embargo, escuchamos a la extrema derecha decir que el otro (Rusia, China, Corea del Norte, Venezuela) tiene la culpa y que al final se impone una única razón: la de la “guerra justa” frente a los “bárbaros” e “incivilizados”.
La desinformación, la intoxicación y las noticias falsas demuestran esta tesis. Cuando alguien pregunta: por qué cree usted eso, es muy habitual que te digan: porque lo vi en las redes sociales.
Pese a todas estas paradojas, la situación actual de la sociedad demuestra que no hay una historia lineal y, mucho menos, un progreso. Hemos comprobado que ha sido ese mismo progreso el que ha incrementado la vulnerabilidad humana y las desigualdades.
Benjamín ya había dicho que la historia la escriben los vencedores. Foucault había señalado que esta se había escrito desde una perspectiva etnocéntrica y sesgada respecto a otras culturas, imponiendo una narrativa respecto al orden de los acontecimientos.
El centro de esta narración es la ideología del progreso que se imputa, una especie de determinismo causal de la historia. Frente a esta postura, la historia no es un fenómeno natural. Es un entramado complejo de acontecimientos, de prácticas, de relaciones de poder, de discursos, de decisiones individuales y colectivas, de azar, de representaciones sociales y simbólicas, de imaginarios.
Las ciencias sociales han demostrado que las sociedades tienen ritmos diferentes. Pueblos con su propia historia, incluso su manera de contarla. Lo que han demostrado las redes sociales y los distintos medios es que no se puede tener una visión única de los hechos. Por ejemplo, la inmigración nos ha enseñado muchas historias alternativas.
La abundancia de información y de imágenes provoca que nos perdamos. La imagen tiene unas dimensiones más allá de lo meramente visual. Es un referente de la misma realidad. Al ver una imagen a través de estos medios pensamos que se trata de la misma realidad o de un justificante de estas. Por ejemplo, cuando vemos en una noticia una ciudad destrozada por una guerra y automáticamente creemos que es verdadera, sin ni siquiera suponer que dicha imagen pertenece a otra realidad, incluso del pasado.
La desinformación, la intoxicación y las noticias falsas demuestran esta tesis. Cuando alguien pregunta: por qué cree usted eso, es muy habitual que te digan: porque lo vi en las redes sociales. Por eso, la crisis de la idea de “objetividad” está muy ligada a la multiplicidad de imágenes y discursos que recibimos de los distintos medios de comunicación, muchas veces generadas en una oficina cerrada desde un silencio algodonado.
De esta manera, deducimos que no hay garantía ni de la realidad ni de la verdad. Cada uno vive según sus emociones y deja pasar el flujo de la existencia en un imaginario que provoca el sentido de nuestra cordura.