La babosa, de escritor paraguayo Gabriel Casaccia (1907-1980) se publicó en Buenos Aires en 1952, pero no tuvo una edición en su país sino hasta 1982. Cacassia, de padres italianos que emigraron al Paraguay, se había exiliado voluntariamente en la población de Posadas, Argentina, al finalizar la guerra del Chaco en 1935.

La babosa es el mote con el que se designa en esta novela a Ángela Gutiérrez, una mujer de lengua viperina, a la que se atribuyen rasgos negativos: chismosa, cotilla, enredadora y marimacho, defectos que la despojan del nombre para animalizarla. Es esta una condición que no sólo marca a las mujeres. Puede decirse que cuando se cruzan intereses y ambiciones los chismes suelen ser una moneda de cambio también entre los hombres.

Los hechos narrados transcurren en el pueblo de Areguá, situado a 30 kilómetros de Asunción, lugar de veraneo de los capitalinos, frente al legendario lago de Ykaparaí. La mayoría de sus habitantes son gentes sin ambiciones, que desearían marcharse lejos, pero no reúnen los recursos ni las fuerzas para conseguirlo. Ese deseo de realizar los sueños en otra parte, o de salir de la miseria que limita y degrada la existencia, lleva a muchos de los personajes a codiciar lo ajeno y a ver al otro como al enemigo, que hay que despojar para restablecer el equilibrio roto.

Ángela Gutiérrez, “la babosa”, es un poderoso personaje que parece salir del mundo barojiano. Con su afilada lengua maneja los destinos de Areguá y lleva a las víctimas hasta la destrucción y el suicidio. En el lado opuesto está Clara, su hermana, expresión de grosera sensualidad, hedonismo y ambición, quien despoja a Ángela de la herencia familiar. Lo que parece ser una disputa entre mujeres, se convierte en un enfrentamiento con las fuerzas masculinas. Giran en ese cosmos esposas dominadoras que imponen su voluntad sobre los hombres abúlicos que fantasean con otras mujeres, mientras que entre los más pobres, vemos a las indígenas, empleadas del servicio doméstico, sumisas, resignadas, maltratadas, abusadas y menospreciadas por unos y por otras.

La crítica ha señalado en Casaccia la influencia de Proust y de Dostoievski, en cuanto a su procedimiento narrativo. Sin duda, es propio de Proust esa morosidad para describir el carácter de los personajes y los detalles del entorno en el que se desarrollan sus acciones.

La vida en este pueblo, de “calles entristecidas de soledad y silencio”, es una guerra salvaje donde los hechos se distorsionan a causa de las habladurías. Solo el narrador y el lector conocen la verdad que los vecinos ven a medias. Doña Ángela arremete primero contra el cura, que intenta ponerle freno alejándola de su grupo de damas devotas; después contra un escritor frustrado, esposo de una de sus vecinas, a quien sorprende con la criada; luego contra el abogado Britez que la ha traicionado confabulándose con la hermana, para arrebatarle sus derechos; también contra el boticario Salvado, esposo de su mejor amiga, responsable de muchos abortos. Ángela se impone sobre este último disputándole la esposa, en un juego de seducción lésbico que pone en evidencia sus inclinaciones homosexuales.

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Los débiles en este universo son los hombres: inmaduros, dependientes económica y moralmente de las mujeres, que se entregan al juego y la bebida. Abrumados por la culpa, tras la resaca, sueñan con un futuro mejor y justifican sus bajezas inventándose un fin elevado. Muy pocos asumen el rol del padre, o manifiestan amor hacia los hijos. Alguno vive con una mujer humilde a la que explota, y entrega a su prole en adopción; otro deja embarazada a la criada que abandona. Un fatum parece impedirles formar una familia y arraigar en un proyecto común. Los más audaces engañan a los humildes con préstamos a altos intereses. Los desesperados recurren al robo y a la violencia para escapar. Unos y otros buscan refugio en casas ajenas aprovechándose de familiares y amigos.

En un juego de acciones y reacciones, cada rumor trae fatales consecuencias. Ángela, nuestra babosa, recoge información y la lanza contra otros en forma de anónimos y panfletos. Las víctimas acaban en sus garras por soltar la lengua, incluso el cura, pese a su vehemencia. La baba letal que deja Ángela mata los sueños y las ambiciones de todos. Cada campaña suya es una guerra de la que saldrá vencedora. Es este el rasgo más varonil de su personalidad, y lo que le permite contener los deseos y la fuerza del odio que le profesa a la hermana y al cura.

Entre estos personajes grotescos quisiéramos encontrar un alma noble, capaz de hacer frente a tanta ignominia en la selva donde salvajemente se devoran unos a otros. Solo las palabras de Willy Espinoza, el más villano y cínico de los personajes, nos pueden resarcir de esta amarga impotencia que no da tregua: “Vivir no duele. Lo terrible es tener que vivir entre los seres humanos”.

La crítica ha señalado en Casaccia la influencia de Proust y de Dostoievski, en cuanto a su procedimiento narrativo. Sin duda, es propio de Proust esa morosidad para describir el carácter de los personajes y los detalles del entorno en el que se desarrollan sus acciones. También lo es poner el punto de mira en algo sin importancia aparente que con posterioridad va a jugar un papel definitivo. Del mismo modo, pertenece al mundo de Dostoievski la construcción de personajes degradados.

Si Casaccia es considerado el padre fundador de la literatura paraguaya moderna se debe, entre otros méritos, a su genial puesta en escena de unos hechos que parecen estar ocurriendo mientras leemos, y que nos llevan de la desazón al desencanto. Al caer las máscaras, sale triunfante la lengua de víbora que nos ha enredado en la trama, en esta “tragicomedia de la irresponsabilidad”, como la definiría el prominente crítico paraguayo Enrique Marini Palmieri, y en la que una mujer se bate desesperada con la única arma que posee, aunque bien pudiera haber desarrollado las cualidades que simboliza la babosa, como la sagacidad, para influir de manera positiva en su entorno.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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