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La chopería no es una invención dominicana. Tampoco es un índice de valoración o parte de un proceso que implique algún dictaminado. La chopería acontece, como la traslación del sol o la marea alta. Ni negatividad ni positividad: es una práctica que se ha ido socializando, legitimando y extendiéndose dentro de nuestros rituales societarios. Es una opción de posicionamiento para una franja cada vez más amplia y dominante de nuestra sociedad. Es un recurso de distinción, una marca requerida para poder integrar una cajita más dentro de los millones en las que todos estaremos ubicados.

A estas alturas del siglo XXI el concepto “chopería” no debería generar vergüenza ni menosprecio hacia determinados sujetos sociales. La chopería es un recurso para tipificar una manera de ser, estar y agenciarse un espacio determinado  dentro de la sociedad, haciendo de la obsesión por el “llamar la atención” una de sus características principales.

Los colores pasteles de Domingo Batista, el lenguaje brutal de Hipólito Mejía, las chacabanas impolutas y barrocas y rococó impuestas en el danilismo junto al consumo desmesurado de la marca de vinos “Protos”, las uñas pintadas de negro de Toño Rosario y de todo urbano que se respete, la colección de gorras de Mozart La Para y la cara de niños eternos de los hermanos Mecariello, sin descontar los apabullantes cuerpos -y no siempre de bailes- de nuestras megadivas, todo se enmarca dentro de una estrategia “chopa” de posicionamiento. Esa obsesión por el brillo, la juventud, la apelación a la brutalidad en la expresión “del pueblo”, la negación de categorías vitales como el tiempo, lo más íntimo del ser humano, la importancia de la tristeza o el retirarse a tiempo y siempre estar ahí como un apóstol, todo entra dentro del intrincado proceso de chopería nacional.

El “siempre estar ahí” es de las grandes maldiciones nacionales. No lo aprendieron ni Ulises Heureaux, ni Horacio Vásquez ni Trujillo ni Freddy Beras Goico.

"Y es chicle lo que masca la chiva". Franz Caba (@franz_caba) •

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El arte y la literatura han estado impregnados desde sus orígenes de elementos y figuras de la chopería. Desde los payasos de Velásquez hasta el film “Pink Flamingos” de John Waters, la coquetería con que cierto sector social ha tratado de ir “más allá” de los estamentos tradicionales podría enmarcarse dentro de esa sensibilidad chopa.

Un grandísimo porcentaje de las más tradicionales familias dominicana tuvieron sus orígenes chopos desde finales del siglo XVIII: en aquellos militares europeos que se comían un cable en la vieja patria y aquí dejaron prole numerosa, descubriendo el arte de cogerlo fácil. Aquellos fieros campesinos españoles, italianos, franceses, que desde Santa Domenica Talao hasta Flandes y bajando hasta Andalucía, todos aquello que en estas Indias encontraron su El Dorado particular, que trabajaron hasta el desfallecimiento, no dejaron de integrar uno que otro elementico de “excedencia” clase mediera en su devenir hasta estos tiempos.

El serialismo de Andy Warhol, la banalidad de los turistas yendo desde el Acrópolis, Pisa hasta aterrizar en las playas baleares de un Martin Parr, las instalaciones del puertorriqueño Pepón Osorio, la seda que serpea por el cuello de un viceministro y que por poco lo ahoga y su sonrisa de bachiller recién bañado en el Camú con Irish Spring, se inscriben dentro de esa masa viajera, consumista, belle epoque, que se resiste cuando sabe que no será parte del show, decididamente chopa.

El acrílico en lienzo “’Y es chicle lo que masca la chiva?” (2023), [ver: https://www.instagram.com/p/CtMyD3yPyRD/?img_index=1] del descollante artista visual Franz Caba, nos da el índice de los nuevos valores visuales, que son a las vez ya esenciales en la vida cotidiana: la chiva devorando lo que la oculta y magnifica.

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Trabajaste duro pero ya te zafaste del ruido de los estadios. Vuelves a lo de siempre, a lo que estuvo antes y siempre estará después, la normalidad. Eres un Pedro Martínez, un Vladimir Guerrero, pero antes fuiste todos los Alous y Marichales y Motas, etc., etc.

Trabajaste duro pero te quedaste bajo las luces eternas del show: eres un chopo.

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La dominicanidad ha sufrido una aceleradísima intervención de los nuevos valores de la clase media emergente desde 1978. Si bien Balaguer en sus versiones “heavy” (1966-1978) y “light” (1986-1996) contuvo la neurosis de esa clase media, el perredeísmo primero, luego el peledeísmo y ahora el perremeismo, no sólo la han consolidado sino convertido en el “deber-ser” de todo buen dominicano. La nueva clase media, o dicho en términos insulares, la chopería, es la marcadora de la agenda nacional en cuanto a gustos, órdenes especiales, representaciones estatales, discursos, formas de vestir, de moverse, lenguajes corporales, rituales.

El aireamiento de la dominicanidad newyorkina en sus desfiles y carnavales es una de las máximas festividades de la chopería, junto a la entrega del Soberano, la de los premios estatales y privados, junto a la interminable realización de homenajes. Tras cada entrega de diploma, hay un gnomo chopo haciendo click en la cámara. En tales registros resaltarán peinados únicos, el inevitable rosado -al que luego del tsunami Barbistémico le darán lo más duro posible; chisporroteos de flecos y medias nalgas y nalgas completas con la mitad de punticos de senos como gritando diabólicamente “catch me if you can”.

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Los principios conceptuales de la chopería fueron establecidos por las geniales manos de Raúl Recio en su exposición del 2004 “Yo soy la Salsa”, en el Museo de Arte Moderno. Gracias al reconocido fotógrafo argentino Marcos López, el mismo Raúl quedó registrado con un traje de motorista esperando la bola para darle con su bate,  teniendo de fondo un burro en el Monumento a la Paz de Trujillo.

Antes de que los estudiosos y crítico y expertos pudieran advertir las nuevas esferas de la dominicanidad, Recio ya había situado en sus telas ese mundo de gozones, nalgúas, narcos, gente pasándola bien, en medio de piscinas, jacuzzis y lo que fuera que te encaramara en alguna nube.

Pronto el observatorio de la nueva clase emergente integró a otros artistas, como José García Cordero, habiendo estado de incógnito un personaje medular, como Lolo Jackson, impactando las principales capitales del mundo con sus estridencias colorísticas.

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Después de Luis Terror Días pensábamos bien alta la cuesta como para poder subirla y vernos de una manera radical.

Con la publicación en el 2014 del disco "¿Dónde jugarán los cueros?", por el grupo tecno-tropical Whitest Taino Alive, llegamos a la más lejana estratósfera de erudición sobre la chopería. Una frase sintetiza su pensamiento: “Aquí todito somo chopo”.

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Sería loable un final de torero para esta serie de reflexiones sobre la condición chopa dominicana, pero la tinta no nos alcanza.

Ni complejo de culpa ni valoración moral ni nada que implique un concepto de enjuiciamiento. La chopería no necesita un abogado, porque no hay crimen, o falta. Estamos frente a cuerpos, discursos, prácticas, acciones, gestos, avituallamientos, corporizaciones, todo un entramado amplísimo y difícil de atrapar como una mosca bajo un raqueta china.

Todos somos chopos. Lo dicen Raúl Recio, Homero Pumarol (“todos tenemos un primo en el Canal de la Mona”), Frank Báez, Maurice Sánchez (Ver su “Flow Tropical”), Haru y los Whitest, no sé si Rubén Lamarche, y lo confirman sus sacerdotes en El Show de Mediodía, las zonas Pachás y espero que Michael Miguel, si no se quilla conmigo cuando nos veamos en la segunda planta de Centro Cuesta del Libro.

Sí, sí, todos somos arlequines esperando que la chopería nos redima con sus gritos, entre Alfas y Omegas, ¡oye qué rico mami!

Miguel D. Mena

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