Otro artista plástico que presenta sus obras en la Exposición Matices y Esencias Azuanas 2023, en el Centro Cultural Héctor J. Díaz de Azua, es Freddy Peña Pastor, quien exhibe tres pinturas: Africano, Sin título 1 y Sin título 2. En las obras utiliza la técnica de acrílica sobre tela, en dimensiones de 35” x 40”, 30” x 40” y 30” x 40”, respectivamente.
Este artista es músico, locutor, periodista, y productor de programas de radio y televisión. Desarrolla estas facetas de forma simultánea y encuentra espacio para una de sus principales pasiones: las artes plásticas.
Trataremos de penetrar al mundo pictórico de Peña Pastor con el riesgo del reduccionismo temático en la interpretación o el posible contrasentido estético que se pueda generar. Esto así por la complejidad de los mundos subyacentes en las obras, capaces de zarandearnos por submundos llenos de argumentos.
¿Cuáles son las posibles lecturas a los cuadros de Freddy Peña Pastor? ¿A cuál región quiere llevar al espectador? ¿Existen elementos propios de la existencia humana como reflejo de la postmodernidad? Sobre estas bases hipotéticas y otras guiaremos las interpretaciones.
Todo artista, cualquiera que sea su objeto o área creativa, en cada obra trata de abreviarse a sí mismo o a al mundo exterior. En un verso puede caber el universo. En un cuadro, todas las galaxias o simplemente la infinitud de un trazo; en la música, el retumbe cósmico de una nota musical. El artista es resumen, cribador de esencias y labrador en todas las regiones sensibles del ser. Avista los paisajes reales y oníricos, rescatándolos, dándoles vida y presencia.
Las artes plásticas ayudan en la creación de alegorías como la Guernica de Pablo Picasso, que podría reflejar la crueldad y el espanto provocado por la guerra, los sufrimientos de la gente, quebrados por el horror. O el cuadro de Las meninas, de Diego Velázquez, que se considera iniciador de la modernidad filosófica. Supo el pintor, en Las meninas, articular elementos conceptuales del yo: “el autor propone y el espectador reconoce: el yo del pintor y el yo del espectador codifican y descodifican un mensaje, que sin la materia no sería posible de expresar ni de interpretar” (Bobes, 2021). En tanto, desde la perspectiva de Foucault, “Las meninas son el paradigma de la episteme, del acceso a la verdad, canonizada por el discurso científico y filosófico moderno” (Madrid, 2017). O sea, que las artes son conductos por donde se penetra a la interpretación de mundos diversos, de su objeto estético, mediante diferentes tipos de análisis y métodos. Es por esos conductos que nos adentramos en la obra de Freddy Peña Pastor.
Bordear dos pinturas
En el cuadro llamado Sin título 1, hay una carga de colores cálidos y fríos, con la obtención de contrastes vivos. El artista nos ubica en un mundo de una mixtura cultural con signos festivos y carnavalescos. Las imágenes se muestran indefinidas, excepto los globos y la gente “metida en bullaranga”. El contexto se registra en la época colonial, confluyendo lo africano, lo taíno y lo hispánico.
Un ambiente putrefacto revela el cuadro Sin título 2. Es un buceo por sangre y materia en descomposición, con una orientación clara de tocar lo estético, de superar los límites de lo podrido y salir airoso de un viaje proceloso, circundado por la muerte. El color rojo resalta con sus matices que abarca una gama de tonalidades, junto con amarillos, blancos, azules, marrones y negros. El yo del espectador está dentro del cuadro mismo, permitiendo la visión de un viaje hacia lo profundo.
Africano
Nos pararemos ahí en la interpretación de los cuadros anteriores. El análisis en profundidad, será a la pintura titulada Africano.
Como decía en un artículo anterior, el título de una obra puede servir de guía en el análisis estético. Es visible para cualquier analista identificar elementos de la cultura africana por los colores, atuendos, adornos y otros objetos, ligados a las raíces de creencias ancestrales. Pero nos iremos por otros caminos explicativos.
No vemos en el cuadro de Peña Pastor la definición del rostro como el de los retratos, aquí el rostro aparece descarnado y de aspecto robótico, quizá un cíborg. ¿De cuál rincón del inconsciente extrajo esta figura el artista? ¿Se trata de alguna alegoría a un personaje con nombre en la cultura humana? ¿Será una articulación, una síntesis del hombre postmoderno o simplemente el reflejo de su yo en un trance, que dibuja al mundo en camino hacia la desconfiguración?
Como se ha planteado ya son muchas las hipótesis. Cada una de ellas nos conducirá a explicaciones desde diferentes perspectivas, encima de plataformas analíticas dentro de la crisis actual del individuo humano.
Esta imagen pintada por Peña Pastor es horrenda, con inflexiones plásticas. Si hubiera cuidado los trazos, la infinitud de lo estético, hubiera orillado otras sensaciones primigenias en el espectador. No es el caso de la imagen de Salomé, quien fue una princesa idumea, hija de Herodes Filipo I y Herodías, presente en el relato bíblico, la cual fue tomando imagen y representación en las artes como la pintura, la poesía, el teatro y otros géneros, maravillosamente abordados por Moreau, Pablo Picasso, Oscar Wilde o el Teatro Kamerny, Moscú. Estos autores tenían a Salomé como punto de inicio para sus obras. Peña Pastor tiene que crear la imagen referencial de su pintura y lo hace generando un modelo gráfico con múltiples vías de acceso.
Dentro de la cultura humana lo asociaría con el rostro del monstruo Frankenstein, el cual, en término simbólico, podría reflejar la construcción del monstruo humano ante el contexto del evocado por Mary Shelley, su autora. Pero eso es solo una interpretación. Africano, no es un cuadro con referente mitológico ni mágico. Es una aprehensión de la realidad con sus maldades y bondades. La obra podría reflejar lo mismo que el monstruo, el miedo y la amenaza a que el hombre sea superado por lo mismo que ha creado por medio de la tecnología, en el caso presente, de las inteligencias artificiales.
La desconfiguración de los sentidos físicos
La presentación deforme de los órganos: ojos, nariz, boca, oídos, plantea una pérdida de los sentidos, esa capacidad de percibir la realidad como la ha venido haciendo el ser moderno y posmoderno. Hay una desconfiguración de los sentidos físicos, por decirlo a la manera del lenguaje computacional.
El pintor desarticula al espectador, irrumpe en su mundo caótico sepultado por un contexto de irracionalidad —por su ruptura con lo moderno—, la crisis de las éticas y el alejamiento de lo sagrado. En la obra, desde afuera, podemos ver el cerebro y el interior de la cabeza. Supone la importancia de las incursiones en el cerebro en las ciencias actuales, en la atención de esa poderosa estructura de algoritmos complejos en plena batalla, en la creación de fractales, en la búsqueda de verdades que respondan antiguos cuestionamientos científicos y filosóficos presentes en las civilizaciones humanas.
Ojos fuera de las órbitas
En la imagen del cuadro de Peña Pastor los ojos están fuera de sus órbitas. Es el asombro de sí mismo y del espectador. Pero, ¿no se estaba perdiendo la capacidad de asombro y fascinación en el hiperposmodernidad? Al menos, eso parece ante el avance de los estudios de partículas subatómicas. El asombro sigue ahí vivo en lo humano, la explicación del Todo, en el marco teórico y práctico, sigue a años luz de distancia. Esa figura de lo humano en el cuadro está ahogándose en mares plagados de moluscos celápodos y serpientes. Se hunde en el agua, desde su posible lugar de nacimiento. Está agobiada, atrapada por la nariz con un arigón, por esas fuerzas de los superpoderes políticos y económicos que lo aprisiona en las profundidades el mar. Esa serpiente que respira dentro del agua, con rostro de humano, de ojos claros, también sorprendido por el holocausto. Es como si el hombre buscara sobre el agua un espacio después de una explosión sideral. Y para más, en el cuadro aparece una bolsa vacía, donde el hombre ha sido despojado de sus bienes, no solo materiales sino espirituales. Es como la aniquilación de culturas.
La dirección de la mirada en la figura es hacia abajo, entre la resignación y la derrota, sin ninguna veta de lucha emancipadora. Está reconfigurando su identidad, esta vez ante la confusión de una metamorfosis horrenda del tránsito hacia otra naturaleza de lo humano. El trance desorbita los sentidos, los saca de su habitual configuración, y da paso a una radiografía del espectro interior.
La empatía plástica
Pareciera que el autor del cuadro lo hiciera de una manera rápida, donde la pasión del trazo, el pincel y el pintor tuvieron dificultades para establecer una empatía plástica, o no es más, que la expresión de un estilo propio del mundo acelerado, generador de ansiedades. Cuidar los detalles de la comunicación entre el pincel y el lienzo afinaría la vertiente estética. En el caso objeto de estudio, el contenido, la simbología, los metamensajes, son superpoderosos. Nos hablan de una gran capacidad comunicativa, del presente, y de estados emocionales. La pintura revela catarsis, profundas reflexiones en tránsito. El espectador toca límites y a partir de ahí solo queda la ansiada plenitud. En sí, el cuadro es una alegoría, un reflejo, una visión inesperada del ser humano con necesidad de ser alertado ante la vorágine del tiempo presente.
El autor es escritor y educador
Domingo 7 de mayo de 2023