Ayer, cuando pensaba en ti y en el estado de las cosas, no podía dejar de llorar. Pensé en toda la gente del mercado de Los Minas con la ropa salpicada de sangre una mañana sabatina. Volví a pensar en ti, en los recuerdos y en el peso insoportable del mundo que yace en la palma de tu mano.

Escuche en el eco los nombres: Sagrario, Orlando. Y al amanecer volví a pensar en todos nuestros muertos en el fondo del mar. También pensé en la palomita blanca que se perdió en el agua, acribillada por las rafagas del huracán David. Eso fue hace mucho tiempo, lo sé. Lo de ahora cobra mayor importancia. Pero la imagen sigue latente en mi mente atormentándome como llaga en las largas vigilias de la noche.

Hoy domingo, en este abril de 1988, tú estás en la Feria del Libro y al igual que a ti, me tocaba trabajar en una de las casetas pero decidí hacerme el loco y llamar enfermo. Yo se, no me pagan la chamba por enfermedad. Me encanta mi trabajo y la inigualable compañía de excepcionales colegas cómplices; pero en la Feria la ​​tacañería es el pan de cada dia. Y con eso no se come. No sé, estos jefesotes se creen que está bien abusar.

Ellos están bien y nosotros estamos mal.

Suena el teléfono; me están llamando desde la Feria y me dicen que me necesitan en lo inmediato.

-Alo

-Buenos días, necesitamos de tu apoyo laboral.

-Acabo de llamar enfermo.

-Entiendo pero no pagamos día de enfermedad y quiero que te paguen asi que alistate y…

-Tengo una alergia en la piel.

Debería haberle dicho en buen dominicano que se trataba de un brote de “ñañaras” pero na, ya es muy tarde.

-¿Oh si? ¿y ya fuiste a ver un doctor?

Si supiera que no tengo en mente sacar un pie de aquí. Bueno, tal vez me tire por la Curazao a ver a Noel para mezclar colores y armar un trueque: paquitos, matatiempos, yerba, mangos, cerezas, higuereta, manzanilla, limoncillos, libros, revistas cubanas y ejemplares de ¡Ahora! en buenas condiciones. O divertirnos un poco firmando con las yemas de nuestros dedos bolos y solemnes, nuestros nombres nuevos en las ventanas de las guaguas manchadas de polvo, mugre tóxica y saliva. Para nosotros ya es una costumbre: el graffiti es la manera más rápida y económica de viajar por toda la ciudad. Quien sabe si me junto en casa de la Helena en la mitad del Dique, a varios pasos de la planta química. Allí, tendidos en la cama, contemplaremos la puesta del sol y escucharemos reggae y luego cruzaremos el Puente de la Bicicleta con destino al Conde. Dos galipotes desplazándose por las casuchas de techos oxidados y goteras viejas. Una pareja de jóvenes galipotes escuchando gritos y cantos bajo la luna.

-Todavía no he ido al doctor. No tengo seguro.

Ahora que estás enterada de nuestro secreto me intriga mucho escuchar tu sentir. Entiendo que es muy prematuro cambiar tu nombre de la noche a la mañana y dejar atrás tu cuerpo y tu alma. Es peligroso, lo sé, cruzar la frontera.

-El jefe aquí te necesita ya mismo. Ven pa’ca.

Jajajaja, tan deseperao. Parece que necesitan más personal. Pero yo no soy una cosa pa’ que me jodan tanto. Ni loco me aparezco sabiendo que Balaguer estará allí. No quiero saber de asesinos.

-El jefe quiere hablar contigo, está en la otra línea.

Si, lo admito: cuando llamé, fingí estar enfermo y lo hice porque muy dentro de mí no quería salir fotografiado con el mequetrefe de Balaguer. O con tumbapolvos como la Momia Viviente. Nada más, nada menos. Indudablemente, una foto vale por mil palabras.

-¿Te pongo al jefe?

Ser galipote es escudriñar en nuestras fuentes vivas: el sonido y los tonos de la maraca y la tambora; recorrer las islas del Caribe y las islas localizadas al otro lado de este vasto universo. Ver otros mundos, otras formas de ser: ingerir la semilla: en conversación con jicoteas: con lagartijas. Nadar por la ruta del manatí. Sembrar la semilla. Y dibujar en el fango las antiguas líneas geométricas a ritmo de gagá.

-Te voy a poner al jefe en el teléfono.

Yo me pregunto, y si Balaguer me fuera a dar un apretón de manos, ¿cómo me las voy a lavar?

-¿Vas a venir?

Hoy sigo pensando en ti y en las tumbas anónimas de las que me hablaste ayer. Es tan importante decir kaddish, mantener viva la memoria.

-El jefe está enojado

Pienso en ti, desesperadamente en ti, durmiendo al aire libre. Los desalojos olvidados de Villa Francisca. Silenciados en primera plana. De pronto podemos armar una fiesta. Resistir en convite. Ya antes lo habíamos hecho. Todo comenzó hace cuatro años atrás cuando la Gran Revuelta del mes de abril abrió un surco en la tierra.

-El jefe insiste en que vengas o te va a ir a buscar.

Pienso en ti con la certeza de no volver atrás. Ahora puedo sentir la levedad de este mundo en la palma de mi mano.

-Te voy a poner…

El teléfono colgó por sí solo, parece que tiene mente propia. Han pasado dos semanas desde esa conversación telefónica pero todavía hasta el día de hoy el jefecito me guarda distancia y un rencor fatal por faltarle un día al trabajo. Un día. Y para colmo ya no saluda. Pero a mi no me importan ni las distancias ni las miradas que matan. Solo me importa saber que estoy actuando bien, por nosotros y por los que ya no están, porque cuando digo que hoy no voy a trabajar es no y no y punto final.