PEDERNALES, República Dominicana. Cuando las familias japonesas llegaron a este municipio en la frontera con Haití, previo a seguir hacia las colonias agrícolas La Altagracia y Aguas Negras, en Sierra Baoruco, hicieron una parada técnica de poco más de dos semanas en un campamento improvisado al final de la icónica calle Juan López esquina Sánchez, y, con su fenotipo y sus prácticas culturales diferentes, impresionaron de buena manera a los lugareños. Vestían sus piezas típicas y calzaban sandalias con un solo tiro para los dedos gordos.

Hiromi Tabata.
Hiromi Tabata.

Los nipones trajeron sacos de sardinas secas (Niboshi) que usarían para hacer caldos y comer en salsa de soja. Cargaron con sus bicicletas de canasto, nunca vistas aquí, y de inmediato, las cambiaron por burros, o las vendieron a precios bajos. Ya sabían que la vida en las montañas no era para menos. Nada que ver con la tierra prometida.

Ansiosos por adquirir uno de esos vehículos novedosos, los jóvenes nativos salieron en tropel hacia las afueras del pueblo a sabanear asnos.

Miguel Pérez, 80 años, no tuvo que hacer esas peripecias de urgencia. “Yo le compré a un japonés una de las bicicletas, por diez pesos. La usé por mucho tiempo. Me salió muy buena, pero gastaba mucha goma porque pesaba mucho por el ‘burro’ que tenía detrás para parquearse… Esa bicicleta tenía mucha demanda. La tuve hasta que salí de Pedernales, en el 1959, para estudiar en el politécnico Loyola”.

Evoca el trato especial recibido de la comunidad, en 1958, cuando viajó a La Altagracia junto al inspector de Educación, Francisco Cabral (Pancho), el conserje Delis Medrano y él, como auxiliar, para inaugurar la escuela que, junto a las viviendas, había construido el gobierno para la comunidad de japoneses.

Se habían trasladado en el potente camión-volteo de fabricación alemana Magirus Deutz, dispuesto por el ayuntamiento para recoger basura, pero usado para todo, hasta para viajar a Barahona y la capital.

“Las casitas de madera con estilo japonés formaban un redondel y eran muy bonitas. La escuela era parte del proyecto. Ellos nos dieron una acogida de primera. En la tardecita-noche hicieron una velada. Las muchachas cantaban, bailaban, brindaban. En la mesa, para cada uno, pusieron una botellita de ron dominicano con un vaso lleno de ron al lado. Y cada vez que nos dábamos un trago, venía una japonesa y… ¡fua! Llenaban los vasos otra vez. La cuestión es que nunca tuvimos chanche de echar el ron de la botella. Amanecimos allá”, comenta y ríe de buena gana.

En medio de las adversidades, los asiáticos se divertían. Jugaban mate, bolas o bellugas, béisbol.    

La única vivienda que existe con estilo japonés construida para la colonia a finales de los años 50. Propiedad de la familia Tabata..
La única vivienda que existe con estilo japonés construida para la colonia a finales de los años 50. Propiedad de la familia Tabata..

EN BUSCA DEL “PARAÍSO SOÑADO” 

Muy lejos de allí, Japón estaba devastado. Sufría las consecuencias de Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y de las bombas atómicas lanzadas el 6 y 9 de agosto sobre Hiroshima y Nagasaki por orden del presidente estadounidense Harry Truman.

Los ataques nucleares habían causado al menos 266 mil muertes, incluidas las provocadas por envenenamiento y radiaciones. Agobiado, Japón se rindió y la guerra terminó.

Ante ese panorama, el gobierno del país asiático se dispuso a mejorar su reputación internacional mediante la oferta de su gente para ayudar al desarrollo de otros países, sobre todo en el área agrícola, mientras sus adversarios occidentales bloqueaban.

Pero la coyuntura abría una brecha en un país del Caribe: República Dominicana. Su presidente, el tirano Trujillo, estaba obsesionado por blanquear la piel de la frontera con europeos, asiáticos y nativos, y echar a los haitianos hacia el otro lado del río Pedernales, la línea divisoria.

En 1956 las autoridades de los dos países firmarían un acuerdo para traer los nipones al “Paraíso del Caribe” y formar colonias. Lo habían facilitado las relaciones comerciales por la venta de azúcar desde mediados de los años 30.

Expertos del archipiélago asiático vinieron  para verificar las condiciones de los lugares donde serían instaladas las comunidades.

El gobierno dominicano se comprometía a entregar una casa amueblada por familia; hasta 300 tareas por familia; 60 centavos por día para cada miembro; exoneración de impuestos a los artículos que importaran de su país.

Y el japonés, a seleccionar a los inmigrantes, cubrir gastos de transporte, ida y vuelta, en caso de que quisieran regresar; supervisión de las instalaciones y de los asentamientos de los colonos,

Cada inmigrante debía pagar 150 yenes por su traslado; trabajar y cultivar las tierras; respetar y cumplir las leyes dominicanas.

En el ensayo Migración Japonesa a la República Dominicana, publicado el 13 de noviembre de 2015 en la página Discovernikkei.org, Valentina Peguero destacaba que a la heterogeneidad dominicana “se suma la llegada de más de 1,500 japoneses entre 1956 y 1959”.

Entre julio de 1956 y septiembre de 1959 llegaron en barcos 1,320 inmigrantes. 415 en 1956, 362 en el 57, 420 en el 58 y 123 en el 59.

Con ellos crearon ocho asentamientos: seis en las provincias de la frontera (Independencia, Baoruco, Dajabón, Montecristi y Pedernales) y dos en La Vega (Constanza y Jarabacoa). Siete estaban destinados a la agricultura y una a la empresa pesquera (Manzanillo).

Peguero destacaba el carácter sui generis de tal inmigración, al citar al Japan Stadistical Yearbook, de 1989: “… porque, entre todos los países caribeños, es el único donde los inmigrantes japoneses han llegado como colonos”.

Hajime Tabata, el tronco de la familia.
Hajime Tabata, el tronco de la familia.

 UNA HISTORIA DISTINTA

La provincia Pedernales, a 307 kilómetros de la capital, había sido creada el 16 de diciembre de 1957, mediante la ley 4815. Pero celebró su fundación el 1 de abril de 1958.

Casi dos meses después, el 25 de mayo de 1958, llegaban a Aguas Negras las primeras 25 familias japonesas, y el 26 de junio, 21. Total: 46 (259 personas).

El 26 de junio de 1958 llegó a La Altagracia el primer grupo, 11 familias. El 30 de junio de 1959 arribaron 10 más, entre ellas la Mikami. El 6 de septiembre, 7 más. En total, 28 familias, 139 integrantes. Cinco familias de las que iban a Pedernales se habían quedado en Neiba.

Tras 26 días de travesía en buques desde el Pacífico y recorrer durante diez horas una carretera hostil hasta el extremo del sudoeste dominicano, 398 japoneses quedaron instalados en las dos comunidades, pero la zona distaba mucho del “Paraíso del Caribe” garantizado por el régimen. Excepción de Constanza y Jarabacoa, poca agua, tierras pobres e inaccesibles, y en menor de la cantidad prometida.

Como el más viejo de los inmigrantes, Hajime Tabata, ha contado al diario de Tokio The Asahi Shimbun (19 de abril de 2014), a su arribo a la zona, en 1958, el área era una jungla. Cortó árboles en las escarpadas montañas y sembró café y habichuelas. Y sólo cinco o seis años después, comenzó a “tener vida”.

Peguero también recoge esa inquietud en su ensayo: “… En las otras colonias, particularmente las establecidas en la frontera sur con Haití, los inmigrantes tuvieron grandes dificultades para cultivar lo que plantaban; sin embargo, cultivaron tabaco, soya, café y otros productos”.

La situación se agravó con la desestabilización provocada por el ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, el 30 de mayo de 1961. El paraíso prometido por el régimen sabía a infierno. Y sigue igual para los dominicanos estoicos que han resistido en aquellos lugares estratégicos para la seguridad estatal. Las carreteras inservibles y la carencia de incentivos reflejan el nivel de indolencia de los gobiernos.

Según Tony Bretón, en su casa de Pedernales “vivieron dos señoritas, Sachico Aiucava y Kaoru Iukimoto, preparando el éxodo, que comenzó en el mismo 1960 y fue casi total en 1961”.

Desde la izquierda, Junko Mikami, Kyoko mikami y Chiyose Mikami.

ABANDONADOS A SU SUERTE

De los Tabata, en Aguas Negras, queda Hiromi, 69 años. Llegó junto a su padre y su madre cuando tenía 6 años. Dice que apenas recuerda cuando le traían en el barco. Con la dominicana Brunilda Espinal (Rosita) ha procreado a Hichiro y Hiromura.

Como su ancestro, produce café y lo compra a los productores de la zona. Es agente de lndustrias Banilejas (Induban), tradicional empresa dominicana procesadora del grano aromático. Refiere que tuvo excelente relación con Rafael Perelló, el fundador de la compañía ya fallecido.

A las seis de la mañana de cada día, recorre 18 kilómetros hasta el pueblo, donde tiene su negocio de compra de productos.

Milqueya Méndez Mikami
Milqueya Méndez Mikami

Milqueya Méndez Mikami nació hace 45 años en el hospital Elio Fiallo de Pedernales. Hija de la japonesa Kioko Mikami y el dominicano Héctor Bienvenido Pérez (Pinchao).

Salió de La Altagracia a los ocho, luego de hacer el primero y el segundo cursos de la primaria. Chita y Chicho, sus hermanos mayores, llegaron hasta octavo. Ella estuvo en Pedernales hasta los 14, en que mudó a Santo Domingo. Al cumplir 18 se marchó a Japón donde trabajó durante casi 18 años.

De sus abuelos Zempei Mikami (Fallecido el 22 de mayo de 1981), y Chioze Mikami, (25 de febrero de 1978), recuerda su manera de educar. Y ríe.

“Mi abuelo era de poco hablar, pero siempre estaba trabajando. A veces nos ponía a barrer el patio y nos daba unas monedas; otras veces jugábamos debajo del piso de la casa, pues era de madera sobre unos pilones también de madera, y allí encontrábamos monedas que, creo, él dejaba adrede para no darnos dinero sin trabajar directamente”.

Milqueya tiene presente detalles de la cultura japonesa.

“Tenía una tremenda olla que en Japón utilizaban para tomar baños calientes. Él le ponía leña debajo y la prendía. Recuerdo haber estado con él, y era divertido. Me dicen que se la regalaron al señor Tabata, de Aguas Negras”.

Y sobre la enseñanza del trabajo y la honestidad, cuenta:

“Recuerdo muy claro recoger los granos de café que iban a parar al suelo. Por cada latica, también ganábamos dinero, y con él que comprábamos dulces. De esa finca de café, nos beneficiábamos todos: adultos y niños. Había dinamismo económico. Mi abuelo la compró a dominicanos que no querían trabajarla; él nunca recibió tierras del gobierno dominicano. Recuerdo el día en que él murió en un accidente en la recta de Azua. Todos hablaban y murmuraban; corrían para aquí y para allá. Mi madre Kioko y mi tía, Junko, desconsoladas, pues eran hermanas únicas, y sin más nadie. Las veía llorar y no sabía muy bien el porqué. Yo era muy niña”.

“Por lo que me dicen, fueron personas muy honestas y trabajadoras que lucharon hasta el final de sus vidas y dejaron a sus hijas bien posicionadas. Valoraron siempre la integridad. Creo que cuando me desanimo o quiero emprender algo, me llega a la mente su imagen, pues fueron luchadores y emprendedores, adelantados a su tiempo, con mucha visión de futuro”, puntualiza.

Su madre, Kioko Mikami, 73 años, ama de casa, recrea escenas de la vida japonesa en Pedernales. Tenía 11 años en 1959, cuando llegó a  La Altagracia desde la helada isla de Hokkaido, en el nordeste de Japón.

“Cuando había muchos japoneses, nos reuníamos los sábados para la limpieza de carreteras, o cualquier cosa que necesitara limpieza. Cuando papá no podía ir a limpiar, pagaba a dominicanos. Papa  gustaba mucho trabajar en sus tierras. También hacíamos una fiesta tipo japonés, que se llamaba Bon odori, y se celebra en agosto, el día de los muertos… En la escuela hacían deportes, como corriendo, halando sogas (undokai). Eso lo hicimos como dos veces cuando estuvimos allá porque después se fueron todos los japoneses. En cuanto a la comida, en ese monte no aparecía casi nada. Entre los japoneses hacíamos la compra; mandábamos a comprar en el camión de Ochoa. Comprábamos al por mayor: una caja de arenque, una caja de bacalao, cajas de picantina, aceite… to esa cosas. Recuerdo que una vez se volcó el camión de Ochoa y nos llevaron todas esas latas abolladas… Ese accidente ocurrió ahí donde le dicen La Agüita; se fue ese camión pa abajo. Estuvo feo, pero creo que no murió nadie. Vestíamos como los dominicanos… El vestido japonés nunca se usó, pero cuando se hacía fiestas de Bon odori, el que tenía, sí se la ponía”

Milqueya, opina sobre su madre, y ríe:

“A veces me pregunto si ella no es más dominicana que cualquiera, pues ya tiene 60 años aquí. Es muy inteligente. A pesar de que sus estudios fueron limitados, no sé cómo lee libros japoneses de literatura avanzada, en Kanji. Sabe sumar y dividir con una rapidez increíble, cosa que no heredé. Y su memoria es mucho mejor que la mía”.

Otro momento clave para Milqueya:

“Mis padres tenían una planta eléctrica y un pequeño televisor Toshiba, color naranja. Ahí fue que vi televisión la primera vez. Esa planta se usó por un corto período para iluminar las calles, pero, como algunas personas comenzaron a conectar alambres, se retiró. La planta no resistía la carga”.

Milcíades Mancebo, 87 años, recuerda que Danilo Trujillo, sobrino del tirano, a finales de los años 40 desalojó a los colonos dominicanos y robó sus mejores tierras, para sus aserraderos y sus siembras. Luego, a finales 50, volvió a hacer lo mismo para entregarlas a los japoneses.

“Les dio 24 horas para salir, y ellos tuvieron que abandonar sus sembradíos, sus crianzas de cerdos y gallinas, y huir hacia el pueblo. Otros, que carecían de viviendas, fueron embarcados hacia Barahona”, precisa.

Pero muchos japoneses, al ver las difíciles condiciones para sobrevivir, abandonaron y se marcharon hacia la capital y otros lugares.

Agrónomo Ricardo Estévez, parcelero.

Mancebo refiere que “con los desalojos, afectaron a los parceleros Juan Pérez, Fonsito Mancebo, Carlitos Pérez, Otilio Pérez, Negro Menéndez, Maximiliano Fernández, Julio Octavio, Jaín, Mandín, Pedro Mella y al hijo de Papoy y Medina. Luego, cuando los japoneses se fueron, las autoridades devolvieron las tierras a los colonos dominicanos, pero algunos fuimos asentados en áreas diferentes a las que teníamos. Fuimos asentados en unas tierras a la orilla del río de Aguas Negras, donde no había casi café. La propiedad que teníamos la cogió el capitán Almánzar y las  unió a la propiedad de Genaro Pérez Rocha,  y se las cogió.

Hahime Tabata prefirió quedarse. Akemi, su nieta, explica que en mayo de 1958 llegó a Aguas Negras con su familia y otras familias, y les dieron casas, mensualidad y tierras.

“Pero una pequeña parcelita, no la prometida. Era un hombre discreto, trabajador junto a mi abuela. Representaban la columna vertebral de la familia. Por eso pudieron superar las muchas dificultades de la época”.

Luis Augusto Corcino, parcelero de Aguas Negras. Su finca colinda con la de Hiromi, él único de los Tabata en la loma. Le vende productos hace 20 años.

“Ellos llegaron a la zona alta engañados por Trujillo, ya que él quería demostrar al mundo una realidad de riqueza que no existía. Me contó mi abuelo Marcelino Díaz, que la frustración de no encontrar tierras fértiles como se prometió, trajo hasta suicidios. De ahí el éxodo total, quedando solo la familia Tabata. Son estoicos con el trabajo, disciplinados. Y solidarios total. Antes de irse, vendían sus predios a los comunitarios a precios muy bajos. El mejor ejemplo fue mi propio abuelo. La finca de café la adquirió por un japonés. Se la ofertó, pero él no tenía dinero, y él dijo que fuera al Banco Agrícola a buscar un préstamo. Mi abuelo fue, pero se lo negaron. Entonces, el japonés le dijo: yo me voy, yo darte la finca comoquiera…”.   

Parcelero Luis A. Corcino.

El agrónomo Ricardo Estévez (Cano) es un parcelero de Aguas Negras. A Hiromi le vende habichuelas, café, chivos… todo. Afirma que compra todos los productos. Y hasta financia las siembras.

La presencia japonesa ha contribuido a mantener la zona rural porque –explica—las autoridades eran más efectivas con la asistencia técnica, financiación de cultivos y mejor manejo en  la distribución de los predios.

“El gobierno les daba prioridad porque decía que los japoneses eran más laboriosos que los dominicanos. En realidad, sus prácticas de cultivos eran más avanzadas que las de los dominicanos. Introdujeron la producción de soya, cebada y otros en pequeños huertos, para su consumo. También han producido café, habichuelas y maíz”.

Precisa: “Algo que impactaba mucho en los asentamientos campesinos es que la embajada japonesa mantenía en buenas condiciones los caminos de acceso. En 1994, la embajada asfaltó el camino vecinal desde la colonia de Aguas Negras hasta la propiedad del señor Hajime Tabata, unos dos kilómetros. El aporte de la embajada fue como un incentivo porque había sido el único que se había quedado en la zona rural de Pedernales, y quizá la única familia que quedaba en la zona fronteriza. Hajime y su esposa murieron ambos con más de 90 años”.

En pleno siglo XXI, la vida en las lomas de Pedernales sigue siendo dura. El desastroso estado de las carreteras y los caminos vecinales, la falta de incentivo para la producción y la vida cotidiana más el temor de los atracos mientras se viaja, animan el éxodo de los dominicanos y japoneses que han resistido.