¡Cadáveres amados los que un día, ensueños fuisteis de la patria mía, arrojad, arrojad sobre mi frente polvo de vuestros huesos carcomidos!  (José Martí)

 

Cuando se oculta la verdad bajo tierra, ésta se concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que estalla, salta todo con ella. (Emile Zola, Yo Acuso. La Verdad en Marcha)

Mucho se ha escrito y dicho en el curso de lo que podríamos llamar la “saga de Ramiro”, sobre la cual no creo que se ha llegado al final. La exaltación de Ramiro Matos González a la Academia Dominicana de la Historia ha suscitado, como era de esperarse, la irritación de un importante sector de la historiografía y la intelectualidad dominicanas.

Cuando los ilustrados colegas académicos llevaron a cabo el acto de enaltecer la capacidad intelectual del general, al parecer, se concentraron en sus escritos históricos. Pero tratándose de la figura histórica que representa el antiguo soldado, esos indicadores no podían ser los únicos para su ponderación.

Estamos hablando de uno de los principales protagonistas del asesinato de los mártires de Las Manaclas, encabezado por Manuel Aurelio Tavárez Justo. Un selecto grupo que decidió luchar junto al pueblo dominicano por el rescate del estado de derecho, la libertad y la constitucionalidad. Valores trastornados por el golpe de estado contra Juan Bosch, primer gobierno democrático que se había dado el pueblo dominicano en el siglo veinte.

Matos González encabezó el cuerpo militar que tuvo por misión enfrentar la acción armada de aquellos miembros del Movimiento 14 de Junio. Como es sabido, por razones que no viene al caso analizar fueron vencidos en corto tiempo. Sin embargo, el fusilamiento se produjo cuando bajaban de las montañas, levantando paños blancos, después de haber aceptado la oferta de respeto a sus vidas anunciada por el gobierno del triunvirato.

Para referirnos al hecho histórico de Las Manaclas no podemos explicarlo desagregando a los actores del acontecimiento. El mismo cobra sentido histórico, precisamente por ser una realización humana contextualizada en un tiempo determinado. Las circunstancias en que se produjo otorgaron un papel a cada uno de los actores, a partir de los cuales adquirió forma y significado el hecho que estamos tratando.

Este capítulo del pasado reciente es valorado por el pueblo dominicano como una gesta gloriosa, uno de los hitos de la historia política. Aquí se resalta el sacrificio de aquellos mártires y se rechaza al nefasto accionar de quienes deseando preservar el autoritarismo trujillista consumaron lo que a todas luces sigue siendo un vil asesinato.

Nadie puede cuestionar la veneración bien ganada que el pueblo dominicano profesa a ese grupo de jóvenes. Por esa razón, los historiadores han conceptualizado ese acontecimiento como un capítulo de la historia, tal y como ha sido interiorizado por la sociedad dominicana.

Quienes ejecutaron la orden de fusilar a los combatientes pueden haberlo hecho en cumplimiento de su deber como militares, lo cual no pondremos en duda. Pero también al haber actuado de ese modo, sabían a quién representaban. Eso los obliga a aceptar su responsabilidad en el hecho de marras y con ello, el juicio de la historia.

¿Cuál ha sido el veredicto de ese juicio? Los jóvenes de Las Manaclas, independientemente de si se está o no de acuerdo con el método de lucha empleado, personificaron una hazaña legendaria. Los militares que allí actuaron simbolizan la ignominia de un gobierno ilegítimo que se propuso tronchar el camino hacia la libertad, aspiración irrenunciable del pueblo dominicano.

Si hubo sangre derramada por los soldados que fueron al combate, nos duele a todos, he incluso podrían ser perdonados, pues son dominicanos. Lo que no podemos es redimirlos porque la causa que sirvió de guía a su acción negaba las máximas aspiraciones de su propio pueblo.

Desde esa perspectiva, cuando se exalta el nombre del comandante de la tropa que allí actuó, otorgándole una insignia de tanto realce como lo es ser miembro de la Academia Dominicana de la Historia es una forma de desconocer el juicio de la historia.

Su adscripción académica indigna en la medida se puede entender como una forma de absolución. Sobre todo, porque es el general quien se ha auto absuelto. Ninguna instancia nacional ha confirmado o aceptado su verdad y, mucho menos negado la contundencia del hecho histórico donde actuó. Como hemos dicho, nadie se puede atribuir la calidad de desarmar aquel acontecimiento histórico desagregando las responsabilidades de los actores directos.