La historia del libro está asociada a una de las condiciones esenciales del ser humano, la comunicación. Así lo muestran las pinturas conservadas en cavernas, muchas de la época del paleolítico. Estas representan objetos y símbolos delatores del día a día en tiempos primitivos. Sus pictogramas e ideogramas preceden la escritura cuneiforme ideada por los sumerios hace unos 5 mil años, que dio origen a los primeros libros registrados en tablillas de arcilla. Le siguieron los papiros propuestos por los egipcios y aprovechados en Grecia y Roma. Estos avances facilitaron la era de la impresión inaugurada por Gutenberg y su imprenta a mediados del siglo XV.

Gracias al genio de Gutenberg, pasamos del libro copiado al impreso. Con él se inició la etapa de los libros incunables, como se les llama a los impresos entre 1450 y 1500. La Biblia de 42 Líneas o Biblia de Mazarino, es el primero entre los incunables, el más leído. Ocupa este lugar por el tiempo en que fue publicada y por la difusión que provocara su demanda. Algo normal, pues se trata de la obra más importante de la cultura cristiana. Gutenberg eligió la versión de la Biblia traducida al latín por San Gerónimo en el siglo IV, conocida como La Vulgata. Con tipos góticos, la diseñó en dos volúmenes, con una extensión de 643 hojas, a dos columnas de 42 líneas cada una. Con esmero, trabajó entre 1452 y 1455. Restrepo Zapata (2014) afirma que la tirada fue de unos 180 ejemplares en papel y 35 en pergamino, de los cuales, no más de 20 se conservan, por unidad, en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en la Biblioteca Nacional de Francia y en la Británica. La biblioteca de la Universidad de Servilla conserva dos ejemplares incompletos.