¿Dónde está la fragua en llamas en que se gesta la poesía? ¿En cuál rincón del crepúsculo encendieron los maderos? ¿Cuáles son los duendes que los atizan? Hasta allá llegará en algún momento la mirada del sujeto que quiere desnudarla, romper los hechizos para hacer correr el tiempo por los ríos de ratio. Confesará su inocencia en la caja de resonancia del templo y fijará su mirada en un punto azul del infinito para construir otros infinitos.

El individuo humano, al aproximarse a su templo interior, en un acto de pura contemplación, abre una puerta para hacer pasar la poesía, como raudo efluvio. Es que la poesía debe ser despertada del letargo del ser donde yace. Ese ser desconocido para la razón, pero que solo ella es capaz de transportar en su surco, en su río, toda la carga emocional y racional de la vida y el universo. Visto desde la contemplación, la poesía puede fluir por medio del acto, la razón por sí misma es el río que la integra y la transporta.

El intelecto activo del sujeto o autor

El intelecto activo del  sujeto o autor espera la llegada al escenario del carro de la intuición, que como rayo, recorre los caminos de ratio. El ser va en ese carro y el sujeto enciende sus luces, solo después de contemplarse y verse en total plenitud, y construir un imaginario de sí mismo. La voluntad, irracional por naturaleza, llena de deseos, hace su trabajo, toma la decisión suprema del desentrañamiento del ser.

Para Arthur Schopenhauer (1788-1860), la voluntad es lo que constituye la verdad del mundo, existe como fuerza cósmica, pulsión fundamental, que revela la cosa,[1] con la tendencia que esa verdad sea aceptada como absoluta. En este y todos los casos, para Schopenhauer, la voluntad es la fuente de la realidad representada, es como una energía. Para Emmanuel Kant (1724-1804), la voluntad se somete al deber, es indeterminada con respecto a todo objeto y se da a sí misma su ley. La voluntad es el rayo que estructura la verdad como tal. Los religiosos expresarán que esa voluntad tiene como fuente originaria a Dios.

En la contemplación del objeto o de cualquier cosa, debe detenerse el tiempo, frisarse; dejar que los mundos de afuera pasen en sus locas caravanas y que el sujeto no los advierta, aunque aparezca la innecesaria y malentendida tensión de la religión vs. la filosofía. Todo por la búsqueda de una verdad que esté unida al todo, capaz de responder a las preguntas de la existencia material y espiritual. Todo para buscar y analizar, aunque sin plantearlo, la verdad de Dios, el hombre y todos los seres —en el caso de la filosofía—, como esbozo teórico. Todo para vincularse, para establecer una relación de amor con la verdad. Todo, como pasa en la meditación religiosa, para alcanzar los atributos de Dios, la consideración de la verdad divina, como sostenía Tomás de Aquino (1225-1274), donde el propósito es inducir a la obediencia, a la justicia y la virtud, y alcanzar la vía de salvación.

¿La única vía de conocer la verdad es por medio del acceso a lo divino? ¿Existe la verdad única o un sistema de verdades relacionado con lo esencial, que compendia los misterios de la vida y de la muerte?

Fuentes del conocimiento

Cuando el sujeto fija en el espacio y en el tiempo la imagen de su ser, se verifica el acto de contemplación, pero tiene que hacerlo en su propio templo (con-templ-ación), en su interior. Podría alcanzar el entendimiento, pero no solo aquel, donde se admira la verdad, sino aquel que lo puede vincular con la verdad como esencia. ¿Pero cómo reconocer al ser? No se haría por medio de la razón, porque por sí sola, no alcanza a construirlo. Y ¿Cuál sería la representación de ese ser? Aquella que se estructura, producto de la proyección en el imaginario, de lo acrisolado en las experiencias, o en las creencias del sujeto. Para lograr esa estructura aludida, la meditación juega un papel importante, es el escenario del trabajo. Por medio de ella, también, se procede a la búsqueda de la verdad espiritual, la que es vinculada a todas las esencias. Pero de cuál verdad, si también el espíritu solo tiene acceso a la verdad de manera incompleta, porque solo penetra “al misterio de su propia existencia y del mundo que lo rodea”. Aunque según Tomás de Aquino, “la vida contemplativa es más perfecta y meritoria que la activa, que es la dedicada a obras exteriores”.

El objetivo de conocer la verdad, (la verdad divina, espiritual, absoluta) que místicos y filósofos plantean que es la que sale de Dios, la que al ser humano le une a Él. Esa que establece una correspondencia comunicativa con Dios. Ahora bien, si el sistema de creencias y experiencias del sujeto desconocen la existencia de Dios o la niegan, la búsqueda de la verdad como esencia, como fuente primigenia de las cosas, apelará a la razón o la intuición como germen de conocimiento, reconociendo las plantadas por Baruch Spinoza (1632-1477), que son: la imaginación, la razón y la intuición.

Algunas preguntas

Aquí se plantean las preguntas: ¿La única vía de conocer la verdad es por medio del acceso a lo divino? ¿Existe la verdad única o un sistema de verdades relacionado con lo esencial, que compendia los misterios de la vida y de la muerte? ¿La verdad divina es una experiencia de la mente? ¿Es por la razón y la intuición que se accede a la verdad? ¿Existe la razón divina? Como se entiende, hay muchos caminos que el individuo humano ha iniciado para responder a preguntas como estas desde diversos métodos, principalmente los filosóficos, religiosos, metafísicos, teosóficos y psicológicos. Aquí están planteadas hipótesis con respuestas abiertas a pesar de lo elevado de los juicios, la contemplación y reflexión en torno al ser.

En cierta medida, la experiencia contemplativa tendría mejor sentido, apoyado en el acto racional realizado después de la acción. Si no es así, el sujeto no hace uso de su libertad, que es constituyente de la voluntad. En la verdad se resumen todas las cosas; por consiguiente, la libertad y la voluntad. La verdad debe ser absoluta, comprensible por la razón y el espíritu.  Pero, ¿cómo entender el libre albedrío del individuo humano si se une a una esencia? El libre albedrío no es más que un puro acto de la voluntad y la razón.

La contemplación abre la puerta

La poesía expuesta por medio del lenguaje escrito u oral puede ser originaria de fuentes del conocimiento, como las aludidas por Spinoza: La imaginación, la razón y la intuición. Por medio de estas tres fuentes se puede percibir la estatura estética de un poema. La imaginación está hecha de imágenes, metáforas, símbolos, lenguaje figurativo, abstracciones, etc. Se puede creer que, a mayor carga imaginativa o simbólica en un poema, mejor es. Pero la imaginación no anda lejos de la razón, la construcción misma del lenguaje imaginativo o poético es un acto de razón. O sea, que se da al mismo tiempo. Pero cualquier descuido, como el desborde de la imaginación o tensar las cuerdas de la razón, hace perder el equilibrio (imaginación-razón-intuición) necesario para que fluya la poesía.

En tanto, la intuición se puede abordar de otra manera. Este conocimiento no necesita de la razón, de la estructura consciente, para que sea dado, debe haber una acción volitiva para su manifestación. Pero recordemos que para René Descartes (1596-1650), “La intuición no es el testimonio de los sentidos ni el juicio engañoso de la imaginación, sino la concepción que nace o tiene su origen en las solas luces de la razón.”[2]. La razón, de alguna manera, está presente en la intuición, pero una especie de razonamiento cuasi automático por los mecanismos de la mente: es “la luz de la razón”. Entonces, la poesía como tal podría estar asociada a la luz de las razones, donde la voluntad dispara un fulgor intuitivo, envuelto entre razones, originario de la consciencia, el inconsciente, el alma o el ser del individuo humano.

El éxtasis de la esencia

En un texto revelado por medio de la contemplación se puede encontrar, percibir o sentir la esencia en éxtasis: eso puede ser la poesía. O quizá, dicho de otra manera, el éxtasis de la esencia. Mejor es la segunda denominación, sería entonces auscultado por el pensamiento filosófico, teosófico o religioso.

La poesía no está lejos de la reflexión filosófica, aunque un poco más acá de la teosófica y un poco más allá del religioso. Digamos que a través de la filosofía y la teosofía se piensa, se percibe y se hace sentir el éxtasis de la esencia (estudia más allá de la esencia misma) y en la religiosa solo se percibe o se siente ese éxtasis.

Ahora bien, la poesía en el acto contemplativo fluye. Eso no quiere decir que necesariamente hay que ser filósofo, teósofo, metafísico o religioso, para que eso suceda. La poesía fluye en los creyentes y los ateos, en los de arriba y en los de abajo. La diferencia es su forma de percepción, la puesta en disposición por medio del lenguaje. Recuerden que nos referimos al lenguaje escrito u oral. Para ello presentaremos un texto escrito en prosa: Contemplación, que es la primera compilación de los textos escritos por Franz Kafka en el 1913, quien era de origen judío y ateo. Aunque la contemplación y la meditación se sostengan en actos de fe —negada por ateos—, abren puertas para que fluya la poesía, como también pasa cuando solo se menciona su origen solo en lo racional. En el caso primero, su partida es desde el ser y vuelve al ser, en su vínculo con Dios; y en el segundo, su origen son los mecanismos de la mente, el lenguaje de la razón. (CONTINUARÁ).

El autor es escritor y educador

Domingo, 11 de junio de 2023.

 

Virgilio López Azuán en Acento.com.do